Ir al contenido principal

83. El punto de la i


Desde antes de bajarme la regla ya sabía que te tendría. Sabía que tendría un hijo, al que pondría de nombre Ricardo, con el único propósito de llamarle Ricki, con dos íes y sus correspondientes sobrepuntos. Yo soy así: precipitada, apresurada y con un toque hiperactivo. Me adelanto tanto a los
acontecimientos que aturrullo al personal. ¿Qué por qué tener a Ricki? Es simple, porque siempre me ha fascinado la letra i, con su pequeño punto, casi sin dimensiones, que por no tener, no tiene ni nombre. Pobre i, no le pasa como a la privilegiada y españolísima ñ, con su virgulilla acompañante.
A lo que iba, cuando llegó la hora del proyectado embarazo, no tenía novio, no tenía trabajo y tampoco tenía ganas, pero me sobrepuse, amplié la hipoteca y te tuve de pago. Me siento orgullosa de mi proeza y valentía.
Siempre me hubiera gustado que me gustara la música clásica, así que aproveché la gestación para aplicarte lo que se llama Efecto Mozart, que no es otra cosa que colocar unos auriculares gigantes en la tripa, con el propósito de que esa música relajante estimulara tu inteligencia. Me costaba permanecer sentada y sosegada, prefería estar en continuo movimiento, pero lo hacía por ti, aunque, sinceramente, creo que te quedabas dormido nada más sonar el primer acorde de piano.  El plan b, pranayámico, era relajarse escuchando tranquilamente sonidos de agua  y, como te podrás imaginar, no lo llegué ni a intentar.
Cuando naciste, ni te inmutaste, ni lloraste, ni nada por el estilo. En el paritorio murmuraban que venías como cansado. Te limitaste a apoyar tu cuerpecito sobre mi pecho y… otra vez a dormir. Yo me retorcía en la cama. Fue la primera vez que pensé que eras la personificación de la pereza y no arrendaba las ganancias de lo que me quedaba por pasar. ¿Habrá sacado algo a mí o todo será del donante?
Medió poco tiempo para que saliera de dudas. Me quedé sorprendida con nuestro primer feedback fonético. Yo como, han hecho muchas generaciones anteriores, te quise emitir mi primer mensaje directo y te dije: Hola Ricki, soy mamá, dilo tú, mi amor, repite: “mamá” y tú devolviste mi mensaje con un chapurreo, que en principio no entendí: mimí y del esfuerzo, ya te entró sueño. Mosca tse-tsé, Morfeo, venid y echadme un cable que este niño me tiene de los nervios, supliqué.
Empezaste a andar, pero muy despacio, sin correr, sin prisas y si desde lejos te obsequiaba con un trozo de chocolate, sonreías y decías: guashi purishi. Cuando te ponías contento, medio sonreías tímidamente, balbuceando: iujiii. A los dos añitos y, al intentar enseñarte el uso del orinal, ya me saltó la alerta, algo muy singular estaba pasando, en una semana y, con una vocalización digna de un locutor de radio, pronunciaste: mimí, pipí. Me sentía culpable por haberte transmitido mi puntodelaimanía.
A medida que ibas creciendo, te convertías en un pequeño intelectual, leías mucho, claro está que siempre tirado en el sofá y con los párpados medio cerrados. No malgastar energías, si no había un beneficio, se había convertido en tu lema. Si algo te hacía sonreír te limitabas a un  escueto jiji. Mi sorpresa llegó a su culmen cuando te dio por escribir.
Tu primer microrrelato no tenía desperdicio:
“El volatInero realIzaba ejercIcIos de equIIlIbrIsmo sIn fIn. El rIesgo y la dIfIcultad sIempre constItuyeron su vIda. Lo InverosImil del caso fue que se murIó al pIncharse con un clIp oxIdado”
—¿Por qué no has puesto punto a la i, Ricki? —te pregunté con desbordante intriga.
A lo que tú respondiste, sin alterarte lo más mínimo.
—Porque las íes son tan importantes en mi vida que las pongo en mayúsculas. Estoy creando un lenguaje ficticio y experimental con el uso indiscriminado de mi adorada vocal, al que, de momento, he denominado: InInquIsItIvI.
¡Ese es mi chico!, pensé henchida de satisfacción. Ricki, en ese momento supe que había merecido la pena pedir el invitro-préstamo. Ya habías crecido y te habías convertido en un inédito escritor. Que se prepare Julio Cortázar, su Rayuela y su singular y extraordinario lenguaje  glíglico.


