—Carmela, me voy.
—Pero Antonio, ¿dónde vas ahora, de noche y con el frío que hace?
—Perdona, pero es que me voy para siempre.
—¿Cómo?
—Sí, ¿recuerdas a Teresa, mi compañera del grupo literario? Pues llevamos un año juntos y mañana me mudo a su casa. Se lo debo.
—¿Se lo debes?
Con esa escena tan prosaica, que duró tres minutos pero que parecieron tres vidas, Antonio dio por finalizado nuestro matrimonio. Con esa contundente frase llegó también la soledad, como si se tratara de un préstamo hipotecario: “se lo debe”.
Al rato, se fue. Salió con sus maletas y, a modo de reproche final, comentó que siempre había odiado el gotelé de nuestras paredes. Quedé perpleja. Sí, después de cinco décadas juntos, no fueron las discusiones, ni los silencios, ni los suegros, ni el desgaste de la rutina; fue la pintura texturizada. Y lo peor de todo es que lo dijo con tal solemnidad que hasta yo empecé a cuestionarme mis decisiones estéticas.
—Cuídate, Carmela. Y sé feliz.
Y con esas palabras, cerró la puerta.
De un plumazo, mi vida había cambiado. Sabía que debía pasar urgentemente por las consabidas etapas del duelo y recorrer un nuevo camino sola, mejor dicho, conmigo misma. Pero seamos sinceros: el duelo, a los 78 años, no es como a los 20. A los 20, lloras en la cama escuchando canciones tristes, a los 40 bebes vino con tus amigas y dices que no lo merecías. A los 78, pues bueno, te sirves una infusión, enciendes la tele y esperas a que el insomnio haga lo suyo. Vivo en un pueblo pequeño y, aunque me considero moderna, empezar a ser independiente a esta edad es toda una proeza.
La primera noche dormí a pierna suelta. No más ronquidos, no más levantarse a las cuatro de la mañana porque "se le ha antojado un vaso de leche". Un auténtico lujo.
Las conversaciones tampoco fueron un problema: ya hacía tiempo que el silencio nos acompañaba. En lo económico, tampoco había dramas: cobraba mi pensión y era independiente. Y en el terreno sexual… bueno, el Satisfyer, siempre tan fiel, llevaba años siendo mi compañero de fantasías. Si algo bueno trajo la tecnología, fue esto.
Todo iba sobre ruedas. Pero la verdad es que, con el paso de las semanas, algo empezó a fallar. Primero fue la cena. No es que no supiera cocinar para una sola persona, es que, a veces, simplemente no tenía ganas. Luego, el silencio, que al principio era un placer, se volvió una carga. La casa se hizo demasiado grande y las tardes demasiado largas.
Podría decir, como Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios: “Qué a gusto sola”. O que me apunto a todos los viajes del IMSERSO que pasan por mi entorno. O, mejor aún, que voy de cervezas, tapas y cine, sin necesitar a nadie. Podría decirlo…
La verdad es que, sin que lo supieran mis hijos ni mis nietos, me armé de valor, cogí el teléfono, marqué el número y, cuando finalmente saltó el contestador, balbuceé tímidamente: “Me llamo Carmen Ruiz, tengo 78 años, soy de Jerez y llamo al programa porque necesito compañía. Gracias, Juan y Medio”.
Y así, queridos lectores, fue como pasé de ser una mujer de pueblo, ama de casa y algo sumisa a convertirme en una estrella del programa de citas para la tercera edad.
No voy a mentir: el proceso fue todo un espectáculo. Me maquillaron, me vistieron y me hicieron sentir como una diva de Hollywood. Y, cuando menos lo esperaba, allí estaba, sentada en un sofá rojo, con un pretendiente delante y millones de personas juzgando mis elecciones sentimentales desde sus casas.
