Entre comillas, entre paréntesis o entre tú y yo, los asuntos importantes son importantes; los asuntos no importantes, quizás son aún más importantes. Vaya lío que os estoy haciendo, pero tranquilos exigentes lectores, esto es pura filosofía de la calle, del bar de la esquina o de la cola de la pescadería, como prefiráis.
Entre chaparrones y ciclones meteorológicos, la niña se hizo mujer y, como correspondía a su tan alto rango, jura y firma en un papel que será reina. Así, sin más. Su orgulloso padre está feliz por tener colocada a su hija desde los dieciocho años. Como él es rey, pues ella es reina. Y el que no se lo crea, que se estudie la Constitución, que para eso se aprobó ese artículo, junto a otro mogollón de ellos, en el siglo pasado. El abuelo, también rey, no fue invitado al acto por sus escándalos financieros, y la ingrata de la prima le hizo el feo y no acudió porque estaba de fiesta, pero le envió desde Perú un mensaje cargado de sentimiento: declaró que estaba muy orgullosa de su estirpe y que la joven promesa siguiera con ese boato, que, en definitiva, a ella también le daba y le daría de comer. La reina madre de la homenajeada se enfadó mucho porque el color de su traje coincidía con el de la presidenta del Congreso y eso deslucía la gala -cómo se atreve la plebeya balear a igualarse, aunque sea en color, conmigo, que yo antes era republicana, pero ya no. Que conste-. La hermana menor de la susodicha, infanta porque así lo quiere ese dichoso papel, miraba embelesada y quizás algo envidiosa. Igual estaba pensando: “Mira que ser toda la vida la segundona… Menos mal que estreno traje, estudio con la élite y, a la postre, comeré del mismo saco”. La tía mayor, también de sangre azul, acudió en coche blindado y oficial, con semblante algo cansado, porque le había costado horrores sacar a su hijo del after hour de turno. Y no sigo porque son quince las políglotas bocas reales y no tengo espacio en el folio.
Entre unas cosas y otras, los súbditos, mientras tanto, emocionados y casi llorando a moco tendido, andaban preguntando de qué firma eran los trajes que lucían las mujeres, quiénes eran las más elegantes, las que llevaban las pedrerías más valiosas, cuántos kilos de maquillaje lucían las invitadas, los centímetros de tacón de los Manolo Blahnik, el número de invitados del besamanos, la medallas que destellaban en los uniformes de gala y los platos que se zamparon en la comida posterior. Terminados los discursos y los brindis, la regia familia salió del palacio, tuvo a bien saltarse el protocolo y, con sonrisa fingida, saludó a la gente que llevaba horas apelotonaba en la puerta.
Entre el desencanto y el aturdimiento, me desperté de la siesta, pensando que había sido una anacrónica alucinación, una horrible pesadilla; pero no, a lo lejos y, a modo de banda sonora del telediario, escuchaba al enfebrecido pueblo que canturreaba: “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz”. Creo que mi mente, mi ánimo y mi horizonte zigzaguean, y ya estoy tecleando el número del youtuber El Rubius para que me haga un sitio en Andorra.
04/11/2023
Qué bien retratas lo que pasa...
ResponderEliminarIntroduces,como sin querer, de forma magistral. El texto es actual, irónico y jovial,en directo y en diferido. ¿Pesadilla o no? Lo cuentas pleno en detalles y matices.
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