Elena de la Orden era una mujer con clase, con
estilo y glamour. Era alta y atractiva, pero lo que la hacía adorable es que
llevaba su belleza con despreocupación.
Yo la idolatraba. Fue la primera persona que encontré
cuando mi marido y yo compramos nuestra casa. Con encanto y distinción nos dio
la bienvenida al barrio y, desde entonces, quedé obnubilada con su
personalidad.
Cuando coincidíamos en el ascensor, hacía una foto
mental de su vestimenta y al día siguiente, con mi reducido fondo de armario,
intentaba reproducir su atuendo, con la convicción de que nunca llegaría a
igualarla.
Me había imaginado su vida, su lugar de nacimiento
y hasta su profesión. Yo había ubicado sus raíces en un pueblo de Segovia, le
había asignado una familia acomodada y como profesión, azafata de vuelo, de las
de antes, de Iberia, de ahí su altura, estilo y maneras.
Me había imaginado también que era más feliz que
yo, que era una triunfadora, con dinero y con marido e hijos rubios, inteligentes
y guapos.
Fundé mentalmente su club de fans, del cual yo era
la única socia, y también vocal, tesorera y presidenta. Estar sola en cualquier
asociación tiene la ventaja de que te evita las reuniones semanales y la
entrega de la aportación mensual, pero el inconveniente de que no puedes
contrastar con nadie tus opiniones.
Cuando esa mañana nefasta salí de casa, me encontré
con unos corros de vecinos comentando cierta desgracia. Presté atención y mis
sueños, al instante, se derrumbaron. Por lo visto, Elena, era de familia
humilde, administrativa de una empresa de transporte, estaba divorciada y tenía
tres hijos. Con su sueldo y la escasa pensión para alimentos, pasada por su
exmarido, no podía hacer frente a todos los pagos y recibía continuamente cartas
de apremio del banco para que liquidara la hipoteca.
Comentan que la noche anterior al macabro
incidente, a Elena no se le ocurrió otra cosa que jugarse los pocos ahorros que
tenía en el Casino, con la esperanza de obtener los fondos suficientes para evitar
que, al día siguiente, la expulsaran de su casa con un desahucio y desalojo
forzoso por impago.
Según relata la policía, la noche de los hechos,
había ganado en el juego, pero al salir del Casino fue asaltada y ultrajada por
un grupo de adolescentes ladrones, sanguinarios y pornográficos, que
consiguieron arrebatarle su dinero y su dignidad.
La desesperación que mi idolatrada vecina sentiría
al llegar a su casa sería indescriptible, lo cierto es que le llevó a tomar una
decisión tajante, irrevocable y mortal.
¡Qué pena, qué rabia y qué mierda!
17/01/19
El personaje comienza atrapando con esas suposiciones. La realidad descrita acerca a la crudeza real y al desenñace.
ResponderEliminar