La primera cita televisada fue con un tal Eugenio, de Sevilla. Bigote bien perfilado, pelo tintado de un negro antinatural y un traje blanco que parecía prestado por un cantante de orquesta de los 70. Me dijo que buscaba “una mujer hogareña, que le guste cocinar y coser”. Lo mandé a freír espárragos en horario de máxima audiencia.
La segunda fue mejor. Ramón, de Cádiz, un viudo que me hizo reír con un chiste sobre jubilados y la Seguridad Social que no puedo repetir aquí porque mis nietos leen estas cosas. Cuando terminamos la cena –pagada por la productora, eso sí–, me confesó que nunca había soportado el gotelé. Ahí supe que no era el hombre para mí.
Después de un par de citas más –un extremeño con complejo de donjuán y un valenciano obsesionado con el ajedrez–, empecé a hacerme famosa en mi pueblo. La gente me paraba en la calle, me llamaban "la de la tele" y hasta la panadera me preguntó si Juan y Medio era tan alto como parecía. No encontré el amor, pero oye, conseguí descuentos en la peluquería y un grupo de amigas que se reunía cada jueves para tomar té y pastas.
Lo que no esperaba, sin embargo, fue la llamada que recibí un mes después de mi aparición en televisión.
—Carmela… soy yo, Antonio.
Tardé unos segundos en reconocer esa voz. ¿Antonio? ¿Mi exmarido? ¿El desertor del gotelé?
—He visto el programa —continuó—. Qué guapa estabas, de verdad. Y… bueno, he estado pensando en todo. En nosotros, en lo que teníamos. En que quizá me equivoqué.
Silencio.
—Ah.
No supe qué más decir. Bueno, sí lo supe, pero mi educación me impidió soltarlo en voz alta.
—Teresa… bueno, digamos que no soporta las migas en la encimera. Ni que duerma con calcetines. Y, para colmo… tiene gotelé en el dormitorio.
Solté una carcajada. No pude evitarlo.
—¿Y qué quieres, Antonio?
—Volver.
Me lo imaginé ahí, al teléfono, con su pijama de franela y su cara de arrepentimiento. Podía haber sentido pena, nostalgia o incluso un poquito de venganza. Pero, en cambio, sentí otra cosa: una paz tan clara como definitiva.
—Ay, Antonio… ¿sabes qué? No.
Y colgué.
Así fue como el gotelé rompió mi matrimonio y me convirtió en una estrella televisiva. Aprendí que nunca es tarde para empezar de nuevo y que hay algo mucho peor que estar sola: compartir tu vida con alguien que no sabe valorarte.
I Certamen de Relato Corto "Enrejarios". Asociación Cultural de Barrado. Valle del Jerte. Extremadura.
Tema: la “soledad” en el medio rural.
Este relato ha sido seleccionado por la organización y de acuerdo con el jurado, para participar en el libro editado para la ocasión.
05/04/2025
Lo cotidiano y el sentido del humor con protagonista femenina, ole tú Charo.
ResponderEliminarMe encanta
ResponderEliminarMe encanta Yayo. Como siempre me sorprendes con tus relatos. Enhorabuena y mil besos 😘
ResponderEliminarQue bueno!!!! Yayo cada vez mejor , divertido y casi Real, ....veo la escena
ResponderEliminar¡Enhorabuena! Tienes un estilo tan propio y personal que es difícil encontrar esa ironía y guiño a la realidad en otros narradores.
ResponderEliminarQue decirte que no te haya dicho ya. Eres grande, muy grande. Espero seguir aprendiendo de ti
ResponderEliminarUn abrazo fuerte 🫂
Muy bueno Yayo. Enhorabuena
ResponderEliminarMe encanta, compi. Otro gran éxito, como todo lo que escribes. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn relato genial, como todo lo que escribes. 😘😘😘
ResponderEliminarQue buenos relatos!!! Me encanta y te felicito "compi" .
ResponderEliminarSigue escribiendo relatos tan creativos, amenos y estupendos .