Desde antes de bajarme la regla ya sabía que te tendría. Sabía
que tendría un hijo, al que pondría de nombre Ricardo, con el único propósito
de llamarle Ricki, con dos íes y sus correspondientes sobrepuntos. Yo soy así: precipitada,
apresurada y con un toque hiperactivo. Me adelanto tanto a los
acontecimientos
que aturrullo al personal. ¿Qué por qué tener a Ricki? Es simple, porque siempre me
ha fascinado la letra i, con su pequeño punto, casi sin dimensiones, que por no tener, no
tiene ni nombre. Pobre i, no le
pasa como a la privilegiada y españolísima ñ, con su virgulilla
acompañante.
A lo que iba, cuando llegó la hora del proyectado embarazo,
no tenía novio, no tenía trabajo y tampoco tenía ganas, pero me sobrepuse,
amplié la hipoteca y te tuve de pago. Me siento orgullosa de mi proeza y
valentía.
Siempre me hubiera gustado que me gustara la música clásica,
así que aproveché la gestación para aplicarte lo que se llama Efecto Mozart, que no es otra cosa que
colocar unos auriculares gigantes en la tripa, con el propósito de que esa música relajante estimulara tu inteligencia. Me costaba permanecer
sentada y sosegada, prefería estar en continuo movimiento, pero lo hacía por ti,
aunque, sinceramente, creo que te quedabas dormido nada más sonar el primer
acorde de piano. El plan b, pranayámico,
era relajarse escuchando tranquilamente sonidos de agua y, como te podrás imaginar, no lo llegué ni a
intentar.
Cuando naciste, ni te inmutaste, ni lloraste, ni nada por el
estilo. En el paritorio murmuraban que venías como cansado. Te limitaste a
apoyar tu cuerpecito sobre mi pecho y… otra vez a dormir. Yo me retorcía en la
cama. Fue la primera vez que pensé que eras la personificación de la pereza y no arrendaba las ganancias de
lo que me quedaba por pasar. ¿Habrá sacado algo a mí o todo será del donante?
Medió poco tiempo para que saliera de dudas. Me quedé
sorprendida con nuestro primer feedback fonético. Yo como, han hecho muchas
generaciones anteriores, te quise emitir mi primer mensaje directo y te dije:
Hola Ricki, soy mamá, dilo tú, mi amor, repite: “mamá” y tú devolviste mi
mensaje con un chapurreo, que en principio no entendí: mimí y del esfuerzo, ya te entró sueño. Mosca
tse-tsé, Morfeo, venid y
echadme un cable que este niño me tiene de los nervios, supliqué.
Empezaste a andar, pero muy despacio, sin correr, sin prisas
y si desde lejos te obsequiaba con un trozo de chocolate, sonreías y decías: guashi purishi. Cuando te ponías
contento, medio sonreías tímidamente, balbuceando: iujiii. A los dos añitos y, al intentar enseñarte el uso del
orinal, ya me saltó la alerta, algo muy singular estaba pasando, en una semana
y, con una vocalización digna de un locutor de radio, pronunciaste: mimí, pipí. Me sentía culpable por
haberte transmitido mi puntodelaimanía.
A medida que ibas creciendo, te convertías en un pequeño
intelectual, leías mucho, claro está que siempre tirado en el sofá y con los
párpados medio cerrados. No malgastar energías, si no había un beneficio, se
había convertido en tu lema. Si algo te hacía sonreír te limitabas a un escueto jiji.
Mi sorpresa llegó a su culmen cuando te dio por escribir.
Tu primer microrrelato no tenía desperdicio:
“El volatInero realIzaba
ejercIcIos de equIIlIbrIsmo sIn fIn. El rIesgo y la dIfIcultad sIempre
constItuyeron su vIda. Lo InverosImil del caso fue que se murIó al pIncharse con
un clIp oxIdado”
—¿Por qué no has puesto punto a la i, Ricki? —te pregunté con
desbordante intriga.
A lo que tú respondiste, sin alterarte lo más mínimo.
—Porque las íes son tan importantes en mi vida que las pongo
en mayúsculas. Estoy creando un lenguaje ficticio y experimental con el uso
indiscriminado de mi adorada vocal, al que, de momento, he denominado: InInquIsItIvI.
¡Ese es mi chico!, pensé henchida de satisfacción. Ricki, en
ese momento supe que había merecido la pena pedir el invitro-préstamo. Ya habías crecido y te habías convertido en un
inédito escritor. Que se prepare Julio Cortázar, su Rayuela y su singular y
extraordinario lenguaje glíglico.
29/04/2020
Estupendo escrito, además de inventar palabras y lenguaje propio en el personaje, la escritura experimental unida a no ponerse trabas, es perfecta. El texto (pereza) incluye la singularidad en la protagonista, desde el inicio nos interesa, especialmente por la definición de sí misma, su pasión por la “i” y de que manera afronta la crianza de ese hijo. Todo el texto está salpicado (aparte de las palabras incluidas) de un argumento único e imprevisible y disparatado, que lo hace único. La forma de narrar el embarazo y la esa relación con su hijo, cargada de guiños, es tan peculiar como el personaje. El mIcIirrIlItI, genial al texto, se disfruta al leerlo.
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