¿VEINTE? (2º premio VIII Edición del Certamen Literario “La Arboleda Perdida” Puerto de Santa María)
¿VEINTE?
Una, dos, tres. De pequeña me apodaron “la Santita” porque era tierna, noble y obediente. Cuando a mediodía llegaba del colegio, tanto los vecinos como mi madre me tenían preparada una lista de recados varios: “Niña, baja a por una hogaza de pan para doña Manuela, la del cuarto y, de paso, vas a la frutería, compras un kilo de naranjas de las tontas y le pides a Ramón un poquito de perejil”. Y allá que iba yo, sin rechistar y con agrado, a hacer felices a todos. Las monjitas, y en especial sor Carmen, me trataban de una manera especial, porque especial era yo. Todos cuchicheaban que mi bondad y mi inocencia eran contagiosas y que mi manera peculiar de mirar y de hacer las cosas, me hacía encantadora. Un primor de niña. Una santita, como mi apodo.
Cuatro, cinco, seis. Terminado el bachillerato y la universidad, llegó el momento de oficializar mi bondad y tomé una decisión que marcaría mi vida. Me metí a monja. Me metí a monja seglar, porque yo quería vivir en el mundo y participar activamente en la sociedad. Era monja pero, digamos, de alto standing: daba clases en colegios de postín, vestía ropa de marca, conjuntada y a la moda. Tenía carrera, abolengo y selectos modales. En nuestra comunidad no hacíamos dulces. Nosotras éramos estudiantes, profesoras e intelectuales. Nada de llamarnos anteponiendo un sor a nuestro nombre, como la referida sor Carmen. Nada de llevar hábito que nos hiciera diferentes; todo era muy cercano, todo muy natural. Yo seguía siendo la más buena de mi entorno, la santita. A pesar de mi dedicación a la vida religiosa, era conocida por mi energía, entusiasmo, vitalidad y mi espíritu alegre. A medida que pasaban los años, mi fama de buena se extendió más allá de la congregación religiosa y creo que llegó hasta Roma, según me comentaron. No sé si podría haber llegado al Vaticano como obispa, arzobispa o cardenala, pero creo que, debido al machismo reinante, seguro que habrían optado por un proceso de canonización en toda regla, con acreditación de milagros y la parafernalia propia de estos casos. Lo cierto es que todo se torció y afloró mi espíritu rebelde. Por contener las emociones tras un largo periodo de tiempo, experimenté una catarsis emocional. Me harté de ser buena. Me harté de las misas y de las gabardinas Burberry. Dejé la Iglesia.
Siete, ocho, nueve. Como tengo un físico espectacular, detalle que no había referido hasta ahora por pura modestia, di un giro radical en mi vida. Me hice autónoma, con retención de IRPF, repercusión del IVA y con un único objeto social: realización de las actividades propias de las profesionales del sexo. Me hice puta. Aproveché la carrera y los idiomas aprendidos cuando era monja seglar y di un vuelco a mi actividad laboral. Mi trabajo consistía en acompañar a congresos, fiestas o viajes a señoros importantes, empresarios de renombre, destacados en su gremio, y con tanto prestigio que, incluso, podrían haber sido nombrados Reyes Magos de su ciudad en las Navidades. En público, simplemente me limitaba a estar en una posición discreta, con aspecto espectacular y exquisitos modales, era como una geisha occidentalizada; en privado, obviamente, ofrecía los servicios propios del epígrafe fiscal. No tenía jefe ni horario preestablecido y, por supuesto, ya no era considerada “la niña buena” para la fingida moralidad social; ahora era superficial, vaga y alocada. Pobre sor Carmen si me viera. La verdad sea dicha. Después de un tiempo, me fui hartando de esta pirotecnia existencial, de esta lujuriosa profesión, de injertarme de la energía de la noche, de los fingimientos, de aguantar las neuras y de las manías ajenas.
