NO ME ENFADO, PERO ME DA CORAJE (Finalista XVII Premis Literaris Constantí 2023. Relats d'amistat. Tarragona 2023)
Antonia Sánchez Prieto era la reina de su pueblo. Y le gustaba. Se sentía feliz provocando admiración. Siempre que iba por las empinadas calles, todos, al pasar, le prodigaban maravillosas sonrisas que, si las subtituláramos podrían leerse como: eres adorable
Yo soy su amiga desde pequeña. Nos hemos criado juntas. A Antonia, Toñi, como yo la llamaba, en casa le apodaron “la Santita” porque era dulzona en exceso, a la vez que tierna, noble y obediente. Cuando a mediodía llegaba del colegio, tanto los vecinos como su madre le tenían preparada una lista de recados varios: “Niña ve al bar de la esquina a por una botella de clarete para el vecino del tercero, niña baja a por una hogaza de pan para doña Manuela, la del cuarto y, de paso, vas a la frutería, compras un kilo de naranjas de las tontas y le pides a Ramón un poquito de perejil”. Y allá que iba ella, sin rechistar y con agrado, a hacer felices a todos.
Las monjitas, y en especial sor Carmen, la trataban de una manera especial, porque especial era ella. Siempre ayudaba a los ancianos a cruzar la calle y decía "por favor" y "gracias". Todos cuchicheaban que su bondad y su inocencia eran contagiosas y que su manera peculiar de mirar y de hacer las cosas, la hacía única. Un primor de niña. Una santita, como su apodo.
El paso de los años la hizo aún más atractiva. Había nacido con el don de la elegancia, todo en ella era natural. Tenía instinto para elegir la ropa adecuada para cada ocasión y combinar las prendas con acierto. Trajes a medida o ropa sport, reloj en la muñeca derecha y calzado cómodo, todo le sentaba bien. No necesitaba ropa extravagante ni de marca, transmitía clase y estilo. Toñi no es era presumida. Lo que la hacía adorable es que llevaba su belleza con despreocupación, como si no fuera consciente de ello.
Hay otros valores que no vienen de fábrica, que te los tienes que trabajar a lo largo de los años hasta convertirte en la persona que eres, pues diré, sin miedo a equivocarme que Toñi sabía estar, que siempre tenía la frase correcta y oportuna, que no metía la pata, no era vehemente ni bocazas. Y para completar, a pesar de ser tan valiosa, le gusta pasar desapercibida.
Su rostro era hermoso, delicado, tierno. Su carácter, dulce y discreto. De inteligencia ágil, resolutiva, era capaz de afrontar cualquier asunto problemático con una rapidez que apabullaba.
Como amiga no había nadie más amable y leal que ella. Siempre estaba dispuesta a tender una mano y tenía la capacidad de convertir los días grises en momentos llenos de sol. Siempre mostraba una sonrisa sincera y un oído atento para escuchar las preocupaciones y alegrías de los demás. No importaba la hora ni el lugar. Podía contar ocurrencias, chascarrillos y chistes que arrancaban risas sinceras, y sus historias siempre tenían una forma de hacerte olvidar tus problemas. Toñi no tenía complejos ni amarguras.
No me enfado pero me da coraje que sea así tan tan tan encantadora. Era divertida, zalamera, besucona y buena oradora y…, y no sigo porque voy a vomitar. Cuánta perfección en metro setenta, por cierto, también era alta, como habréis comprobado. Una santita. Un primor.
A partir de la adolescencia todos la empezaron a llamar Lucía porque decían que Antonia no le pegaba y, ni cortos ni perezosos, la apodaron con el título de una de las canciones más bellas. Yo me llamo Francisca y, con suerte me llaman Paqui, pero nunca Penélope. Si vamos de Serrat, pues Serrat para todas.
Mi vida ha sido dura, siempre al lado de mi amiga Lucía y, aunque la belleza es efímera, según algún frasólogo, es justo referir que los potenciales ligues, sin dudarlo un instante, se dirigían primero a ella y como suplente y ante la negativa, optaban por mirarme con cara de “qué le vamos a hacer”.
Todos en el pueblo nos comparaban, con la cruda y palpable realidad de que ella tenía ese no sé qué que le hacía tan única y yo, yo me sentía inferior e insignificante.
Me daban ganas de ir a una sesión de esas en las que se bebe ayahuasca y que, con sus efectos alucinógenos, pudiera librarme de mis ansiedades; dejando que el chamán o maestro de ceremonias hiciera el resto, es decir: fulminarla y quedarme yo, no como reina, pero al menos como infanta o algo así más normalito. Pero no, en mi pueblo no hay santones, ni brujos, sólo hay casas abandonadas, paro y cuatro hombres de nuestra edad que, por supuesto, están enamorados de… Lucía.
Cuando la veía, disimulaba mi furia y medio sonriendo le decía: ¿Qué tal va la cosa? Ella, con un gesto adorable, abría su perfilada boca, enseñaba sus perfectos dientes y me decía: “muy bien, cariño”. Pero, ¿por qué Lucía, Antonia, o como se llame no tenía caries, ni implantes, ni puentes, ni dientes separados o montados?
Desesperada ante tanta perfección, invoqué al espíritu maligno, gritando: ¿Algún defecto tendrá, no?
Mi sorpresa fue escuchar la voz humanoide de Alexa que, como siempre, andaba por allí y respondió sin perder la calma: “Lo siento Paqui, Antonia-Lucía cuenta con el noventa por ciento de perfección, comparada con la media. Te recomiendo que la veas menos, para que te relajes y no te afecte tanto la envidia. Por cierto, dentro de dos minutos cuarenta segundos va a sonar la alarma-despertador”.
Finalista XVII Premis Literaris Constantí 2023. Relats d'amistat. Tarragona 2023)
19/01/2023
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