ICÓNICA MACETA (Segundo premio en el V CERTAMEN DE RELATO BREVE “RESIDENCIA DE MAYORES CAMPIÑA DE VIÑUELAS. Guadalajara)
La
soledad pesa. Es ingrato llegar a tu casa y comprobar que no tienes a nadie con
quien compartir tus chascarrillos y percances diarios. He tenido varias
parejas, pero la última vez que me pidieron una relación estable, mi respuesta
fue un “no” rotundo y autosuficiente, pensando que la vida me depararía más
oportunidades. No fue así y, hasta hoy. Barajé la opción de tener un gato o un
perro que mitigara este desierto emocional, pero la comodidad me pudo. Fue mi
madre la que engendró la brillante idea y me regaló una maceta, a la que
bauticé como “Dulce”.

Desde que entró Dulce
en casa, mi vida cambió, la primera y principal cuestión era concretar dónde
colocarla. Me dejé seducir por el arte ancestral chino feng shui, que busca activar el
chi de la casa para llenarla de
energía positiva, abundancia y prosperidad. Según esta teoría, el punto
telúrico donde colocar la maceta era la
terraza, y allí que la puse. Le compré un
macetero de piedra natural para que se sintiera más protegida. Cuando levantaba
la vista, nuestros campos magnéticos se entrecruzaban. La miraba, la
alimentaba, le hablaba e incluso le daba Reiki para transmitirle energía y
depurar sus chakras.

Dulce, era
la maceta más agradecida de todas las
que conozco. Tenía grandes hojas desteñidas por el centro haciendo dibujos
simétricos en diferentes tonos blancos y
amarillentos. Era fuerte, servía para decorar y sus hojas crecían mucho. Su
nombre, casi impronunciable, parecía una mezcla de italiano leído o alemán
chapurreado: dieffenbachia.
Mi vida era
deprimente y triste, casi todo el día estaba sola en esa terraza donde nunca
veía el sol, pero por mi naturaleza yo crecía y crecía. Ya me estaba haciendo
adulta y solo sentía nostalgia de mi infancia a pesar de vivir dentro del
macetero más caro del mercado.
Un día
estaba regando a mi icónica maceta y se tronchó una de sus hojas, rozándome la
boca al intentar cogerla. Dulce se volvió amarga, venenosa y tóxica. Sacó su
lado más demoníaco, logrando que mi lengua se hinchara e inflamara y mi cara se
pusiese de un tono morado que daba pavor. No salía de mi asombro, había criado
y mimado a una planta psicópata. Ni se duda que me deshice de ella en cuanto
pude.
Es verdad que las
hojas de mi familia tenemos una acción tóxica y que, en contacto con ojos, boca
o piel, podemos originar una leve irritación, pero no somos tan mortales
como muchos afirman y, en la mayoría de los casos, con agua fresca se anula
nuestro efecto negativo. Un día Lola, se acercó demasiado a una hoja mía
y, sin yo pretenderlo, se le irritó un
poco la piel, pero su reacción creo que fue excesiva y desmesurada. Con cara de
enfadada y sin mediar palabra, me arrojó al contenedor gris. Al menos, podría
haberme dejado en un rincón de la calle,
por si algún alma caritativa se apiadaba. Si, según ella, nuestras auras se entrecruzaban,
me tendría que haber perdonado y debería
haber leído algunos detalles sobre mí naturaleza y cuidados, aunque
fuera en Wikipedia. Con lo feliz que yo
era en la floristería…
Desde
aquel tenebroso día dejé de creer en los campos energéticos, he sustituido a mi
maceta asesina por un Roomba y ahora,
cuando llego a casa, me siento sola, es cierto, pero está todo el suelo limpio
e impoluto.
10/03/2020
Genial la forma de contar, de expresar. Ironizas, deduces pensamientos, emociones a través de la protagonista, de su relación con Dulce y de su entorno.
ResponderEliminarAcertado esos dos últimos párrafos donde perssonificas (esa posibilidad de defenderse de la víctima) y de expresar lo que soiente. Muy bueno
ResponderEliminarNo cabe duda de que cuando se escribe bien, se puede escribir de cualquier tema. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, viniendo de una gran escritora como tú, significa mucho para mí.
EliminarMe ha encantado el relato y la técnica que usas: dos visiones, dos perspectivas distintas sobre un mismo hecho; que es un buen simil sobre nuestra incapacidad para entendernos como seres humanos. Podemos estar juntos y no ser capaces de comunicar nuestros sentimientos al que tenemos a nuestro lado. Un mismo hecho interpretado de dos maneras diferentes y sin posible conciliación. Dulce y Lola somos nosotros mismos. No estamos dispuestos a renuncia a nuestra visión. Enhorabuena por el premio.
ResponderEliminarMuy bien logrado ese intercambio de voces entre la maceta y su coprotagonista, la dueña. Un final también simpático, aunque lleno de tristeza y soledad.
ResponderEliminarMuy bonito y ocurrente
ResponderEliminarMe ha encantado, Yayo. Ahora miro con otros ojos mis macetas.
ResponderEliminarEso es, querida Yayo, la literatura: el arte de identificar los mensajes humanos que nos transmiten los demás seres vivientes, los que nos descubren nuestros valores reales y nuestros contra valores inhumanos. Efectivamente, las flores nos hablan pero es necesario ser ARTISTA como tú para leer sus mensajes.
ResponderEliminarPero qué arte tienes, Yayo, siempre logras sorprenderme con tus escritos.
ResponderEliminarExcelente, original e imaginativo relato.
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