En la nochevieja del 2019 toda mi familia comentaba
lo exagerados que eran los chinos con sus alergias, sus murciélagos y sus
mascarillas. En febrero el norte de Italia, también se había contagiado con ese
inaudito virus. Pero aquí en España, a lo nuestro. Nosotros decíamos: menos mal
que Italia está lejos, pues no hay kilómetros de Cádiz a Milán…Aquí andábamos
de carnavales, conciertos y manifestaciones. Con tanto trajín chirigotero y
reivindicativo y entre pitos, manzanilla y bocatas de tortilla, ya me sobraban
dos kilos.
A mediados de marzo, nuestro presidente, con cara de pocos amigos, nos confinó. Tres meses me llevé rodeada de comida abundante, pan artesanal con levadura, que conseguía sobornando a la cajera del super, chocolate 80% que no sé ni que significa, pero dicen que no engorda y todo… regado con vino blanco verdejo, a discreción. Estaba depre, sola y no tenía que conducir. Resumen: dos kilos más. Lo mío era como un embarazo. Iba a kilo por mes desde que empezó el año.
Allá por el mes de junio tocó la desescalada, la nueva normalidad. Salimos todos a la calle, por tramos de edades, como los niños en el recreo del colegio. Tocaba vernos. ¿Tomamos algo?, ¿dónde nos vemos?, ¿a qué hora? … Estaba que no paraba, tanta cena, copas y alterne me tenía, otra vez, llena de angustia y ansiedad. Con el viacrucis de bares gané otro kilo extra.
Julio y agosto se fueron volando, pero no así los kilos que me sobraban. El sobrepeso se iba incrementando por día. Pero era el esperado y merecido verano. Se nos olvidó que existía ese ingrato virus y nos liamos con chiringuitos playeros, viajes nacionales y degustación de los productos típicos de las zonas visitadas. Creo que fue por aquella época cuando gané el octavo kilo.
Llegó octubre, noviembre y la segunda ola. El virus, para nuestra sorpresa, seguía vivo. Y yo seguía comiendo, porque el otoño siempre me ha predispuesto a la melancólica, a la tristeza existencial y a todos los excesos con los que se pretende mitigar. Vinieron los cierres perimetrales y demás medidas restrictivas. Para mi desgracia burguesa el incontenible desparrame corporal se hacía cada vez más evidente.
Allá por el mes de diciembre era consciente de que mis hábitos culinarios debían cambiar, pero urgía despedir el jodido año, con perdón. No sabíamos con certeza si la cena sería de solo convivientes, allegados o si también podía unirse el repartidor de tele pizza si pasaba por allí. Lo que sí estaba claro es que, solos o acompañados, debíamos cenar algo especial, a ser posible, hipercalórico o con grasa oculta.
El año 2020 fue atemporal, fue más allá del tiempo. Nos dejó nuevo vocabulario: inmunidad de rebaño, EPI, ERTE o aplanar la curva. Nos dejó la idea de que nuestra sociedad es sumamente vulnerable, que nuestra generación, que no había vivido ni guerras ni pandemias, era demasiado privilegiada y que esta dosis de realismo extremo, a veces cruel, quizás nos hiciera ver la vida y la muerte con otra perspectiva. Hemos sido sufridos testigos de una desgracia universal. También nos dejó el teletrabajo, el tik tok, una flamante vacuna y hasta el inoportuno concierto del incombustible Raphael. El año 2020 ya se fue y se llevó demasiadas vidas, ilusiones y abrazos no dados; se llevó todo, menos mis kilos.
14/01/2020
El inicio ya promete llevarnos de la mano. Usas el ingenio para desarrollar a través del personaje un contenido crítico a la vez que lleno de colorido humorístico.
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