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VIVIR PARA CONTARLO

 
Me morí a las nueve cuarenta y cinco del 16 de octubre del año 2021 y, la verdad, es que me sentía fatal, entre la resaca y el golpetazo que me habían atizado en la cabeza. Estaba en un lugar oscuro, muy oscuro, un lugar de una negrura más negra que el negro y, de repente, empecé a pensar: No puedo estar muerta porque tengo sed, ardores y un reflujo con cierto tufo a aguardiente, pero seguí muriéndome y, cuando me disponía a atravesar el túnel negro y divisé a lo lejos al difunto de mi tío Agustín, el del pueblo, que me llamaba con un “vente, vente”, me di cuenta de que aún tenía un halo de vida y empecé a despertarme. Fue entonces cuando mis compañeros abrieron el maletero del coche en el que me habían metido y, al verme salir, se vanagloriaron del feliz hallazgo; pero yo, con una mezcla de confusión y alivio, tenía el cuerpo entumecido, la cabeza me estallaba y estaba deshidratada como una momia egipcia.

            Llegado a este punto, y como a todas luces estoy otra vez viva, creo que es mejor que me presente: Me llamo Elena Blanco. Tengo cerca  de cincuenta años, pero un cuerpo de treinta. Tomo grappa, entono canciones de Mina en un Karaoke y suelo acabar la noche enrollándome en el todoterreno de algún tío aparcado en un parking. Un detalle importante es que soy inspectora de policía, para más señas, jefa de un equipo especial: la Brigada de Análisis, que se ocupa de resolver los casos más complejos y oscuros.

            El asunto que nos ocupa, y que casi me cuesta la vida, es el misterio de la desaparición de Carmen Mola. Pero, ¿quién es Carmen Mola? O mejor aún, ¿quién no es Carmen Mola? Nuestra brigada intervino ante una denuncia anónima realizada el 1 de septiembre del año 2021. Cuando empezamos la investigación encontramos algunos indicios, pero pocas evidencias. La única certeza es que Carmen Mola era la que firmaba el thriller “La novia gitana”, pelotazo editorial en el año 2018, libro del que se vendieron casi un millón de ejemplares. Todo un fenómeno literario.

Realizadas las primeras averiguaciones, no pudimos comprobar que la citada autora fuera una profesora que compaginara su trabajo de docente con la escritura de novelas sanguinarias de crímenes espeluznantes ni que viviera en Madrid ni que fuera madre de tres hijos. Pero yo, tozuda donde las haya, persistí con mis pesquisas y corroboré que la susodicha continuaba editando y que salieron al mercado dos nuevos bestsellers: “La red púrpura” y “La nena”. La trilogía se completaba y nadie había visto a esa enigmática mujer de las letras.

Siguiendo nuestra limitada y frustrante labor policial, no pudimos analizar pistas, no pudimos vigilarla ni interrogar a testigos ni hacer un seguimiento, y solo por una orden judicial y con el consentimiento de Microsoft, se intervino el correo electrónico. Comprobados los mensajes pertinentes, encontramos un importante hallazgo: Carmen Mola, en realidad, era el pseudónimo de tres autores, tres hombres, tres guionistas de series de televisión. Tres amigos que un día decidieron unir sus talentos para contar una historia y que, de inmediato, se convirtieron en los principales sospechosos.

            Pero, ¿cuál sería el móvil del hecho delictivo? ¿Por qué hacer desaparecer a Carmen Mola, si no existía desde el principio? El “pienso, luego existo” de Descartes se quedaba pequeño ante este enigma.

Como soy una inspectora con talento, aunque esté feo reconocerlo, mientras me tomaba el primer ibuprofeno y escuchaba las noticias de la mañana, comprobé que justo esa noche se otorgaba el reconocido, y dicen que amañado, Premio Planeta, y lo comprendí todo. Accedí a la cuenta y pude comprobar que los presuntos asesinos, secuestradores o lo que fueran habían recibido un mail en el que se les anunciaba que eran los afortunados ganadores de la septuagésima edición del premio editorial, con su obra titulada 'La bestia', y que la superdotación económica era de un millón de euros. Todo quedaba resuelto: los tres autores no consintieron que Carmen Mola fuera la agasajada, que se engalanara para asistir a la cena y, sobre todo, que se apropiara del fabuloso festín; por todo ello, decidieron acabar con ella, lo que aún falta por determinar es si lo hicieron empleando la violencia extrema, como en sus novelas, o simplemente eliminándola sin más, con un borrón y cuenta nueva.

Lo cierto es que recuerdo claramente que, esa misma mañana del 16 de octubre, cuando me disponía a realizar la denuncia formal de la posible desaparición ante el juez, pude constatar que fueron los aclamados guionistas los que me propinaron un golpe seco y contundente en mi atribulada cabeza y que luego me depositaron en el interior de un coche abandonado. Sin embargo, ellos no contaban con que mis colegas de la Brigada Criminal seguirían incansables el rastro de la señal de mi móvil hasta encontrarme. Por cierto, los galardonados fueron acusados de  un delito de lesiones contra mi persona, pero el resto de las acciones contra Carmen Mola no resultaron punibles ante la ley. No había pruebas. No había caso.

 

 

20/03/2024

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