—Ha quedado probado que en el día de los hechos, doña Teresa García Ortiz y doña María de la Gracia Cruz, se encontraron con don Jesús Telmo Díaz en un piso, sito en la calle Concepción Arenal nº 15, y que sobre las ocho de la mañana fue hallado el cadáver del susodicho. Como los motivos del caso están aún por descubrir, cito a declarar a la acusada, doña Teresa García.
—Buenos días, señor juez. Quizás tenga mi parte de culpa en este trágico suceso. El motivo de lo ocurrido, según mi versión, estriba en que una cosa es trabajar con el cerebro y otra bien distinta con las pasiones. Conozco a María desde que estudiábamos Matemáticas en la Universidad, hace ya casi treinta años. Todo empezó con el hecho de que, cada cierto tiempo, nos juntamos para celebrar nuestra amistad y salir de cena. Charlamos, reímos y bebemos. Sobre las doce de la noche llegamos a la conclusión de que queríamos tener un encuentro sexual y como a los posibles ligues les aterroriza las mentes matemáticas y, más aún, los cuerpos cincuentones, decimos contratar a un gigoló. Queríamos el mejor. Acudimos a una agencia especializada en este tipo de servicios para garantizarnos cierta protección. Queríamos un hombre con sobrada fortaleza física, ya que se trataba de realizar dos servicios en la misma noche. El precio estipulado fue de dos mil euros. La verdad es que nos pareció carísimo, pero entre las copas y el deseo ferviente, aceptamos la propuesta. Faltaba precisar el orden de intervención. La más noble es la que cede, decía mi madre; así es que opté por cederle el primer turno y, por tanto el más valorado, a María. Me daba lástima lo sola y ansiosa que estaba siempre. Era la una de la mañana. Pactamos que tardaríamos dos horas cada una y asunto zanjado. Cómo iba a saber el punto patológico de María, por lo visto es adicta al sexo, con trastorno compulsivo y un sinfín de patologías más. Se llevó hasta las siete de la mañana dale que te pego, al pobre muchacho no le dio tregua ni para beber un poco de agua. Yo, mientras esperaba, bajé a por un café y unas porras y hasta me eché una siesta.
Sobre las siete y media de la mañana llegó mi ansiado turno, entré en el dormitorio y me encontré a una especie de espectro humanoide, desnudo, en estado febril, con los ojos cerrados y contoneándose con parsimonia. Para reanimarle, y a falta de algún caldo caliente, le ofrecí los churros que me habían sobrado, por aquello del efecto energético de los hidratos, pero al pobre le dio un telele, extenuado y sin respiración, cayó desplomado sobre la cama.
—Perdone que le interrumpa. Señor juez, mi defendida aquí presente, doña Teresa, no es la culpable del lamentable suceso. Según mi argumentación, y basándome en la cronología de los hechos, la verdadera autora material de esa muerte súbita, fue doña María de la Gracia, que maldita gracia. Su hipersexualidad insaciable fue el motivo evidente del desvanecimiento y posterior óbito.
—Pues permítame que yo le interrumpa ahora, señor abogado defensor. Como fiscal del caso, quisiera hacer una última aportación importante. El difunto, aunque mostraba signos de extenuación física también, y según la autopsia realizada, sufrió un grave atragantamiento, probablemente producido por la ingestión de los referidos churros. La acusada pudo, en acto de venganza, haberlo provocado por no haber recibido los servicios contratados.
—Ante tal disyuntiva, doy por terminada la vista, quedando este juicio visto para sentencia. Despejen la sal.
01/02/2023
Consigues crear ese ambiente de juicio con piezas sugerentes encajadas y atractivas al lector. Todo un cóctel literario. Abierto el desenlace y con trama plena.
ResponderEliminar