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Club de ciclismo (Texto publicado en el Nº 41 de la revista Speculum, del Club de Letras de la UCA)





La vida me convirtió en una persona obesa. Me ha costado reconocerlo. Ese pensamiento ocupaba mi mente, cuando Jose, mi pareja, con un tono cargado de cariño y optimismo, dijo: “Cielo, creo que deberías bajar un poco de peso”. Me sentó fatal porque ya me veía en el espejo, pero creo, sinceramente, que ese comentario fue el detonante. Unanimidad en mi entorno. Todos de acuerdo en algo. ¡Milagro!
Mi relación con la grasa siempre ha sido de amor-odio. Por un lado me encantan los fritos, y por el otro, me resisto a acumular tejido adiposo sobrante y me deprimo. Deseaba desconectar de la rutina, de la tensión diaria y del estrés de estos difíciles momentos. Deseaba conectar con mi lado más genuino, ese que solo despierta cuando entramos en contacto directo con la naturaleza. Deseaba adelgazar. Deseaba realizarme y ser feliz.
El plan de choque consistiría en hacer una dieta hipocalórica y en apuntarme a un club de ciclismo amateur. Aunque el tema de montar en bicicleta lo llevaba justito, siempre me gustó seguir desde casa y, sesteando, el tour de Francia. Así es que, hecho el avituallamiento pertinente, me informaron de que mis primeras rutas en grupo serían en plan principiante.
Poco a poco fui cogiendo gusto a las dos ruedas y a recorrer senderos de la sierra, a perder la vista entre montañas y barrancos y a atravesar pueblos pequeños y desperdigados. Debo reconocer que fue duro acostumbrarme a eso del cambio de piñones y de plato y a la dureza del sillín, que hacía las veces de un martirio chino en mi entrepierna. También  tuve que sobreponerme a los dolores musculares y a los picos de agotamiento físicos.
Pero mereció la pena. La magia del ciclismo me invadió: velocidad, naturaleza y pérdida de calorías. En cada ruta se mezclaban las emociones sensoriales y el ejercicio, con las mariposas de colores y los olores de las flores salvajes. Olores…
—¿A qué huele, Jose?, ¿qué hay para comer? Me muero de hambre.
—Carrillada ibérica con patatas fritas. Vente, que ya está la mesa puesta.
—Mmmm. Voy, voy, falta solo un minuto para que suene la alarma de la bicicleta estática. Por fin, he conseguido pedalear mi primer cuarto de hora.
Prometo que cuando acabe este duro y extremo confinamiento por coronavirus, impuesto en nuestras casas, barajaré la idea de apuntarme a un club de ciclismo. 


17/03/2020




http://www.cervantesvirtual.com/

 Nº 41 de la revista Speculum del Club de Letras de la UCA

Comentarios

  1. Atrapa desde ese comienzo ingenioso de cercanía del personaje, ironía e identificable para cualquiera. La certeza de sus palabras y las emociones cambiantes también nos ayudan a seguirle, desenfado y humor. Perfectos ingredientes.

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