Gracias, murmuro, mientras observo a mis hijas parlotear tras la ventana. Gracias, porque entre ellas y entre risas, hablan con total desenfado varios idiomas, como si de un juego se tratara. Gracias, porque una es muy morena y ojos negros, como el padre, y otra castaña clara, con pecas y ojos marrones, como yo. Gracias. Creo que empezaré por el principio. Soy sevillana y médica de familia. Lo tuve claro desde pequeña; mi vocación era y es curar a la gente, pero en consulta primaria. El proceso es simple y a la vez complejo: el enfermo acude al centro de salud, explica qué le sucede: sus angustias, sus síntomas. El médico escucha, explora, diagnostica, tranquiliza, habla y, si procede, le receta algún medicamento. Cuando, después del examen MIR y, debido a mi elevada puntuación, podía escoger entre un abanico amplio de especialidades y yo me decidí por “Medicina familiar y comunitaria”, el aplauso del resto de los convocados fue unánime, porque dejaba libres especiali