Diez, once, doce. Un día, mientras paseaba por la playa, encontré un libro abandonado en la arena. Al abrirlo, descubrí una frase que resonó en lo más profundo de mi ser, una frase que cambiaría mi vida para siempre: "Las palabras abren puertas sobre el mar", del maestro portuense Rafael Alberti. De repente, se iluminó una bombilla sobre mi cabeza y, a ver si lo explico para que se me entienda, me dije: ¿Y si dejo este desasosiego y me hago escritora de éxito?, ¿por qué no cargarme con la energía y el entusiasmo propios de los momentos creativos?, ¿por qué no crear un mundo donde sentirme a salvo y ser feliz? Por supuesto que, seguiría llevando la filantropía por bandera y constituiría una fundación cuyo objetivo sería la canalización de todos los cuantiosos ingresos literarios para ayudar a los niños necesitados de algún país lejano. Es que ya me estoy imaginando los titulares: “La escritora galardonada con el Premio Nobel de Literatura, dona todo su importe a Children in need…
Trece, catorce, quince. Cómo me gustaría decir que encarrilé mi vida, pero la ingrata realidad es que todo lo que me rodea es un revoltijo de sensaciones. Creo que lo que realmente está pasando es que se me atasca un poco la cabeza.
Me imagino que todos os estaréis preguntando a dónde quiero llegar con esta argumentación fantasiosa y un tanto esquizofrénica. Pues se acabó la espera, que no quiero ser simplista y precipitada.
Deiciséis,
diecisiete, dieciocho. Pudiera
parecer que, por estar escrito en primera persona, yo soy la protagonista de
esta historia. Pero hay un matiz, igual sin importancia, que me gustaría
referir: la santita, la monja y la escritora es mi hermana Lola. Un primor. Lo
dicho. Yo me llamo Inés y soy la oveja negra de la familia, la vergüenza de mis
padres y de sor Carmen; según dicen, mi brújula interior resulta totalmente
inútil. De toda esta crónica, yo sólo soy la puta.
Diecinueve y ¿veinte? A propósito de interpretar realidades, creo que me estoy liando otra vez, creo que me está brotando otra fantasía, a modo de orzuelo, por el ojo izquierdo. Ya no sé si me presento al Premio de Contorsionismo Dialéctico, si soy la niña buena que venía del colegio, la mala que se metió a puta, o la hija única que, al no tomarse la medicación y en su soledad, imagina historias.
147/04/2024
2º premio VIII Edición del Certamen Literario “La Arboleda Perdida” Puerto de Santa María
La Asociación Literaria “Se hace camino al escribir” y el CEPER “La Arboleda Perdida” de El Puerto de Santa María, con la colaboración de la Fundación Rafael Alberti
Me ha encantado
ResponderEliminarEnhorabuena Yayo Gómez me ha encantado el relato. Es curioso pero mientras lo leía escuchaba tu voz al oído, como si te escuchara, con sus ritmos, sus pausas y su sorpresa final que nos dejas siempre. Un beso enorme!!!
ResponderEliminar👏👏👏
ResponderEliminar!👏👏👏👏 bonita fantasía 💕💕
ResponderEliminarYAYO, Eres impresionante, que satisfacción leerte😍😍
ResponderEliminarCada vez mejor
ResponderEliminarTienes un coco muy ocurrente que viaja de aquí para allá saltando de montaña en montaña con tus atrevidos disparates que hacen gozar a los que te leen y o escuchan.
ResponderEliminarBenditos disparates.
Qué grande eres
ResponderEliminarFelicidades
ResponderEliminarTienes una escritura con agilidad y chispa, pellizca y sonríes y nos lleva a la sonrisa.
Buen filón
A seguir disfrutando y haciendo disfrutar.
ResponderEliminarUna fantasía maravillosa, como siempre!!! 💜
ResponderEliminarOle Yayo!
ResponderEliminarEl relato muy bueno, me ha gustado mucho!
Qué bueno Yayo me encanta !!! 😘✨ A seguir escribiendo con esa maravillosa imaginación 💜
ResponderEliminarGracias por regalarme, con la lectura de tu relato, unos momentos de aislamiento
ResponderEliminarGraciassss infinitas a tod@s
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