Bajo la primera capa de barro que quitaron apareció una imagen sorprendente. Quizás ese era nuestro objetivo. Tras una asamblea paleolítica que mantuvimos los pocos pobladores de la tierra, establecimos como prioridad crear, desde el principio de los tiempos, una sociedad igualitaria. En los días pares, las mujeres tendríamos que salir a cazar y los hombres prepararían las viandas y decorarían nuestros hogares; en los impares, viceversa. Cuál fue mi sorpresa cuando, tras una dura jornada de caza, regreso a la cueva y el Homo erectus que me había correspondido, estaba grafiteando una figura rupestre, rarísima, en las paredes.
—Pero bueno —dije yo indignada. ¿No te das cuenta de que debías pintar un bisonte, que te estás cargando la supervivencia y el turismo de Altamira, por los siglos de los siglos?
—Calma mujer, como ya hay muchas figuras de animales, he querido darle un toque más moderno y me he atrevido con el mutuo y espontáneo beso del marinero y la enfermera, que selló la II Guerra Mundial.
—Pues, mira —argumenté decidida. Si quieres ser actual, runrunean los vecinos que hay otro beso pululando por ahí.
—Lo sé, Femina habilis. Te confieso que intenté pintar el de esa conocida futbolista pero, por lo visto, su jefe, o lo que sea, no le llegó a zampar el piquito porque ella no dijo que sí.
26/09/2023
Texto publicado en el número 54 de la revista SPECULUM. Club de Letras de la UCA
30/11/2023
Perfecto en su conjunto. Buen títuli, la ficción mundial, actual... Como siempre original, consigue sorprender.
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