Desocupado lector de biblioteca, déjame contarte una historia que podría estar ocurriendo justo a tus pies. Es la historia de Guille y Lulú, dos seres fantásticos, que todos los días se encontraban en el pasillo del fondo, a la derecha, donde están la novela épica y los clásicos literarios. Allí se conocieron y allí alimentaron su amor. Allí hablaban, reían, se mordisqueaban y daban rienda suelta a la imaginación. Tenían un desarrollado gusto por los relatos legendarios, se los devoraban en un santiamén y seguían buscando el siguiente. Todo era perfecto hasta que fueron descubiertos por humanos y ordenaron una desratización. Tuvieron que desaparecer por un tiempo, pero hoy se han vuelto a encontrar y, tras un beso apasionado, lo han celebrado, zampándose “Guerra y Paz”.
Con ese crujido premonitorio de rodilla noté que algo barruntaba a mi alrededor. Ese chasquido seco, no audible, inarmónico y esas burbujas que estallaban dentro de mi articulación podrían pronosticar artrosis, desgaste de menisco o un cambio en la humedad del ambiente. Podría augurar que ya era mayor. Pero no. En mi caso, esa fricción de hueso contra hueso presagiaba la mejor versión de Kramer contra Kramer que hubiera imaginado. En los eternos anuncios publicitarios de la película que estábamos viendo y con un tímido balbuceo, como el zumbido de un enjambre de insectos, casi insonoro, pero aclaratorio y lapidario, me dijo: “Quiero que leas una carta que te he escrito y que me digas tu opinión sincera”. Acostumbrada a corregir exámenes, cogí mis gafas de cerca y me dispuse, sin dilación, a cumplir, su petición. Pasados unos minutos y analizado su escrito, con toda la calma de la que fui capaz, le respondí: “Ya la he leído, Ramón. En el análisis del texto
Comentarios
Publicar un comentario