—Buenos días
Srta. Montes, ¿café, té?
—Gracias
Lorena, pero he parado en un Starbucks, para no perder ni un segundo porque
creo que hoy el día está movidito, ¿no?
—Hay un poco
de todo:
Hora
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Asunto
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9:00
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Reunión
Isaías Sánchez
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Comunicación
despido y firma del finiquito
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10:00
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Tomar
pastilla hormonas
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12:00
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Reunión
jefes personal área América del Sur, vía temática
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Estrategia
a seguir para ampliación de mercado
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18:00
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Carlos
Ortiz, médico estético
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Inyectar
policaprolactona en pómulos
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19:00
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Tomar
pastilla hormonas
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20:00
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Body
box
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Gimnasio
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21:00
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Encargar
on line nuevo vestuario primavera
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Contactar
con Constan Hernández de Hoss Intropia
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22:00
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Cena
con director RRHH de Atos
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Posible
fichaje estrella. Hacerle contraoferta
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—Bueno,
tampoco parece muy intensa, gracias Lorena.
—Srta.
Montes, recuerde que mañana su agenda sólo contempla su cita médica.
—Es verdad,
ya se me había olvidado. Eres un cielo. No me pases llamadas.
Mi nombre es Yolanda Montes y soy directora de
Recursos Humanos de la multinacional Indra, es un trabajo arduo que absorbe todo mi tiempo, requiere
mucha dedicación Es difícil lidiar con ejecutivos a los que mi empresa quiere
captar, pero también es ingrato despedir a gente que depende de este empleo
para sobrevivir.
Desde que me levanto hasta bien entrada la
madrugada estoy desempeñando las funciones encomendadas por mi empresa, es por
ello que no me queda tiempo para el amor, ni mucho menos para conocer y
entablar una relación de pareja estable.
Como ya tengo 43 años, pienso que es el momento
límite para ser madre y es por ello que me estoy sometiendo a un tratamiento
hormonal que, con una fecundación in vitro, culminará mi sueño. Así que mi
verdadera pareja, mi otro yo, será mi hijo. Siempre estaremos juntos.
Tras semanas de intenso tratamiento hormonal, y con
una microinyección de espermatozoides, ¡Estoy embarazada! Mi madre dice que ha
sido un dispendio lo que me he gastado en este tratamiento, que ya que soy
directora de RRHH podría haber seleccionado el ejemplar ideal y, sin que él lo
supiera, haberme quedado embarazada, ella no entiende mi filosofía vital. Yo no
quiero que mi hijo tenga padre, me basto yo sola para todo, sólo quiero ser yo
su madre y dedicarme a él, hablarle, enseñarle, quererle. Siempre él y yo.
Sigo mi
actividad laboral normal, ya tengo barriguita, y en vez de body box, hago yoga
y pranayamas. Mi futuro bebesito y yo nos entendemos a la perfección, siempre
estamos en continuo diálogo:
—Hola
bichito, ¿qué tal has dormido? ¿te gustó la película versión original que te
puse ayer?
—Yes, mum
-como se nota que los genes son de pago, aún no ha nacido y ya domina el
inglés-, pensé yo.
—Cuando
nazcas no vayas a hablar todo en inglés, con la abuela, al menos, habla en
español.
—Ha, ha, ha
—Míralo, ya
se está riendo en inglés… bichito sé bueno y escucha esta sonata en Do mayor,
para que vayas entrando en el tema musical. Si te portas bien, después te llevo
a ver una iglesia románica.
Cuando me dieron el alta, me sentí la mujer más
feliz del mundo. Mi bichito y yo por fin juntos para siempre. Seríamos una
sólida e inquebrantable pareja. Faltaba ponerle nombre. Mi madre dijo que, por
favor, no fuera muy raro para que ella lo pudiera recordar, así es que le
llamamos Leo, aunque ella sigue insistiendo en que es nombre de signo zodiacal.
Leo y yo, ¡por fin!
La lactancia era a demanda, las tomas no tenían
horario; que Leo quería comer, pues avisaba llorando y yo tiraba de teta; que a
la hora otra vez demandaba, pues otra vez seguía el mismo protocolo. Eso de dar
el pecho cada tres o cuatro horas, pasó a la historia. Yo no hacía otra cosa en
el día que amamantarle, bañarle, dormirle y vuelta a empezar. Esto sí que era
una agenda y no lo de antes. Sólo tenía la ayuda de mi madre que venía de vez
en cuando, porque yo le había insistido que el niño era sólo para mí, él y yo
solos podríamos con todas las adversidades exteriores. Tampoco tenía amigos, no
tenía tiempo ni me hacían falta. Me bastaba yo sola. Total, criar a un hijo no
era tanto.
Pasados dos meses:
—Leo, hijo,
¿otra vez a comer?, Espera un poco a que me duche por lo menos, que me paso el
día con un camisón que huele a mezcla de leche cortada y flema amarillenta.
—Bua, bua…
—¿Pero por
qué lloras ahora? Ya no te pienso dar más el pecho porque te pones a jugar con
el pezón y no tragas nada.
Siempre tú y yo, ¿en qué estaría yo pensando? Ya ni
siquiera nos comunicamos, tú siempre estás con tu bua, bua. Mira te lo voy a
decir en inglés: wah-wah… qué aburrimiento, ¿sólo
tú y yo?...
Pasados tres meses:
—Leo, tengo
que confesarte una cosa: esta indestructible pareja nuestra se me hace cada vez
más pesada. Estoy quemada, cansada y agobiada. Me sobrepasaba todo esto. Antes
era una persona atractiva, dinámica, importante, valorada, que tomaba
decisiones, me cuidaba y vestía a la última. Pero ahora, ya no dialogamos y
mira qué pintas tengo…
—bua,
bua…
—Ah ¿sí?…
pues yo también lloro: bua, bua, bua…
—Mamá, mamá,
¿Por qué lloras? - dijo mi hijo Angelito, mirándome con cara de preocupación.
Levántate, que no has oído el despertador y te has quedado dormida, ¡Corre, que vamos a llegar tarde al colegio! Dijiste
también que te recordáramos que a las 10:00 h. tenías que sellar el paro.
Pegué un respingo de la cama y me dirigí descalza a
la cocina para empezar a poner los desayunos. En el fondo hasta me alegré de
que todo fuera un sueño, porque aunque no soy ejecutiva, es más, que lo que
estoy es cobrando el desempleo, mis hijos ya están medio criados, tengo muchos
amigos, a mi madre la veo a diario y mi
pareja es un padre maravilloso.
26/02/2019
El personaje se me hace amable a pesar de ser tan autosuficiente porque se define con pasmosa sinceridad. El desenlace hace pensar y, por supuesto, reconforta.
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