—Sí. Contactamos por la web “Relojes locos”. Tras colgar varios comentarios en el grupo, nos citamos, por privado, un caluroso 15 de agosto, a las 19:47 h. exactamente. Lo sé porque había mirado el reloj a las 19:46 h. y lo volví a mirar a las 19:48h. Tuvimos una agradable conversación y nos quedamos gratamente sorprendidos cuando descubrimos que compartíamos la misma inocente afición, que en nuestro caso tenía un matiz obsesivo, compulsivo y peligroso: el tiempo, el minutero, los relojes. El tic-tac, ti-tac, nos perseguía día y noche. Charlamos de relojes, de medir el tiempo o de por qué, en publicidad, todos los relojes marcan las 10:10 h. Cuánta felicidad sentí aquella tarde, a medida que se acumulaban las copas vacías de los gintonics, las risas y los arrumacos se prodigaban. Incluso me olvidé de mirar las 21:15 h…. Imperdonable. Tic-tac, tic-tac, me estaba impacientando. Saqué mis armas de seducción y le propuse tomar una copa más en su casa. Ella, con bastante soltura accedió y, sonriente, me dijo que iba a enseñarme su última adquisición en su colección de relojes.
—¿Qué ocurrió en el piso, sito en C/ Sol núm. 44?
—La casa era acogedora, dentro de los cánones impuestos por IKEA. Su originalidad se centraba en que estaba atiborrada de relojes: de arena, de pulsera, de bolsillo, de cuarzo, de sol, isabelinos o radiocontrolados. Lucían integrados en colecciones, colgados de la pared, del techo o adornando librerías. La casa era como un museo del tiempo. Lucía era mi alma gemela, era la única mujer que me comprendería. Tenía que conquistarla. Intenté besarla, pero ella se escabulló y me dijo: cierra los ojos que te voy a enseñar mi joya, mi reloj exclusivo, imposible, inimaginable. Cuando aturdido abrí los ojos me encontré con un revólver reloj de mesa. Este es el tic-tac llevado a su máxima expresión. Te propongo un juego que solo durará un minuto escaso. ¿Te atreves? Me preguntó ella. Pensando, ingenuamente, que se trataba de otro tipo de juego, desabrochándome la camisa la cogí de la cintura. ¡Quieto!, inquirió. Nuestro juego será más potente, más extremo, más peligroso.
El reloj revólver tictacqueaba impaciente. Lucía insertó dos balas dentro del tambor, y giró el cilindro. ¿Quién empieza?, preguntó desafiante. El corazón me palpitaba al ritmo frenético del tic-tac. Caballerosamente, y armándome de valor, respondí: Empiezo yo, por supuesto. Cuando coloqué el cañón en mi sien, miré mi smartwatch, eran las 24:00 h. y pensé: qué hora más redonda para fallecer. Y sin miedo alguno, apreté el gatillo. Perdí el control del tiempo, algo impensable en mí, no sabía si había pasado cinco segundos o una hora. El tic-tac, tic-tac, estuvo a punto de alcanzarme, pero no lo consiguió. Entre sudores fríos y latidos galopantes comprobé que la suerte había jugado a mi favor.—Entonces, cuando le tocó el turno a la difunta Srta. Méndez, ¿qué ocurrió? —preguntó con tedio y desgana el agente, dando casi por formalizado su rutinario atestado policial.
—Pues… quedaba una bala, un disparo y el resultado fue una persona fallecida… Investigue, investigue, Sr. policía. Me niego a hacer un spoiler.
11/11/2020
Envuelves desde el título, esa buena exposición inicial y un desenlace servido con humor
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