En una de las puertas de embarque del aeropuerto de Budapest,
me senté a su lado. Ella miró y, en sus ojos y labios, se vislumbró una tímida,
avergonzada y, no sé si sentida, sonrisa. Observé que a los viajeros cercanos
también les dedicaba el mismo gesto conciliador.
Llevaba asida la tarjeta de embarque, entre las páginas de un
pasaporte, a todas luces, sin estrenar. Estaba sola. Era de esa edad
indescifrable, en la que no eres anciana, pero sí mayor. Vestía de luto, de
negro riguroso. El pelo lo llevaba castaño oscuro, con un tinte casero y con un
corte antiguo de, al menos, seis meses.
¿Por qué me mirará tan fijamente esa chavala, con pinta de hippy-pija? ¿Habrá notado algo raro en
mí? Mi atuendo no puede ser, porque lo hemos preparado con todo detalle para no
levantar sospechas. Debo disimular y seguir con el plan pactado. Una vez
montada en el avión camino de España, se acabaron los problemas económicos y a
emprender una nueva vida.
Estaba sola, callada y sonreía. Imaginé que había nacido en
un pueblo pequeño de la Hungría profunda. Que solo hablaba su lengua nativa y
no entendía por qué nosotros, españolitos turistas estivales, reíamos con
gesticulación exagerada y comentábamos las anécdotas del viaje con un tono de voz amigable, extrovertido pero,
a la vez, estridente.
¿Será de la policía nacional húngara? De todas formas, la
maleta ya está facturada, aquí solo llevo el pasaporte y un bocadillo para
parecer una mujer normal.
Me inventé que su hija, a la que llamé, Inka, estudiaba idiomas en Sevilla y que, para hacerle salir de la
profunda depresión que le ocasionó la muerte de su marido, le había sacado el
billete y casi le forzó amablemente a unas mini vacaciones. Imaginé que era la
primera vez que salía de su país y que se sentía sola y perdida entre tanta
gente extraña y alborotadora.
Ella, mientras tanto, seguía sonriendo como la única vía de
afrontar la adversidad y lo desconocido. La enigmática sonrisa de la mona lisa, pero versión puente aéreo húngaro.
Por fin, ya embarcamos, queda poco para que me pueda
tranquilizar y dormir un rato, que con los nervios casi no he pegado ojo esta
noche. Y esta chica sigue igual de pesada, venga a mirar, venga a mirar. Yo a
lo mío, que no es poco lo que me traigo entre manos.
Cuando el azar en la asignación de asientos de la compañía
aérea low cost nos separó, observé
cómo los auxiliares de vuelo le ayudaron a encontrar su asiento y a ponerle el
cinturón. Estaba rodeada de niños lloriqueando y adolescentes risueños, pero
seguía con esa mirada amable, casi ausente.
Cambié de asiento y me senté a su lado, la desamparada señora
estaba casi a punto de llorar y dijo, con voz dubitativa: “I don´t speak
English” a lo que yo le respondí “Yo tampoco”, después cogí su mano temblorosa
y ella reposó su cabeza sobre mi hombro y se quedó dormida.
Nunca hubiera supuesto que aparecería alguien así. Ya le he
dicho que no sé inglés, qué querrá ahora, debe ser de alguna ONG. Me ha cogido
hasta de la mano… todo sea para que no me pillen. Me haré la dormida durante
todo el viaje y así no le doy pie a preguntar. ¿A que lo fastidia todo y me trincan otra vez?
La pobre sigue dormida, creo que también están haciendo
efecto las dos biodraminas, que
imaginé, se había tomado para no marearse durante el viaje.
—Buenas tardes, señorita. ¿Conoce a esta señora que duerme
sobre su hombro?
—Sí claro, es una indefensa mujer. No hable tan alto, que la
va a despertar. Durante el viaje y, hasta que se encuentre con su hija, yo la
protejo.
—Soy el agente Burnet, y siento decirle que vamos a proceder a
la detención de las dos. A ella por tráfico de drogas y a usted por
encubrimiento.
—¿Cómo? Es imposible. Mire usted, yo verdaderamente… no la
conozco de nada.
— Bueno, bueno, todo eso se aclarará cuando lleguemos a tierra.
—Sr. Agente, creo que ha habido una enorme confusión, yo solo
me inventé su vida.
28/11/2019
Guión muy visual con sorpresa final. Me ha gustado
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