Cuando tenía diez años, el destino ya me auguraba un futuro pedagógico. En esas calurosas y eternas tardes estivales, nuestras madres nos obligaban a guardar la compostura y casi a hacer un voto de silencio; todos los amiguitos del vecindario obedecíamos sin dudarlo, quizás fuera por el zapatillazo que te llevabas si osabas a incumplir el pacto unilateral establecido por las progenitoras. Pues yo, ya digo, siguiendo mi vocación de enseñante, reunía a los vecinillos en mi cuarto, organizaba como una clase con los muebles desvencijados que iba encontrando y les entregaba unos cuadernos Rubio, ya usados pero borrados y otra vez utilizados, con los que pretendía repasar o reforzar sus conocimientos de Matemáticas. Mira Paquito, del 2 al 10, 8 y te llevas 1. Era fácil para mí. Todo consistía en aprenderse las reglas que te enseñaban a resolver y a dilucidar el orden de las operaciones. Claro que a Pili se le atragantaba y la muy obtusa decía que del 3 al 2 había 1. Yo no desistía y hasta les mandaba deberes para el día siguiente. Ahora que lo pienso creo que mis amiguitos me rehuían.
Pasado el tiempo y en clase de Latín, Doña Margarita, con las uñas y labios pintados de un rojo carmesí, que es que ni pegaba, iba rebuscando un nombre en su libreta del profesor. Yo observaba, muerta de sigilo, cómo esas uñas iban de aquí para ya hasta que daban en el blanco: Jiménez Ortiz, Pilar. Y allí iba mi compañera, como si del cadalso se tratara, dirección a una pizarra cuajada con un denso texto de la Guerra de Galias. Los demás respirábamos aliviados. De este fusilamiento me he librado, creo que pensábamos todos. Yo no tenía miedo, porque el pretendido análisis del texto también estaba cuajado de reglas y declinaciones. Tú seguías las instrucciones y no había problema. Piluca, ten cuidado que rosam es acusativo, que la vas a liar y ella, en la inopia, decía: genitivo. Doña Margarita, sin piedad, la mandaba a su pupitre con un cero… eran otros tiempos.
En el bachiller más de lo mismo: Las matemáticas y la gramática iban de la mano. Las rectas, los conjuntos o las matrices tenían en común con el sintagma nominal, verbal o las palabras llanas o esdrújulas, más de lo que pudiera parecer. Si te limitabas a aplicar las reglas, a aplicar lo marcado, lo estipulado, no te equivocabas.
Durante los estudios en la Facultad de Económicas, yo a lo mío: Debe y Haber, Activo y Pasivo. ¿Qué tienen que cuadrar? Pues oído cocina. Axiomas, principios y… reglas. Mi ilusión seguía siendo ser profesora para aplicar todo lo aprendido, lo conseguí y allí tenía me primera promoción.
Desde el primer día llamó mi atención Blanca Ramírez, era rubia, alta y ojos azules. De genes físicos iba sobrada, pero en el tema intelectual, probablemente, habría salido al tío segundo por parte de padre. Yo, con suma paciencia, le insistía en la sencillez del cuadre de columnas, aplicación de principios contables y, entre tema y tema, a modo de mensaje subliminal iba insertando algunas consignas, siendo consciente de que, con toda probabilidad, caería en el vacío: Blanca que no se dice lo que, ni asín, ni contra, y resta del Activo el Pasivo para que te dé el Patrimonio Neto. Cinco años me llevé insistiendo en: reglas, Blanca, reglas. Estaba convencida de que impartía unas excelentes clases.
Dos años después de jubilarme, y casualmente, me encontré con Blanca Ramírez por la calle, fue ella la que me vio y, con cara agradecida y afectuosa me dijo: “Isabel, me recuerdas? Claro, tú eres Blanca Ramírez, de la promoción del 98, sigues muy guapa, ¿trabajas? Sí, en una Inmobiliaria. Tengo dos niños preciosos. Qué bien cuánto me alegro. Mira Isabel, te quería decir que contigo aprendí mucho. Yo me quedé henchida de satisfacción y le pregunté: ¿De qué te acuerdas con más detalle, del libro Diario, Mayor, del Debe o del Haber? A lo que ella, con su desparpajo característico, respondió, “pues mira, recuerdo como si fuera ayer, cuando entre Balance y Balance y, casi de raspadillo, nos insistías en que no se dice asín… y no veas la cantidad de gente que lo dice en Cádiz”.
30/05/2021
La forma de evocar los recuerdos nos incluye y hace cómplices, tantos matices y personas que describes con maestría en las relaciones y el paso del tiempo
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