En un día soleado y absurdo, Margarita se encontraba desparramada en el sofá de su sala de estar, contemplando su barriga con la seriedad de un crítico de arte examinando una obra surrealista. Estaba convencida de que su abdomen irradiaba un cierto parecido al reloj derretido de Dalí. No sabía cómo había llegado a ese desbordamiento en carnes, pero tenía una certera intuición y, envalentonada por su locura gastronómica, agarró una patata, le pintó ojos, nariz y boca, la llamó Enriqueta y empezó a reprocharle todas sus inseguridades.
— Enriqueta, ¿has observado esta protuberancia que reina entre mi ombligo y mi pubis?
— Claro que sí, Margarita, ¿cómo no verla? Es como si el tiempo se derritiera en tu estómago, y es obvio que está inflado como un globo aerostático. Todo un portento del arte moderno. Si te exhibieran en la Tate Gallery de Londres, seguro que algún coleccionista se fijaría en ti.
— Mira qué graciosa ella, pues estoy convencida de que parte de este "arte" que tengo aquí se debe a tus odiosos hidratos de carbono.
— Déjate de tanta filosofía de la alimentación. Nunca se han dicho más chorradas sobre mí que ahora con los TikToks. Ya sé que no soy un superalimento como la cúrcuma o la chía, pero de ahí a que siempre me eliminen de la dieta, va un mundo.
— Patata, Enriqueta o como te llames, creo que no me comprendes, ¿no ves lo agobiada que estoy?, he subido dos tallas de cintura. Siento que tengo infiltrados en mi cuerpo que dirigen a dónde van mis carnes, que atomizan las calorías y que van tomando posiciones de mando
— ¿Cómo extraterrestres culinarios que hacen de escultores de grasa? Mira, Margarita, que además de entradita en kilos, creo que estás un tanto sonada de la cabeza. Un psicólogo nutricionista no te vendría mal. Y ya que hablamos de tallas, ¿alguna vez has pensado en la moderación o en hacer ejercicio? Dicen por ahí que hay algo a lo que llaman abdominales y, por lo visto, endurecen, reducen o algo así.
¿Pero cómo se atreve la osada patata a darme consejos? Ya estaba harta de estas ironías nutricionales y en un pestañeo la he echado otra vez en su cesto. ¡Habrase visto!
Ahora, para continuar charlando de mis sinsabores, de mis temores y de mis neuras, he escogido a un interlocutor válido y con personalidad: un filete de pechuga de pollo de corral, amarillo y criado con cariño y libertad, como debe ser, le he llamado Charlie. De momento, me he llevado una sorpresa, porque pienso que es algo presumido y que tiene un toque de creído; nada más verme me ha soltado, en plan panfletario: “Soy el rey de la dieta”. Y, sin preguntarle siquiera, me ha sugerido una combinación de alimentos que no fallaba. ¿Será posible el metomentodo proteico?
Se acabó. Ya estoy harta de los reproches de Enriqueta y del engreimiento y superioridad del rey Charlie. Me he tumbado otra vez en el sofá, pero, debo reconocer que, previamente, he cogido de la despensa un tentador paquete de galletas. Mientras me lo zampo y disfruto del sabor del chocolate, he encendido la tele y allí estaba la imagen de Dalí que, con sonrisa pícara, parecía guiñarme un ojo.
12/03/2024
Un placer leer el texto: la precisión al contar, los protagonistas elegidos, sus nombres... Todo el relato un absurdo ingenioso e imaginativo donde subyacen mensajes. Perfecta alusión a Dalí, inicio y final.
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