Yo no buscaba a nadie y te vi pasar desde mi ventana. Fue instantáneo: me enamoré. Me enamoré de tu incipiente calva, de tu prominente barriga, de esos andares que denotaban un hombre de mediana edad, de clase media, de altura media, de peso medio y de todo medio… Justo lo que podría encajar con mis pretensiones. Mi mundo se tambaleaba y la única salvación parecía ser refugiarme en el amor. Estaba dispuesta a abandonar mi independencia, mi laicismo, mis exigencias, mis principios y ese halo de persona respondona y reivindicativa. Buscaría consuelo en el romanticismo, desarrollaría la empatía y disfrutaría de una vida compartida contigo. Estaba decidida: eras mi hombre.
Para lograr mi propósito era consciente de que debía transformarme en una mujer manejable, tierna, lánguida y dulce. Así es que me hice un enjuague existencial y, por escrito, lo dejé todo aclarado: “Prometo vivir una historia de amor convencional, con final feliz, como algunos masajes. Prometo una boda por la iglesia, sin criticar en ningún momento al oficiante ni a la institución. Prometo formar una familia con miles de niños revoloteando a nuestro alrededor. Prometo encontrar un hogar para compartir, sin importar que sea un piso turístico. Prometo que ambos trabajaremos, aunque se rían de nosotros por estar sobrecualificados y nos paguen una miseria. Prometo que no surgirán problemas inesperados de deslealtades. Seremos el uno para el otro en pensamientos, obras e incluso en fantasías. Nuestro amor lo compensará”.
Llena de valentía ante estas divagaciones mentales, te llamé: “Oiga, oiga, ¿le importaría salir conmigo algún día?”. “Sin problema, estaría encantado” —respondiste con gracejo y naturalidad. Al hablar, dirigiste la mirada hacia arriba y descubrí que tus ojos, de un marrón medio, hablaban por ti, expresaban tu normalidad. Eras mi hombre.
Te lancé un papel con mi número de teléfono y esa misma noche me llamaste. Te hablé sin parar sobre el amor, mis intenciones, mis sueños y mis promesas. Aunque parecías callado, al final te animaste en la conversación y comentaste que te considerabas una persona muy intelectual, que te gustaba la física y que, de tener que elegir a un personaje histórico, escogerías a Einstein porque inventó la bombilla.
Fue en ese momento cuando lo comprendí todo. No estabas hecho para mí. No eras mi hombre.
03/03/2024
Título certero. Siempre presentas un argumento interesante. Haces una descripción muy original de su "hombre", esa mediocridad definida y atractiva/singular que provocanese paso a mujer convencional. Buen uso de adjetivos, certeras las imágenes mentales al definir lo usual o lo normalizado. Resuelves el desenlace en pocas pinceladas divertidas.
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