Ella no sabía que a las seis de la tarde se enamoraría, por eso a las cinco salió de su casa para estirar la cabeza y las piernas. Cuando llevaba seis mil pasos y como premio a su vilipendiado cuerpo, maltrecho por los kilos y la vida, decidió entrar en una cafetería y zamparse un trozo de tarta y un café con leche.
El local estaba abarrotado de niños merendando, abuelos que hacían de canguro y perros domesticados que hacían de niños. Todos felices, excepto ella que no divisaba un lugar discreto donde cometer su pecado gastronómico.
Sonreía ingenua cuando, sin pretenderlo, se tropezó con un hombre interesante de mirada enigmática. No muy alto y nada guapo, pero, al menos a ella, debido a la indigencia emocional por la que atravesaba, le resultaba atractivo. Él resuelto, le propuso compartir la única mesa que quedaba libre y ella no se negó. Resultaba una pareja de buen ver. Sumarían entre los dos unos setenta años.
El camarero, hasta ahora ausente en la trama, tomó la iniciativa como personaje secundario de este relato y les preguntó con una amabilidad excesiva y fingida: “¿Qué van a tomar los señores?” Ellos jugueteaban con la mirada pero, al unísono, atinaron a decir: “Una copa de vino blanco, por favor”.
A la media hora, pidieron otra copa, los niños se fueron a hacer los deberes, acompañados de sus abuelos, perros, gritos y risas. Prácticamente se quedaron solos.
Él la cogió de la mano y medio le robó un beso en los labios, ella sintió cosquilleo hasta en sus flamantes zapatillas NIKE, y es que ella se engolosinaba mucho con las sorpresas positivas de la vida y con las tartas de chocolate. Ella se estaba enamorando. Reían entre gracejo y gracejo. Quizás él se extralimitó un poco cuando ya le preguntaba: ¿Te aburrirás algún día de mí? ¿Te cansaré? Ella no contestaba pero se dejaba querer. Él, la cogió de la mano, la miró fijamente a los ojos y le confesó que debía decir algo importante. Ella sintió que por primera vez en su vida le pedirían en matrimonio. Le sonrió con dulzura. Tímida. Feliz. Gozaba del momento, quizás demasiado empalagoso, pero cinematográfico y romántico.
De repente hicieron su entrada los demás protagonistas de esta historia: el cámara, el técnico de sonido, el de iluminación, el guionista, el director artístico y, tras ellos, el presentador de moda que, maquillado y encorsetado en exceso, asomando su dentadura blanco Roca, con carillas alineadas y sonrisa hollywoodiana, pronunciaba silabeando con parsimonia: ¡SORRRPREEESAAA! Somos del programa ”Le daremos la tarde” y usted ha sido la elegida. Tras hacerle entrega de un ramo de flores tan artificiales como el amor escenificado, le preguntó cuáles eran sus primeras palabras. Ella, sin dudarlo un instante, miró a cámara y dijo: “Pues que se vayan todos y que el compinchado camarero me traiga un trozo de tarta y un café con leche, que a eso venía, porque, a partir de ahora, me pongo a dieta de amor”.
Un relato muy fácil de leer con un vocabulario cercano y muy divertido. Muy molón !!
ResponderEliminarDio q arte de verdad, el final mola mucho, pobre chavala jueeee🤣🤣🤣🤣
ResponderEliminarMencanta Yayo! 👏👏👏Vaya final inesperado, mas aún quiero decir 😜
ResponderEliminarComo siempre y en tu línea buena, me gusta y me he reído
ResponderEliminarTan ingenioso como siempre😘
ResponderEliminarMe gusta mucho. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuy bien, el inicio donde haces esa premonición, el desarrollo donde vas dando el cómo ocurre. Siempre con guiños tópicos, dulces o de cine el desenlace realmente sorprende. Muy bueno.
ResponderEliminarQue bueno el relato Yayo!! Con tu sentido del humor da gusto....👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻😘
ResponderEliminarYayo, oreja y rabo, un 20 sobre 10. Gran ingenio
ResponderEliminarRelato genial, como todos.
ResponderEliminarEmotivo y bonito
ResponderEliminarYo también estoy a dieta de amor
ResponderEliminar😂😅
Un final inesperado😍👍
ResponderEliminarEnimático y sorprendente relato. Me gusta
ResponderEliminarGenial como siempre, gracias por compartir tus relatos! 👏👏
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