29/04/2020

Comentarios

  1. Estupendo escrito, además de inventar palabras y lenguaje propio en el personaje, la escritura experimental unida a no ponerse trabas, es perfecta. El texto (pereza) incluye la singularidad en la protagonista, desde el inicio nos interesa, especialmente por la definición de sí misma, su pasión por la “i” y de que manera afronta la crianza de ese hijo. Todo el texto está salpicado (aparte de las palabras incluidas) de un argumento único e imprevisible y disparatado, que lo hace único. La forma de narrar el embarazo y la esa relación con su hijo, cargada de guiños, es tan peculiar como el personaje. El mIcIirrIlItI, genial al texto, se disfruta al leerlo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Tacones más sensatos que lejanos

                    Yo quería ser chica Almodóvar, como Penélope Cruz en Volver , ocultando el cadáver del marido en un arcón congelador. Pero, para mi infortunio, ese universo ochentero y glamuroso se escapó mientras trabajaba como maestra en una escuela de un pueblo perdido en la sierra de las Villuercas. Hoy, uso tacones más sensatos que lejanos. Ya soy mayor, abuela, y tengo pocas ganas de ese mundo de lucimiento y trasnocheo. El manchego, en cambio, sigue imparable: ha triunfado en Venecia y posa, flanqueado por dos bellezas de piel lechosa, altísimas y que sólo se entienden en inglés: sus nuevas chicas. Cuando pensé que había perdido el tren de la fama, de los cócteles y vestidos llamativos, caí en la cuenta de que vivo en Extremadura, y que ese tren de mi vida salió de la estación con horas de retraso y terminó averiado en mitad de una dehesa y de la noche. ¿Un desastre ferrovia...

Imaginar emociona

  En un estudio científico y estadístico —realizado, eso sí, a puro cálculo visual—, entre los asistentes a un concierto, llegué a un postulado inapelable: solo un 5% de la población goza del privilegio de destacar en altura, rasgos o peso. Pues bien, puedo asegurar, sin margen de error, que él no pertenecía a esa exclusiva minoría. No. Él era feo, pero no un feo común, sino un feo con historia, con kilómetros recorridos. Avejentado para su edad y visiblemente estropeado por los excesos y la mala vida. Debo admitir, con cierto bochorno, que no era solo feo, sino también desagradable. Olía a tabaco, a cerveza y a varios días sin ducha. Una pena, de verdad. Entonces, ¿qué me motivó a propiciar ese encuentro fortuito? En el fondo, creo que para conocer la verdadera razón habría que hacer otro estudio, aunque esta vez no tan científico, sino uno que indagara en la gran incógnita de la humanidad: ¿por qué hacemos cosas que claramente nos perjudican? En mi caso, quizás fue la pereza,...

Camarero, ¿me pone una caña?

  La soledad me fascina. Puedo decir, sin orgullo, que a mis cincuenta años nunca he tocado un cuerpo que no fuera el mío. No he tenido vínculos reales, ni novios ni amigos ni nada que se le parezca porque me gusta vivir sin riesgos, sin disgustos, sin altibajos. Me he hecho adicta a no dar explicaciones, a mi espacio, a dormir en diagonal, a… Y es que, para mí, m antener una relación interpersonal fluida y sana, en vivo y en directo, se ha convertido en una utopía. Bueno, a ver si me explico para que se me entienda. Algo ha habido por ahí, pero nada que ver con los convencionalismos ni con lo establecido. En mi juventud me enamoré de Mike Jagger, el vocalista de los Rolling Stone. Tenía un poster, tamaño natural, en la puerta de mi armario. Hablaba con él, por cierto, en español, porque el inglés se me da fatal, le contaba de mi vida y de mis suspensos. Él hacía como que escuchaba, miraba y no sé si sonreía. Un novio perfecto. Soy consciente de que me doblaba la edad, pero...

La magia de la Navidad

Hola, soy @Barbigeriátrica, escritora en decadencia que, por los avatares del destino, ha terminado como tiktoker, youtuber y nutricionista ocasional. ¿Te sientes curvy pero los demás te etiquetan como gordi ? ¿Estás dispuesta a desafiar los estándares de belleza que tanto nos atormentan, especialmente a las mujeres?¿Te has cansado de la gordofobia y quieres luchar contra el estigma de la delgadez engordando tres kilos sin motivo aparente? Estás en el lugar indicado. Juntas encontraremos la manera de alcanzar tu objetivo sin pasar hambre, sin privarte de nada y disfrutando cada bocado. Si hay un momento perfecto para comenzar esta dieta, ese es durante la llegada del niño Jesús, o lo que es lo mismo, las fiestas navideñas. Desde mediados de diciembre, las reuniones se multiplican: agendas llenas, brindis y deliciosos manjares. Todos en torno a una mesa. Todos a comer y todos a beber. Todos brindando la vida. Saborea estas celebraciones, ya que son la ocasión perfecta para engord...

