A los veinte años nos conocimos y nuestra relación era mágica. Nos casamos y solo tenía ojos para mí y no quería que nadie me mirara y se volvió posesivo y decía que yo me insinuaba. Un día llegó enfadado y me pegó y lo vi normal y me fue apartando de mi familia y vivía solo para él y me insultaba y yo callaba y se arrepentía y me abrazaba y yo le perdonaba. Tuvimos un bebé y yo me sentía atemorizada y le volvía a perdonar. Una madrugada nuestro hijo enfermó y él lo zarandeó y yo abracé a mi retoño y salí corriendo a la calle y la boca se me secó y me encontré una fuente para beber y presioné el pulsador y brotó agua, vida y valor y… me he atrevido. Esta es mi verdad, señor agente, quiero denunciarle.
Yo quería ser chica Almodóvar, como Penélope Cruz en Volver , ocultando el cadáver del marido en un arcón congelador. Pero, para mi infortunio, ese universo ochentero y glamuroso se escapó mientras trabajaba como maestra en una escuela de un pueblo perdido en la sierra de las Villuercas. Hoy, uso tacones más sensatos que lejanos. Ya soy mayor, abuela, y tengo pocas ganas de ese mundo de lucimiento y trasnocheo. El manchego, en cambio, sigue imparable: ha triunfado en Venecia y posa, flanqueado por dos bellezas de piel lechosa, altísimas y que sólo se entienden en inglés: sus nuevas chicas. Cuando pensé que había perdido el tren de la fama, de los cócteles y vestidos llamativos, caí en la cuenta de que vivo en Extremadura, y que ese tren de mi vida salió de la estación con horas de retraso y terminó averiado en mitad de una dehesa y de la noch...
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