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Café de Levante (Primer premio de la V edición del Concurso de Relato Corto "Historias del Café" convocado por el Café de Levante. Cádiz)








Concurso Café de Levante


RELATO INICIAL: Eduardo Mendicutti. Los autógrafos.
 
En cuanto entré por primera vez en el Café de Levante, me acordé de aquel otro, en El Puerto, al que mis padres me llevaban mucho cuando yo era chico. Se llamaba El Americano y tenía fotos de artistas de las que mi madre decía que eran todas unas ye-yé.
- Yo no sé qué hace aquí, entre tanta ye-yé, esa monería de Marisol - decía mi madre.
Yo me moría de ganas de tener un autógrafo de Marisol y me pasaba el día canturreando las canciones de mi artista favorita. Un día sorprendí a mi madre diciéndole a mi padre que estaba preocupadísima por lo mío, con tanta Marisol. Por eso casi enloquecí de sorpresa y de felicidad cuando mi padre, al volver de uno de sus viajes a Madrid, me trajo una foto de Marisol con un autógrafo muy cariñoso: “Para Noli, de su artista favorita. Marisol”.
La que casi muere de envidia fue mi hermana Berta, dos años menor que yo y, desde chica, una obsesa del fútbol. Muchos domingos íbamos con mi padre al Carranza, y Berta se pasaba todo el partido gritándole atrocidades al árbitro y a todo bicho viviente. Después, terminábamos en un bar que estaba lleno de fotos de los jugadores del Cádiz y del Real Madrid, los dos grandes amores del dueño del bar, y mi hermana Berta empezó a ponerse insoportable pidiéndole a mi padre un autógrafo de Zoco, un defensa rubio y elegante de aquel Real Madrid ye-yé. Al regreso de otro de sus viajes, mi padre apareció con un autógrafo de Zoco para mi hermana Berta. Con el tiempo, Berta llegó a tener una colección inverosímil de autógrafos de Mágico González.
Los dos más chicos de la familia, Nacho y Fran, nacieron mellizos y, desde luego, con la tara congénita de los autógrafos, pero Nacho fue el más precoz. Cuando dieron por la televisión el asesinato de Kennedy, Nacho, que sólo tenía seis años, señaló de pronto con el dedo la foto de Lee Harvey Oswald y dijo:
- Yo quiero el autógrafo de ese tío que ha matado a Kennedy.
Mi madre quedó horrorizada, seguro que pensó que aquel hijo suyo iba para magnicida. Menos mal que enseguida Jack Ruby mató a Oswald y eso salvó a mi padre del embolado. Sin embargo, en su momento, le consiguió a Nacho un autógrafo de Charles Manson. No creo que Nacho se haya convertido en un asesino de famosos, pero a saber. En cuanto al otro mellizo, Fran, tardó cinco años en manifestar la obsesión familiar por los autógrafos, aunque cuando lo hizo apuntó alto; de hecho, apuntó altísimo. Estábamos todos juntos viendo la televisión cuando el primer hombre pisó la Luna, y de pronto a Fran le entró un frenesí y le exigió a mi padre un autógrafo de Neil Amstrong. Mi padre, tan campante, dijo que él conocía a uno de la Base de Rota, y Fran tuvo su autógrafo de Amstrong. Hoy, Fran es piloto de Ryanair.
Ha pasado el tiempo y yo sigo recordando todo aquello cada vez que entro en el Café de Levante. Y no sólo porque el Café de Levante esté lleno de fotos de artistas, sino por algo que estaba pasando cuando entré en el Café por primera vez.

 
Continuar relato inicial

CCafé levante Levante
Decía Ortega y, por ende, Gasset que en esto de los yoes hay mucho lío. El yo que creo que soy, el que creen los demás, el que me gustaría ser. Si a esto se le une el sinfín  de nombres en uso que tengo: Manuel, Manolo, Lolo, por no hablar de mi nombre de guerra, Noli, es normal que yo también me líe si quiero aclarar mis ideas, tendencias y atracciones.
    Justo estos eran mis pensamientos cuando, de adolescente, crucé el umbral del mítico Café de Levante, con su sencilla puerta de madera y cristal. En ese justo momento, estaban colocando un nuevo cartel de cine, el lugar que habían escogido era entrando a la derecha, presidiendo esa zona de veladores y
sofás. Me llamó la atención por su colorido: azul, rojo, blanco y amarillo. Era un cartel icónico, ambiguo, plasmaba el medio torso de una mujer andrógena, con una imagen muy característica y expresiva.  Arriba, a la izquierda del cartel, y sin llamar la atención, estaba escrito “El Deseo, S.A. presenta:” Al leer esto, pensé y tú, ¿qué deseas?
    Todo mi cuerpo sufrió una catarsis, sentí un cambio de sentido, de identidad y entonces, en vez de leer “Todo sobre mi madre”, visualicé “Todo sobre Noli”. Porque esa mujer: media melena, boca grande con labios pintados de rojo carmesí, brazos cruzados y una mirada indefinida, representaba todo lo que había añorado en la vida, porque esa mujer se movía entre mujer y no mujer, entre hombre y no hombre, porque esa mujer, o ese hombre era yo.
     
