Me llamo Antonia García Flores.
Antonia por mi abuela y el resto por mis padres. Lo sé, es horrible, a mí
tampoco me gusta y nunca lo he identificado conmigo. Por eso mi representante
no lo dudó: ¿quieres ser actriz?, pues vamos a buscarte un nombre con gancho.
Me gustaba Nuria Espert o Lola Herrera, pero ya estaban pillados, así es que me
tuve que conformar con Ai-da Ga-lán, pero con la recomendación precisa de que
había que pronunciarlo silabeando pausadamente, para que sonara más personal.
Los asesores de imagen insisten en que hay que pronunciar todo como si
estuvieras diciendo algo interesante y profundo. Dicen que el mundo del artisteo es así de artificial. Porque no
sé si lo he dicho, yo, Antonia, perdón Aida, soy una actriz famosa y cotizada
de teatro, aunque tampoco renuncio a contadas campañas publicitarias de
productos con cierto prestigio en el mercado.
Me he preparado a conciencia para ser
actriz. Aprendí a actuar y me estrené entre las
bambalinas de la Escuela de Arte Dramático de Málaga. He leído a los grandes clásicos
de la literatura universal. He interpretado desde Doña Inés a Fortunata,
pasando por Medea en teatros de renombre. Trabajo arduo y duro, pero
reconfortante.
Con el fin de abarcar todo el abanico de representaciones a nivel nacional y, al ser andaluza, he aprendido el acento castellano neutro, vocalizando y con dicción perfecta, porque si no sabes ocultar tu acento andaluz tus papeles se limitan a hacer de chacha en alguna que otra serie televisiva; quedas relegada a papeluchos, nunca protagonista, desgraciadamente. El inglés, es otro tema. Lo estudio intensamente por si alguna vez, en esta vida o en otra, me sale un papel de Julieta para el National Theatre de Londres.
No me amedranta la doble función, ni la afanosa memorización del texto. A veces me pregunto por qué este enganche
y atracción desbordada por el teatro y siempre llego a la misma conclusión: el
aplauso.
Necesito el aplauso, y si es posible, los bravos porque indican respeto y admiración a tu trabajo bien hecho. Una ovación del público es un momento
exclusivo, único y mágico. Recuerdo el interminable aplauso que recibí, con mi
papel de Dulcinea del Toboso, en el Teatro Real de Madrid. Diez minutos con
todos los espectadores en pie y sin parar de decir ¡bravo!, ¡bravo! Fue muy halagador
y emocionante. Yo saludaba con una pizca de vanagloria y un obligado gesto
reverencial, susurrando tímidamente: Gracias, gracias. Parece que aún lo estoy
escuchando.
¡Oh Dios!, las ocho y un minuto, todos los vecinos, por
razones coronaobvias, asomados a sus terrazas aplaudiendo y vitoreando a la
Sanidad Publica y yo aquí, en plan vago, desparramá
en el sofá y durmiendo la siesta. Con razón me llegaba de lejos el sonido de
las agradecidas palmadas... Mañana prometo leerme aunque sea un capítulo de El Quijote.
01/04/2020
Inicias con un personaje entretenido, con singularidad por su profesión, la adopción de su nombre , por como nos cuenta su trayectoria, su sentido del humor... por esa atracción por el aplauso. Para encajarlo todo en esa apabullante realidad , además de la inventiva “coronaobvias”, consigues que despertemos al igual que el personaje, estupendo párrafo final. El título merece especial atención, nos cuenta mucho más.Siempre desarrollas historias creativas.
ResponderEliminar