El profesor de Historia era un amargado; siempre nos tachaba de inútiles, irresponsables y desagradecidos, pero era él quien enervaba a todos. El ambiente de la clase se hacía asfixiante e irrespirable. Cuando explicaba el reinado de Luís XIV, entre frase y frase, vociferaba con sonora altanería: “Antonio Ruiz, ¡cállate! Clara Bermúdez, ¡estate quieta! No llegaréis a nada en la vida, los dos seréis unos fracasados”.
Yo odiaba al profesor de Historia. Era un ser ruin, mezquino, degradado, vulgar y solo recitaba de memorieta lo que literalmente estaba escrito en el libro de texto. Su halitosis era nauseabunda. Todo en él era repulsivo. Todo en él era deleznable.
Un día, como tantos, se enfadó y, por venganza, nos puso un examen sorpresa de todo el absolutismo francés. Con mirada gélida, nos observaba. Era consciente de que lo estábamos haciendo fatal, para él era el escarmiento perfecto. No dejaba de jactarse advirtiéndonos, de modo desafiante, que la nota de ese examen era primordial para la evaluación. Empozoñaba, metía cizaña, sembraba el recelo y la discordia entre nosotros, siempre con una sonrisa aterradora, como el Sowerberry de Oliver Twist.
Era un viernes, a última hora, metió todos los exámenes en su cartera de piel raída por los años y, dando un portazo, salió de clase, carcajeándose sarcásticamente y dejándonos a todos hundidos e impotentes.
Entonces seguí mi plan tantas veces imaginado. Al salir del colegio, hice que nos cruzáramos por la calle; allí iba, orgulloso, dando zancadas victoriosas. Yo, sin embargo, iba detrás derrotada y hundida en mis temores. Me juré que ese espécimen desgraciado no volvería a hacer daño a nadie. Le seguí a una cierta distancia y, al observar que se metía por una angosta callejuela poco iluminada, salí de entre las sombras de un portal, aproveché un descuido de mi odiado profesor y, con un rápido movimiento, extraje de la mochila unas grandes y afiladas tijeras y se las metí en la boca cortándole la comisura de los labios y la carne de las mejillas para dibujar en su rostro una sonrisa satánica. La sangre brotó a borbotones salpicando mi jersey nuevo.
—Clarita, cómete ya la hamburguesa. Pero, ¿no ves que te estás llenando de ketchup el jersey que estrenaste esta mañana? Pepe, yo creo que nuestra hija será una escritora romántica, siempre está como abstraída.
—¿En qué piensas, hija?—preguntó mi padre dulcemente.
—¿En qué voy a pensar? Pues, en eso que decís; me estoy imaginando un lío amoroso entre dos compañeros, en una clase de Historia.
15/12/2021
Finalista en el V Concurso DONBUK Editorial de relatos de terror
29/04/2022
Incluído en VESTIDO NEGRO, libro que recoge la antología recopilatoria de los relatos ganadores y finalistas
Interesante esa descripción, tajante, llena de matices del profesor, la actitud de Clarita y su "gran imaginación " para hacer justicia. Se sigue la historia sin perder detalle, todo es aprovechable y bien relatado.
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