Pensaba jubilarme de narrador equisciente, siempre objetivo y equidistante a la trama, pero por culpa de este personajillo, se me han subido los nervios a la cabeza y he tenido que acudir al psicólogo. Tras analizar mi caso, me ha aconsejado cogerme una baja literaria de un mes o solicitar una comisión de servicios para realizar las mismas funciones, pero eligiendo entre narrador omnisciente o deficiente y, con tanto lío de palabras, al final he optado por contar la historia según vaya brotando y dejarme de encasillamientos.
Desde el éxito conseguido por Pierce Brosnan en la Caleta, la productora tenía pendiente filmar su trigésima película de aventuras y supervivencia, pero esta vez con un elenco de actores autóctonos. Realizado el casting correspondiente, se seleccionó al más atractivo de la comarca. La grabación era fácil, ya que solo debía memorizar una frase de tanto en tanto, todo lo demás era tiroteos, peligros y lucha contra los embates de la vida.
En la primera escena ya surgió lo inesperado. Nuestro protagonista debía entrar, con andares elegantes, en un pub de atrezo ubicado en el acantilado de Barbate y a la pregunta del camarero: ¿Qué quiere tomar?, respondería la mítica frase: “Un Martini seco, mezclado y no agitado”. Luego, siguiendo el guion, debía coger la copa, acercársela, olerla, alejarla y sorber un poco con impostado frenesí. Pero no. No y no. Jesús Castro, que hacía el papel, se equivocó, entró en los 100 Montaditos y pidió una jarra grande de cerveza. Cuando le preguntaron su nombre para llevar la comanda a la mesa, contestó silabeando exageradamente: “Mi nombre es Bond, James Bond, agente 007”. A lo que el confundido camarero inquirió: ¿Se llama Bond? El actor, orgulloso de su papel, dijo: “No, me llamo James”. ¿Geim? ¿Cómo se escribe? Pues Ja-mes. ¿Ja-mes? ¿Qué raro, no? Es que soy del Servicio Secreto de Inteligencia Británico. Anda ya, pues tu acento parece talmente de Vejer. Y lo del 007, ¿qué es, un dobladillo de caballa, tomate y mayonesa? ¡Corten!, enarboló el director, constatando el resultado catastrófico del rodaje.
La toma se eliminó y se pasó a la acción, que nunca falla. En una secuencia, el atractivo vejeriego debía esquivar una lluvia de balas, volverse mientras corría y de un solo disparo matar al malo. Esa la bordó, debo reconocerlo, aunque también es verdad que se manchó ese elegante traje de chaqueta, estilo campaña Corte Inglés en primavera, que debía durar impoluto todo el rodaje, y los encargados de vestuario se quejaron un poco.
Y llegó el momento que todos estaban temiendo, en el que el carismático espía debía memorizar la única frase larga de toda la película: “¿Por qué las chinas tenéis distinto sabor que las otras chicas? Sois diferentes, como el pato de Pekín es distinto del caviar ruso, pero las dos cosas me encantan.” Había que pronunciar esta perla verbal con la ironía propia del personaje, aparentando una retórica de senador romano y con el cliché del agente siempre interesante.
Como veo que se tambalean los pilares del feminismo y de la antropología, aunque me penalicen en el importe de la pensión, he decidido acogerme a la prejubilación literaria y que un narrador interino o lo que tengan más a mano siga contando esta desastrosa historia que pretendía ser de aventuras.
28/02/2024
Genial ese inicio de narrador libre y ese final tan agudo y crítico a la vez. Perfectos. Es un texto divertido, preciso y de buen argumento, muy libre.
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