Nunca me gustaron los insectos. No es miedo, es repulsión, es asco, es fobia. Quizás no llegue a trastorno psicológico, pero se acerca bastante. Así pues, si me das a elegir, como cantaba Rosalía en la entrega de los Goya 2019, versionando a los Chunguitos: “Me quedo contigo”. Me quedo contigo, Kafka. Aprovecho la oportunidad literaria que me brindas, y en mi metamorfosis particular “elijo ser funcionario”.
Después de cuarenta años siendo autónomo, sé lo que me digo. Quiero ser funcionario de la cabeza a los pies, con oposiciones aprobadas e interminables desayunos de café con leche y tostadas de pueblo.
Para mí, sufrido trabajador por cuenta propia, sería como una golosina celestial, despertar a las siete de la mañana, notar la nariz taponada y el pecho algo cargado, coger el teléfono y, sin un ápice de remordimiento, simplemente decir: “Hoy no me encuentro bien, dile a Antonio que no voy”. Y colgar. Así, como quien pone fin a un episodio de Netflix, porque ya mañana continuará.
Sería un potosí ese sueldo fijo llueva o nieve, esas subidas salariales con atrasos incluidos, afiliarme a un sindicato que, entre cafés y croissants, luche por mis condiciones laborales, vacaciones pagadas, días de asuntos propios y esa promesa dorada de una jubilación con pensión máxima. Ah, la jubilación, una quimera. Llámame burlón, pero me veo con la identificación colgada al cuello, atendiendo con cita previa y un horario laboral que termina a las tres en punto. Ni un minuto más. Mi escritorio ordenado, mi silla ergonómica… Todo perfecto. Soy feliz. Soy tan feliz que casi floto.
Justo en ese momento de éxtasis absoluto, una voz me saca bruscamente de mis pensamientos:
—Perdone, ¿está abierto?
—Sí, claro. Buenos… días —respondo, dejando escapar una mueca forzada.
Parpadeo, algo desorientado. Estaba repasando mentalmente el temario de las oposiciones que nunca estudiaré. Abro los ojos y miro al techo. La realidad me golpea y pienso: “¿Por qué no nací cucaracha?”
El cliente me observa con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Tardo un segundo en reaccionar y actúo, como si todo estuviera bajo control. Con expresión enlatada, solo soy capaz de articular:
—Hoy tenemos una promoción especial: compre tres productos y le regalo una crisis existencial.
Él sonríe. Yo también. Y, como siempre, el día sigue su curso.
20/03/2025
Texto seleccionado para el número 60 de la revista Speculum. Club de Letras de la UCA
Comentarios
Publicar un comentario