Quedarse, otra vez, soltera a los sesenta es una experiencia impactante y transformadora. Al principio te sientes liberada pero, pasado un tiempo, y haciendo un somero estudio del mercado del ligue y, sobre todo de la competencia, se te pone la cara de emoticón asombrado.
Una compañera se apiadó de mi deplorable estado anímico-sexual y organizó una cena en la que, junto con otros conocidos, invitó a un amigo de una amiga, que era de mi edad, estaba recién separado y no era gay.Al amigo de la amiga de mi amiga creo que le gusté porque durante la cena me miraba con disimulo. Para colmo se llamaba Carlos, siempre me ha encantado ese nombre. No era el príncipe de Gales, pero, al menos, no tenía sus orejas y le pasaba al inglés más de quince centímetros.
Cuando nos fuimos a tomar una copa, noté desde el principio que no sabía bailar y que tampoco estaba acostumbrado a salir. Daba igual, me miraba y no tenía defectos psíquicos-físicos notorios.Yo le hablaba coquetamente, intentaba no respirar mucho porque me había puesto una faja para disimular la barriga, pero era consciente de que, con su despiste y la poca luz, los michelines y las arrugas serían casi imperceptibles.
A las tres de la mañana, el grupo decidió disolverse e irse cada uno a su respectiva casa. Era el momento cumbre. ¿Quién daría el paso? Lo suyo, pensaba yo, es que fuese él, el que propusiera acompañarme. Yo, esperaba ansiosamente. Y sí, lo hizo.
Ahora venía el otro paso. Ya estábamos solos y caminando. Había que lanzarse y sacar el tema de: “A tu casa o a la mía”. En las películas ambos tienen un apartamento ideal, pero nuestra cruda realidad era que en mi casa dormían mis tres descendientes y la suya era el típico piso de separado, con la mala suerte que su madre estaba pasando el fin de semana. Cuando eres joven no puedes llevar tu ligue a casa porque están tus padres y cuando eres mayor porque están tus hijos. Me da la sensación de que el relato, que pretendía ser amoroso y sexual, se me está yendo de las manos por culpa de una cama.
Allí estábamos, mes de enero, parados en mitad de la calle, con los pies como témpanos y dilucidando dónde íbamos. Para un hotel era tarde, yo todo lo más a las siete debía irme, así que fue a él al que se le ocurrió la brillante idea: vamos al coche. Y así lo hicimos.
Llegamos a un polígono industrial, donde precisamente yo había estado por la mañana para hacerme la prueba de osteoporosis anual y paradojas de la vida, ahora me veía buscando una calle escondida. De día esta zona está muy transitada y con mucha vida, pero de madrugada parece solitaria y poco iluminada. Con solitaria quiero decir que no hay gente andando por las aceras, porque vehículos aparcados hay muchos. Nunca me hubiera imaginado el overbooking de personas que lo hacían en un coche.
Localizado un rincón discreto y estacionado el Fiat Panda, llegó la hora de la verdad. Carlos era tierno y besaba bien. Al mismo tiempo que me abrazaba intentaba quitarme alguna prenda.Creo que metí la pata cuando solté la primera carcajada, pero es que no era para menos. Observaba como él, muy excitado, intentaba quitarse los pantalones. Y, de verdad, que era imposible, o hacía un curso intensivo de yoga, o compraba centímetros de coche o vendía parte de piernas. Estábamos para una foto, yo con la faja antimorbo enroscada en la cadera y él atascado entre el asiento delantero y el volante, con los pantalones a la altura de los muslos. Nuestro deseo ya no era joder, qué va, era volver a la posición inicial.
Como pude, y para estirar un poco su cuerpo, le di un tirón de la rodilla, con la mala suerte de que se golpeó con el freno de mano. Era tal el griterío que Carlos estaba montando que algunos, que estaban en coches vecinos, se acercaron. Entre todos lo pasamos al asiento del copiloto, cogí el volante y lo llevé a Urgencias. Tras cinco horas de espera, el diagnóstico fue fractura de menisco y ligamento.
Desde aquel día somos inseparables. Cuando le quiten la escayola, seguramente os podré contar, con detalle, cómo pasa con suavidad su mano por mis piernas y todas esas cosas propias del género erótico; pero, con total seguridad, elegiremos un lugar más romántico que una calle solitaria.
Nos llevas desde el comienzo de forma intimista y personal con el personaje con emotividad y humor
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