Café de Levante (Primer premio de la V edición del Concurso de Relato Corto "Historias del Café" convocado por el Café de Levante. Cádiz)
En
cuanto entré por primera vez en el Café de Levante, me acordé de aquel otro, en
El Puerto, al que mis padres me llevaban mucho cuando yo era chico. Se llamaba
El Americano y tenía fotos de artistas de las que mi madre decía que eran todas
unas ye-yé.
-
Yo no sé qué hace aquí, entre tanta ye-yé, esa monería de Marisol - decía mi
madre.
Yo
me moría de ganas de tener un autógrafo de Marisol y me pasaba el día
canturreando las canciones de mi artista favorita. Un día sorprendí a mi madre
diciéndole a mi padre que estaba preocupadísima por lo mío, con tanta Marisol.
Por eso casi enloquecí de sorpresa y de felicidad cuando mi padre, al volver de
uno de sus viajes a Madrid, me trajo una foto de Marisol con un autógrafo muy
cariñoso: “Para Noli, de su artista favorita. Marisol”.
La
que casi muere de envidia fue mi hermana Berta, dos años menor que yo y, desde
chica, una obsesa del fútbol. Muchos domingos íbamos con mi padre al Carranza,
y Berta se pasaba todo el partido gritándole atrocidades al árbitro y a todo
bicho viviente. Después, terminábamos en un bar que estaba lleno de fotos de
los jugadores del Cádiz y del Real Madrid, los dos grandes amores del dueño del
bar, y mi hermana Berta empezó a ponerse insoportable pidiéndole a mi padre un
autógrafo de Zoco, un defensa rubio y elegante de aquel Real Madrid ye-yé. Al
regreso de otro de sus viajes, mi padre apareció con un autógrafo de Zoco para
mi hermana Berta. Con el tiempo, Berta llegó a tener una colección inverosímil
de autógrafos de Mágico González.
Los
dos más chicos de la familia, Nacho y Fran, nacieron mellizos y, desde luego,
con la tara congénita de los autógrafos, pero Nacho fue el más precoz. Cuando
dieron por la televisión el asesinato de Kennedy, Nacho, que sólo tenía seis años,
señaló de pronto con el dedo la foto de Lee Harvey Oswald y dijo:
-
Yo quiero el autógrafo de ese tío que ha matado a Kennedy.
Mi
madre quedó horrorizada, seguro que pensó que aquel hijo suyo iba para
magnicida. Menos mal que enseguida Jack Ruby mató a Oswald y eso salvó a mi
padre del embolado. Sin embargo, en su momento, le consiguió a Nacho un
autógrafo de Charles Manson. No creo que Nacho se haya convertido en un asesino
de famosos, pero a saber. En cuanto al otro mellizo, Fran, tardó cinco años en
manifestar la obsesión familiar por los autógrafos, aunque cuando lo hizo
apuntó alto; de hecho, apuntó altísimo. Estábamos todos juntos viendo la
televisión cuando el primer hombre pisó la Luna, y de pronto a Fran le entró un
frenesí y le exigió a mi padre un autógrafo de Neil Amstrong. Mi padre, tan
campante, dijo que él conocía a uno de la Base de Rota, y Fran tuvo su
autógrafo de Amstrong. Hoy, Fran es piloto de Ryanair.
Ha
pasado el tiempo y yo sigo recordando todo aquello cada vez que entro en el Café
de Levante. Y no sólo porque el Café de Levante esté lleno de fotos de
artistas, sino por algo que estaba pasando cuando entré en el Café por primera
vez.
Continuar relato inicial
CCafé levante Levante
Decía Ortega y, por ende, Gasset que en esto de los yoes
hay mucho lío. El yo que creo que soy, el que creen los demás, el que me
gustaría ser. Si a esto se le une el sinfín
de nombres en uso que tengo: Manuel, Manolo, Lolo, por no hablar de mi nombre de guerra,
Noli, es normal que yo también me líe si quiero aclarar mis ideas, tendencias y atracciones.
Justo estos eran mis pensamientos cuando, de
adolescente, crucé el umbral del mítico Café
de Levante, con su sencilla puerta de madera y cristal. En ese justo momento,
estaban colocando un nuevo cartel de cine, el lugar que habían escogido era
entrando a la derecha, presidiendo esa zona de veladores y
sofás. Me llamó la
atención por su colorido: azul, rojo, blanco y amarillo. Era un cartel icónico,
ambiguo, plasmaba el medio torso de una mujer andrógena, con una imagen muy
característica y expresiva. Arriba, a la
izquierda del cartel, y sin llamar la atención, estaba escrito “El Deseo, S.A.
presenta:” Al leer esto, pensé y tú, ¿qué deseas?
Todo
mi cuerpo sufrió una catarsis, sentí un cambio de sentido, de identidad y
entonces, en vez de leer “Todo sobre mi madre”, visualicé “Todo sobre Noli”. Porque esa mujer: media melena, boca grande con
labios pintados de rojo carmesí, brazos cruzados y una mirada indefinida,
representaba todo lo que había añorado en la vida, porque esa mujer se movía
entre mujer y no mujer, entre hombre y no hombre, porque esa mujer, o ese
hombre era yo.