Cuestión de genes

  Los Figueroa de la Cruz, Marqueses de la Balconada y mis padres, para más señas, son una pareja de alto standing , ricos en patrimonio, inteligencia y blasones. De forma natural, han seleccionado su especie durante generaciones. De aspecto escandinavo, pero oriundos de Cáceres —ellos y los Borbones, muy a mi pesar, elevan las estadísticas de la altura media nacional—. Son amantes de la música, el arte y los idiomas. Brillan por su físico y su intelecto. Ahora bien, debo comentar, aunque solo sea de pasada, que también son arrogantes, engreídos y altaneros, amén de ultraconservadores. Un primor de progenitores. Quizás por ser el único hijo —y, por tanto, primogénito de la familia—, quizás por compartir como morada la misma casa palacio, quizás por vivir en primera persona el grado cero de empatía de mis ascendientes, o quizás por todo ello, siento la necesidad de relatar mi vida. Según me cuentan, cuando nací, mis congéneres se quedaron perplejos y estupefactos. ¡Oh, Dios...

Imaginar emociona

  En un estudio empírico y científico realizado, a puro cálculo visual, entre los asistentes a un concierto, llegué al siguiente postulado inapelable: solo un 5% de la población es privilegiada en altura, rasgos o peso. Pues bien, puedo asegurar, sin margen de error, que él no pertenecía a esa exclusiva minoría. No.  Él era feo, pero no un feo común, sino un feo con historia, con kilómetros recorridos. Avejentado para su edad y visiblemente estropeado por los excesos y la mala vida. Debo admitir, con cierto bochorno, que no era solo feo, sino también desagradable. Olía a tabaco, a cerveza y a varios días sin ducha. Una pena, de verdad. Entonces, ¿qué me motivó a propiciar ese encuentro fortuito? En el fondo, creo que para conocer la verdadera razón habría que hacer otro estudio, aunque esta vez no tan científico, sino uno que indagara en la gran incógnita de la humanidad: ¿por qué hacemos cosas que claramente nos perjudican? En mi caso, quizás fue la pereza, la comod...

Odio a mi hijo

  A sí arrancaba un monólogo magníficamente interpretado por una maestra, metida a cómica por pura afición. Mi primera reacción fue de sorpresa. A medida que transcurría su afanoso soliloquio, la protagonista, ya entrada en años, exponía, en primera persona, los motivos que le llevaban a esta afirmación tan contundente como cruel. Poco a poco lograba convencerte de que para ser madre hay que echarle una cierta dosis de masoquismo. Contaba esta alegre docente que, al principio, cuando decides emprender esta aventura, le dices a tu pareja: “Qué ilusión me haría tener algo nuestro, pero... nuestro, nuestro, que nos una para siempre”. Y, alcanzado el consenso, en un plis plas, te lanzas con la parte más placentera de toda esta historia, —por lo visto interminable—: la parte sexual. A los pocos meses de aquellos agradables encuentros amorosos, ya estaba ahí, en mi vientre. Nuestro primer contacto fue visual, a través de un monitor, mientras el doctor examinaba detenidamente la imagen....

¿VEINTE? (2º premio VIII Edición del Certamen Literario “La Arboleda Perdida” Puerto de Santa María)

  ¿VEINTE?   Una, dos, tres. De pequeña me apodaron “la Santita” porque era tierna, noble y obediente. Cuando a mediodía llegaba del colegio, tanto los vecinos como mi madre me tenían preparada una lista de recados varios: “Niña, baja a por una hogaza de pan para doña Manuela, la del cuarto y, de paso, vas a la frutería, compras un kilo de naranjas de las tontas y le pides a Ramón un poquito de perejil”. Y allá que iba yo, sin rechistar y con agrado, a hacer felices a todos. Las monjitas, y en especial sor Carmen, me trataban de una manera especial, porque especial era yo. Todos cuchicheaban que mi bondad y mi inocencia eran contagiosas y que mi manera peculiar de mirar y de hacer las cosas, me hacía encantadora. Un primor de niña. Una santita, como mi apodo. Cuatro, cinco, seis. Terminado el bachillerato y la universidad, llegó el momento de oficializar mi bondad y tomé una decisión que marcaría mi vida.   Me metí a monja. Me metí a monja seglar, porque yo quería ...