Ya lo decía Mendel con sus leyes y sus guisantes, la combinación de genes puede ser muy caprichosa y sorprendente. Mi padre, actor profesional, tenía los ojos marrones y yo, contra todos los pronósticos, los saqué azules; mi padre practicaba el alpinismo y yo tengo un vértigo atroz, que ha marcado mi vida.
Desde pequeña, cuando me encontraba a cierta altura y miraba en vertical, perdía el equilibrio como si el mundo estuviera girando a mi alrededor. Cuando me asomo a un balcón o a una azotea, o cuando observo desde arriba un barranco o un precipicio, siento mareo, sensación extraña en el estómago y un sinfín de síntomas variados.
También desde pequeña me gustó el teatro, como a mi padre. Y ese fue el camino que seguí: la interpretación. Toda mi vida se basaba en estudios de guiones, audiciones, grabaciones, adaptaciones de novelas y películas dramáticas; nada se me resistía. Claro que rodando siempre sobre suelo firme y huyendo de las alturas, que era el punto débil de mi cuerpo y de mi mente. Fue con veintiún añitos cuando un famoso director confió en mí y me ofreció el guión de mi vida. Sin dudar, y muy a pesar de todo, le dije que sí… Y llegó el día del rodaje, ¿cómo negarme a filmar esta escena mítica con Leonardo? Me tomé dos biodraminas pero, en esa proa del famoso transatlántico, yo no cerraba los ojos de la emoción y del enamoramiento, sino del mareo que tenía, a mi coprotagonista le tuvieron que colocar detrás de mí para que me sujetara, disimuladamente, y no me cayera fulminada. Cambiaron hasta el guión para que todo fuera natural. Él me decía: “Sujétate a la barandilla, mantén los ojos cerrados y no los abras”, “No los abro”, le respondía yo, y… tanto que no. Seguía insistiendo y continuaba: “Ahora súbete a la barandilla”. Creí morir, el guionista me quería matar, de verdad. Asesino. Yo sentía como si me precipitara al vacío y tenía que fingir que me moría de amor. El Óscar lo tenía asegurado ese año. Y dale con que no te sueltes. Cuarenta personas rodando la escena y ¿nadie se daba cuenta de que iba a vomitar del mareo que tenía? No contentos, después debía abrir mis brazos, cual Ave Fénix, y declamar en un tono de enamoramiento supino: “Confío en ti”.
Leonardo, te odio, mira que rematar la escena con “abre los ojos”. Te confesé todos mis temores en el set de maquillaje y ¿ahora me retas? No sé ni como pude pronunciar la famosa frase: “Estoy volando, Jack”. La preciosa música de fondo que acompaña a la escena la pusieron en el montaje, yo tan solo escuchaba cantar a un desafinado Leonardo: “Vuela, vuela, alto, muy alto”, ¡Y dale!… Ahí ya tuvimos que parar el rodaje, en principio fueron náuseas, pero después vinieron unos vómitos de lo más desagradables. La cara de Leonardo se tornó de un color grisáceo porque a continuación y, según guion, venía el beso apocalíptico en los labios. Le dije que no se preocupara, me lavé tres veces los dientes y me hice un enjuague con Listerine extra forte.
Fue tal el trauma que me ocasionó Titanic que, a partir de entonces, evité papeles taquilleros en favor de producciones independientes. Prefería los dramas psicológicos, tipo cine francés, rodados en una bonita casa, con un matrimonio de clase media alta, que bebe mucho vino y se reprocha todas las triquiñuelas del pasado.
30/05/2022
Cuentas desde esos inicios del personaje (actriz) sus inquietudes, sus miedos... original en la forma tan personal al contar
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