Llegado a este punto, creo que es mejor que me presente. Mi nombre es Manuel de la Torre Martínez, estoy casado con una mujer y soy feliz. Trabajo de director de la sucursal 4872 del Banco Santander en Cádiz y, voy con frecuencia al Café de Levante a tomar una copa el sábado noche con mi mujer y el grupo de amigos del trabajo o del pádel, porque me gusta su ambiente alternativo y cultureta, y porque a este café, a lo que transmite y a lo que proyecta, le debo mi equilibrio vital, sexual y emocional.
    Desde pequeño noté en mí algo que no se ajustaba al comportamiento de los demás y, después de un profundo estudio para poder ubicarme en esta cruel sociedad, llegué a la conclusión de que soy de género fluido, llamémosle neutro o que no me identifico con ningún género y circulo entre varios. Soy  raro o poco usual, pero como en España, a todo lo que se precie hay que ponerle una denominación anglosajona, pues soy “queer”, que es lo mismo pero en inglés que queda mejor.
    Como se suponía que era hombre, siempre he asumido el género masculino, con su comportamiento y educación determinados, no me costaba ser el más peleón en el patio del colegio o el más rápido con las carreras de bicicletas. Mientras tanto, no podía evitar profesar especial inclinación por la copla, detalle que no era muy apropiado para el primogénito de una familia burguesa como la mía. De ahí la eterna preocupación de mi madre, mientras a mis otros hermanos les gustaba el futbol o la política, a mí me veía delante del espejo cantando “Corre, corre, caballito”,
con una peluca rubia y una camisa de flores prestada por mi abuela que, aplaudiendo, hacía de improvisado y entregado público.
    De joven era una persona muy activa, tocaba la batería, leía mucho, practicaba danza y surf en días alternos y compatibilizaba la atracción por las mujeres y  por los hombres.
    Pronto conocí a la mujer de mi vida, se llamaba Esther, era y es divertida, empática, guapa e inteligente. Me enamoré de ella, cuando por mi vigésimo cumpleaños  me regaló mis primeros
stilettos Louis Vuitton, con esa suela roja y tacones de aguja que tanto me ponían,  esa noche dimos rienda suelta a nuestros más simpáticos y originales juegos amorosos. Desde entonces siempre nos hemos amado y respetado. Yo me enamoré de su persona, de su manera de ver la vida, de tocarnos y de entendernos, y todo ello con independencia de su sexo. Entre nosotros hay un compromiso de pareja, un compromiso real. Los dos consideramos que la lealtad va más allá de la fidelidad porque para ser leal tienes que ser honesto y tienes que ser fiel a ti mismo.
    No podía evitar en las reuniones del banco tener fantasía sexual con el director general mientras exponía los objetivos financieros del siguiente semestre, a pesar de ser un tipo serio, distante y poco atractivo,  y con un único pelo a lo “Anasagasti”.
    Debo reconocer que me he enamorado de forma light de dos hombres. Con el primero, Daniel, tengo una relación emocional y física, nuestros encuentros suelen ser intensos y algo confusos pero me divierten, me dejan un nivel de testosterona óptimo y un estado de ánimo envidiable.
El segundo es un enamoramiento mental, imaginario, no sé ni su nombre, pero creo que trabaja de apoderado en la Caixa, porque nos encontramos diariamente por la mañana y nos miramos de soslayo. Se trata de una ilusión, que solo tiene sentido en mis pensamientos, imaginación y fantasía.
Mis experiencias románticas, físicas o platónicas, siempre han sido con personas de mi entorno pero soy consciente de que en la década de las apps de contactos es más fácil y rápido tener sexo que pedir una pizza.
 
Por qué ser sexualmente rígidos. Por qué encorsetarnos y marcar una casilla estanca como hombres machotes o afeminados,  mujeres coquetas, varoniles o barbudas, heterosexuales, bisexuales. Dejémonos de etiquetas. Somos personas, sin más.
 
Esta amalgama de ideas, tendencias y atracciones, que pretendía aclarar cuando entré por primera vez en el Café de Levante, las he mantenido en secreto pero sin traumas adicionales; y, paradojas de la vida, cuando era pequeño el único que se percató de estos conflictos internos fue mi padre cuando me regaló un autógrafo de Marisol dedicado a Noli, en ese momento no llegué a captar por qué me había puesto ese apelativo que sólo yo conocía.
 
Lo mejor o peor de mi historia es que nadie la sabe, o todos la saben y me dejan hacer.



Primer premio de la V edición del Concurso de Relato Corto "Historias del Café" convocado por el Café de Levante
07/07/2019 
 

 

Comentarios

  1. Me ha encantado el relato. Has enlazado el relato de Mendicutti y le has dado alma al protagonista. Has convertido a un personaje, casi costumbrista del relato inicial, simpático pero intrascendente, en un personaje con vida y con una historia que contar, con sentimientos, con miras y con capacidad para transmitir.
    El personaje burgués y anodino, tú lo conviertes en sujeto literario, cuya vida no se agota en el relato. Noli nace, con derecho propio, y gracias a ti, su autora, para protagonista de una novela. Te animo para que no lo agotes en el relato sino que le des una proyección narrativa más amplia. Noli de Yayo engrandece al Noli de Mendicutti. Enhorabuena.
    Manolo Rey

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