Uno, dos y tres. Fue en el tercer escalón cuando me miraste, me etiquetaste, me taladraste y todos los astes que se pueda una imaginar.
Cuatro, cinco y seis. En el sexto peldaño de esa mágica escalera iniciamos una conversación hot experimentando, al menos yo, un cierto placer.
Trece, catorce y quince. Al llegar a la primera planta y rompiendo todas las barreras protocolarias, me besaste apasionadamente, con la excusa de que estaba surgiendo algo especial entre nosotros.
Veinte, veintiuno y veintidós. El escalón veintidós pretendí que fuera decisivo y te adelanté, para hacerme la interesante con un toque original, que era fictosexual y estaba enamorada del holograma “Hombre de Vitrubio”, porque tanto para Leonardo como para mí significaba el hombre perfecto.
Treinta, treinta y uno y treinta y dos. Tú parecías no entenderme, porque al subir al rellano del segundo piso me sitiaste, susurrando entre dientes que tú eras penesexual, que lo tuyo era el pene y la penetración y que, de paso, mi mirada era muy penetrante. Me hizo sonreír, oportunidad que aprovechaste para abrazarme aún más.
Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve y cincuenta. Ya en la tercera planta pensé que, debido a tus tendencias sexuales, el coito estaría al caer y, por adelantarme al futuro, te pregunté si te sonaba de algo la palabra clítoris, pero tú, a estas alturas, ya estabas manipulando la bragueta de tu pantalón.
Sesenta y siete, sesenta y ocho y sesenta y nueve. Paradójicamente, en este último escalón sucedió lo inevitable: “¡Ay, ay, ya, ya! ¿Has acabado?” —grité con decisión y fervor, mirando de reojo por si se acercaba algún vecino ante tamaño alboroto.
Y… aquí estamos otra vez en su consulta, doctor Gutiérrez.
—Pero bueno, Andrés, ¿no dijimos que en esta terapia de pareja fomentaríamos el morbo y, sobre todo, otras prácticas alternativas que le proporcionaran más placer a tu mujer? ¿Aún no te has enterado de que se quiere separar porque no llega al orgasmo?
—Lo sé, lo sé, pero es que no me puedo contener… Son muchas películas vistas en las que la actriz, en cuestión de segundos, tras la penetración, pega unos gritos de placer que resquebrajan el hormigón de los pilares. ¿Por qué siempre nos ponen a mujeres gimiendo, mujeres gritando, mujeres gozando?
—¡Déjate de películas, que pareces memo! Y tú, Carmen, ¿tiras la toalla?
—Ya se lo dije, que no serviría para nada. Como me da tanto corte hacerlo en la escalera, no subimos nunca más del quinto piso, allí escenifico mis grititos. Y es que Andrés ni se cosca. Él es un obtuso sexual y punto. Si por algo estoy contenta es porque estas experiencias me dan inspiración para escribir el libro que tengo en mente al que ya le he puesto título: “Las siete maneras de fingir un orgasmo”.
16/09/2022
Muy bueno y original
ResponderEliminarGenial, me ha encantao, el giro final cortapunto total 🤣
ResponderEliminarMagnífico el cambio de interjecciones. En menos no se puede decir más.
ResponderEliminarMuy bueno, me has hecho reír mucho con ese giro final. Gracias!!!!
ResponderEliminarEstupendo 👏👏👏👏
ResponderEliminarOriginal y un final redondo 👍
Otro abrazo cordial
ResponderEliminarBuen uso de los números para ir avanzando en el tiempo y en el relato (magnífico este formato). El giro de la segunda parte define a cada uno y resulta de lo más sugerente
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