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ICÓNICA MACETA (Segundo premio en el V CERTAMEN DE RELATO BREVE “RESIDENCIA DE MAYORES CAMPIÑA DE VIÑUELAS. Guadalajara)

La soledad pesa. Es ingrato llegar a tu casa y comprobar que no tienes a nadie con quien compartir tus chascarrillos y percances diarios. He tenido varias parejas, pero la última vez que me pidieron una relación estable, mi respuesta fue un “no” rotundo y autosuficiente, pensando que la vida me depararía más oportunidades. No fue así y, hasta hoy. Barajé la opción de tener un gato o un perro que mitigara este desierto emocional, pero la comodidad me pudo. Fue mi madre la que engendró la brillante idea y me regaló una maceta, a la que bauticé como “Dulce”.
    Dulce, dulce…, vaya nombre para una maceta, me hubiera gustado llamarme Lirio porque es una planta distinguida y de exquisito olor, pero mi madre era dieffenbachia y dieffenbachia soy yo. Nací en la Floristería Luisita. Siempre he sido muy feliz en esta tienda, rodeada de compañeras con aromas varios, de turistas y de gente alegre, hasta que un nefasto día fui adquirida y me trajeron, envuelta para regalo, a este oscuro pisito del centro de la ciudad.
    Desde que entró Dulce en casa, mi vida cambió, la primera y principal cuestión era concretar dónde colocarla. Me dejé seducir por el arte ancestral chino feng shui, que busca activar el chi de la casa para llenarla de energía positiva, abundancia y prosperidad. Según esta teoría, el punto telúrico donde colocar  la maceta era la terraza, y allí que la puse. Le compré un macetero de piedra natural para que se sintiera más protegida. Cuando levantaba la vista, nuestros campos magnéticos se entrecruzaban. La miraba, la alimentaba, le hablaba e incluso le daba Reiki para transmitirle energía y depurar sus chakras.
    Casi medio mes me llevé cerca del ordenador, mientras mi dueña, leía y leía sobre dónde ubicarme, decía que estaba investigando. Ella era de mediana edad, vivía sola y se llamaba Lola. Culta en todo menos en botánica, ni siquiera sabía que su portátil desprendía un calor insoportable, que apenas me dejaba respirar. Un buen día, dijo ¡Eureka! Y, como si se hubiera iluminado, me colocó en el centro de una lúgubre terraza, sin percatarse de que soy una planta más bien de interior. Casi me encharcaba de tanto riego y abono artificial. Yo añoraba la floristería y sus ratos de alegría y risas. Lola era un poco rara y me miraba, a la vez que decía en voz baja no sé qué palabreja en sánscrito.
    Dulce, era  la maceta más agradecida de todas las que conozco. Tenía grandes hojas desteñidas por el centro haciendo dibujos simétricos en diferentes tonos  blancos y amarillentos. Era fuerte, servía para decorar y sus hojas crecían mucho. Su nombre, casi impronunciable, parecía una mezcla de italiano leído o alemán chapurreado: dieffenbachia.
    Mi vida era deprimente y triste, casi todo el día estaba sola en esa terraza donde nunca veía el sol, pero por mi naturaleza yo crecía y crecía. Ya me estaba haciendo adulta y solo sentía nostalgia de mi infancia a pesar de vivir dentro del macetero más caro del mercado.
    Un día estaba regando a mi icónica maceta y se tronchó una de sus hojas, rozándome la boca al intentar cogerla. Dulce se volvió amarga, venenosa y tóxica. Sacó su lado más demoníaco, logrando que mi lengua se hinchara e inflamara y mi cara se pusiese de un tono morado que daba pavor. No salía de mi asombro, había criado y mimado a una planta psicópata. Ni se duda que me deshice de ella en cuanto pude.
    Es verdad que las hojas de mi familia tenemos una acción tóxica y que, en contacto con ojos, boca o piel, podemos originar una leve irritación, pero no somos tan mortales como muchos afirman y, en la mayoría de los casos, con agua fresca se anula nuestro efecto negativo. Un día Lola, se acercó demasiado a una hoja mía y,  sin yo pretenderlo, se le irritó un poco la piel, pero su reacción creo que fue excesiva y desmesurada. Con cara de enfadada y sin mediar palabra, me arrojó al contenedor gris. Al menos, podría haberme  dejado en un rincón de la calle, por si algún alma caritativa se apiadaba. Si, según ella, nuestras auras se entrecruzaban, me tendría que haber perdonado y debería  haber leído algunos detalles sobre mí naturaleza y cuidados, aunque fuera en Wikipedia. Con  lo feliz que yo era en la floristería…
    Desde aquel tenebroso día dejé de creer en los campos energéticos, he sustituido a mi maceta asesina por un Roomba y ahora, cuando llego a casa, me siento sola, es cierto, pero está todo el suelo limpio e impoluto.


10/03/2020



Segundo premio en el V CERTAMEN DE RELATO BREVE “RESIDENCIA DE MAYORES CAMPIÑA DE VIÑUELAS (Guadalajara). Julio 2021











Comentarios

  1. Genial la forma de contar, de expresar. Ironizas, deduces pensamientos, emociones a través de la protagonista, de su relación con Dulce y de su entorno.

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  2. Acertado esos dos últimos párrafos donde perssonificas (esa posibilidad de defenderse de la víctima) y de expresar lo que soiente. Muy bueno

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  3. No cabe duda de que cuando se escribe bien, se puede escribir de cualquier tema. ¡Enhorabuena!

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    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario, viniendo de una gran escritora como tú, significa mucho para mí.

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  4. Me ha encantado el relato y la técnica que usas: dos visiones, dos perspectivas distintas sobre un mismo hecho; que es un buen simil sobre nuestra incapacidad para entendernos como seres humanos. Podemos estar juntos y no ser capaces de comunicar nuestros sentimientos al que tenemos a nuestro lado. Un mismo hecho interpretado de dos maneras diferentes y sin posible conciliación. Dulce y Lola somos nosotros mismos. No estamos dispuestos a renuncia a nuestra visión. Enhorabuena por el premio.

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  5. Muy bien logrado ese intercambio de voces entre la maceta y su coprotagonista, la dueña. Un final también simpático, aunque lleno de tristeza y soledad.

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  6. Muy bonito y ocurrente

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  7. Me ha encantado, Yayo. Ahora miro con otros ojos mis macetas.

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  8. Eso es, querida Yayo, la literatura: el arte de identificar los mensajes humanos que nos transmiten los demás seres vivientes, los que nos descubren nuestros valores reales y nuestros contra valores inhumanos. Efectivamente, las flores nos hablan pero es necesario ser ARTISTA como tú para leer sus mensajes.

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  9. Pero qué arte tienes, Yayo, siempre logras sorprenderme con tus escritos.

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  10. Excelente, original e imaginativo relato.

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