Llegado a este punto, creo que es mejor que me
presente. Mi nombre es Manuel de la Torre Martínez, estoy casado con una mujer
y soy feliz. Trabajo de director de la sucursal 4872 del Banco Santander en
Cádiz y, voy con frecuencia al Café de Levante a tomar una copa el sábado noche
con mi mujer y el grupo de amigos del trabajo o del pádel, porque me gusta su
ambiente alternativo y cultureta, y
porque a este café, a lo que transmite y a lo que proyecta, le debo mi
equilibrio vital, sexual y emocional.
Desde
pequeño noté en mí algo que no se ajustaba al comportamiento de los demás y,
después de un profundo estudio para poder ubicarme en esta cruel sociedad,
llegué a la conclusión de que soy de género
fluido, llamémosle neutro o que no me identifico con ningún género y
circulo entre varios. Soy raro o poco
usual, pero como en España, a todo lo que se precie hay que ponerle una
denominación anglosajona, pues soy “queer”, que es lo mismo pero en inglés que
queda mejor.
Como se suponía que
era hombre, siempre he asumido el género masculino, con su comportamiento y
educación determinados, no me costaba ser el más peleón en el patio del colegio
o el más rápido con las carreras de bicicletas. Mientras tanto, no podía evitar
profesar especial inclinación por la copla, detalle que no era muy apropiado
para el primogénito de una familia burguesa como la mía. De ahí la eterna
preocupación de mi madre, mientras a mis otros hermanos les gustaba el futbol o
la política, a mí me veía delante del espejo cantando “Corre, corre,
caballito”,
con una peluca rubia y una camisa de flores prestada por mi abuela
que, aplaudiendo, hacía de improvisado y entregado público.
De
joven era una persona muy activa, tocaba la batería, leía mucho, practicaba
danza y surf en días alternos y compatibilizaba la atracción por las mujeres
y por los hombres.
Pronto conocí a la mujer de mi vida, se llamaba Esther,
era y es divertida, empática, guapa e inteligente. Me enamoré de ella, cuando
por mi vigésimo cumpleaños me regaló mis
primeros
stilettos Louis Vuitton, con esa suela roja y tacones de aguja que
tanto me ponían, esa noche dimos rienda
suelta a nuestros más simpáticos y originales juegos amorosos. Desde entonces
siempre nos hemos amado y respetado. Yo me enamoré de su persona, de su manera
de ver la vida, de tocarnos y de entendernos, y todo ello con independencia de
su sexo. Entre nosotros hay un compromiso de pareja, un compromiso real. Los dos consideramos que la lealtad va más allá de la fidelidad porque para ser
leal tienes que ser honesto y tienes que ser fiel a ti mismo.
No podía evitar en
las reuniones del banco tener fantasía sexual con el director general mientras
exponía los objetivos financieros del siguiente semestre, a pesar de ser un
tipo serio, distante y poco atractivo, y
con un único pelo a lo “Anasagasti”.
Debo
reconocer que me he enamorado de forma light
de dos hombres. Con el primero, Daniel, tengo una relación emocional y física,
nuestros encuentros suelen ser intensos y algo confusos pero me divierten, me
dejan un nivel de testosterona óptimo y un estado de ánimo envidiable.
El
segundo es un enamoramiento mental, imaginario, no sé ni su nombre, pero creo
que trabaja de apoderado en la Caixa, porque nos encontramos diariamente por la
mañana y nos miramos de soslayo. Se trata de una ilusión, que solo tiene
sentido en mis pensamientos, imaginación y fantasía.
Mis
experiencias románticas, físicas o platónicas, siempre han sido con personas de
mi entorno pero soy consciente de que en la década de las apps de contactos es más fácil y rápido tener sexo que pedir una
pizza.
Por
qué ser sexualmente rígidos. Por qué encorsetarnos y marcar una casilla estanca
como hombres machotes o afeminados,
mujeres coquetas, varoniles o barbudas, heterosexuales, bisexuales. Dejémonos de etiquetas. Somos personas, sin más.
Esta
amalgama de ideas, tendencias y atracciones, que pretendía aclarar cuando entré
por primera vez en el Café de Levante, las he mantenido en secreto pero sin
traumas adicionales; y, paradojas de la vida, cuando era pequeño el único que se
percató de estos conflictos internos fue mi padre cuando me regaló un autógrafo
de Marisol dedicado a Noli, en ese momento no llegué a captar por qué me había
puesto ese apelativo que sólo yo conocía.
Lo
mejor o peor de mi historia es que nadie la sabe, o todos la saben y me dejan
hacer.
Primer premio de la V edición del Concurso de Relato Corto "Historias del Café" convocado por el Café de Levante
07/07/2019
Me ha encantado el relato. Has enlazado el relato de Mendicutti y le has dado alma al protagonista. Has convertido a un personaje, casi costumbrista del relato inicial, simpático pero intrascendente, en un personaje con vida y con una historia que contar, con sentimientos, con miras y con capacidad para transmitir.
ResponderEliminarEl personaje burgués y anodino, tú lo conviertes en sujeto literario, cuya vida no se agota en el relato. Noli nace, con derecho propio, y gracias a ti, su autora, para protagonista de una novela. Te animo para que no lo agotes en el relato sino que le des una proyección narrativa más amplia. Noli de Yayo engrandece al Noli de Mendicutti. Enhorabuena.
Manolo Rey