Me llamo Auggie Wren Romero. Vivo en la c/ San
Félix del Barrio de la Viña. Como ni mi abuela ni mi madre sabían pronunciar mi
nombre, desde pequeño me llaman Eugenio.
Según cuentan las crónicas, mi padre era americano
y trabajaba en la Base de Rota. Un domingo se acercó por Cádiz para degustar su
magnífica gastronomía y, doy fe de que aprovechó el día, porque aquí estoy yo.
Mi progenitor tuvo la deferencia de esperar los nueve meses de embarazo de mi
madre antes de volver a su país de origen. Se quedó con nosotros el tiempo
justo de encasquetarme este nombre y apellido impronunciables, que me ha valido
para ser el hazmerreír de todos los compañeros del colegio cuando, con mi
acento caletero, suspendía el inglés.
Siempre he trabajado de fotógrafo de bbc, pero nada
que ver con la BBC británica, en mi caso se trata de bodas, bautizos y
comuniones. Mi negocio fue bien hasta el boom
de la cámara digital y los smartphones. Así que, aprovechando la crisis del sector,
cogí mis ahorros y cierta información obtenida en la Base y me marché a Nueva
York a buscar a mi padre.
Cuando llegué a las señas que tenía anotadas: Calle
3 esquina Octava Avenida, de Brookling, me llamó la atención los tipos tan
raros que allí se encontraban. Un señor llorando desconsoladamente, un chico
que estaba como perdido, un manco y otro más al que no le veía la cara.
Inmediatamente les hice una foto, para observarla con tranquilidad en el hotel.
Cuál fue mi sorpresa cuando estudié con precisión
la foto y descubrí que ese cuarto personaje tenía la misma nariz que yo, nos
parecíamos mucho a Adrien Brody, pero en versión fea y sin piano. Ese guiri era
mi padre.
Volví al día siguiente a la misma esquina, porque
necesitaba urgentemente respuestas y saber los motivos exactos y precisos por
los que me abandonó. Allí, como siempre, estaba ese grupo tan variopinto de
amigos. Miré fijamente a mi padre y en su mirada vislumbré como se derrumbó. No
hacía falta presentaciones, nuestra compartida napia nos delataba; yo era su
clon, yo era su hijo nacido en España.
Nos quedaba iniciar esa conversación pendiente. Con
mi reducido vocabulario, sólo fui capaz de preguntarle: —Father, why?
Él, con lágrimas en los ojos, me abrió su corazón y
compartió conmigo su gran secreto. Con todo lujo de detalles, supongo, que me
contó su vida y que justificó su conducta; pero entre nosotros surgió un
insalvable problema añadido y es que yo no hablaba su idioma, con lo cual no me
enteré absolutamente de nada.
Al regresar a Cádiz, lo primero que hice fue
matricularme en un curso intensivo de inglés.
09/01/19
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