Ir al contenido principal

184. BARRERAS DE CRISTAL

Nunca me gustaron los insectos. No es miedo, es repulsión, es asco, es fobia, quizás no llegue a trastorno psicológico, pero se acerca bastante; así pues, si me das a elegir, al igual que Rosalía en la entrega de los Goya 2019, versionando a los Chunguitos: “Me quedo contigo”. Me quedo contigo, Kafka, aprovecho la oportunidad literaria que me brindas, y en mi metamorfosis particular “elijo ser hombre”. Después de cuarenta años siendo mujer, sé lo que me digo. Quiero ser hombre de la cabeza a los pies.

            Abrí los ojos pasadas las siete de la mañana, me esperaba un día arduo de trabajo. Salí de casa, deprisa, dejando a mi mujer y a mis hijos en plena vorágine de desayunos y preparativos matutinos.

—Buenos días señor Montes, ¿café, té?

—Gracias, Lorena, pero he parado en un Starbucks y me he tomado un café acartonado para no perder ni un segundo, porque creo que hoy el día está movidito. No olvides reservar cena en nuestro restaurante de moda.

Mi nombre es Javier Montes y soy director de Recursos Humanos de una renombrada multinacional. Es un trabajo duro que requiere mucha dedicación.  Conlleva una enorme dificultad lidiar con ejecutivos a los que mi empresa quiere captar. Desde que me levanto hasta bien entrada la madrugada, estoy desempeñando las funciones encomendadas. Mi pareja se llama Macarena Ortiz, es enfermera, con turnos rotativos y una verdadera malabarista familiar, ella es la que organiza la casa, colegios, médicos, tutorías y todo lo relacionado con nuestro hogar.

Después de un intenso día de llamadas y decisiones, debo darme prisa, otra vez toca cena de trabajo. En esta ocasión se ha alargado más de la cuenta pero he  conseguido mis objetivos,  quizás me he sobrepasado en copas, por lo que dejo el coche en un parking y me voy andando tranquilamente a casa. La noche es traicionera, observo a algunos tipos sospechosos, pero nada que temer. Debo darme prisa que ya son las tres de la mañana. Llegué a casa, besé a mi mujer y a mis hijos, que estaban plácidamente durmiendo. Me sentía realizado laboralmente y afortunado en lo personal, tenía una familia estructurada y feliz, me consideraba buen padre y venía de obtener un plus mensual nada desdeñable.

Cuando a la hora convenida sonó el despertador, di un respingo y salté de la cama. Me encontraba mal, la regla estaba al caer, sentía como una especie de dolor en el vientre bajo y cierto malestar en las piernas. Como pude, me dirigí descalza a la cocina para empezar, con premura y sin dilación, a preparar los desayunos y llevar a los niños al aula matinal, que hoy tenía turno de mañana en el hospital. Todo era un revoltijo de nervios y sensaciones. Kafka, dime tú, qué tienes previsto para hoy: ¿Seré Javier o Macarena?

 


 

27/04/2022

Comentarios

  1. Introduces en ese tono personal que nos cuenta y nos muestra, le das ese aire joven actual. Evidente ese reparto desigual. Creativo y sugerente.


    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

HUESO CONTRA HUESO (Ganador del II Concurso Nacional de microrrelatos. CPA de Isla Cristina)

 Con ese crujido premonitorio de rodilla noté que algo barruntaba a mi alrededor. Ese chasquido seco, no audible, inarmónico y esas burbujas que estallaban dentro de mi articulación podrían pronosticar artrosis, desgaste de menisco o un cambio en la humedad del ambiente. Podría augurar que ya era mayor. Pero no. En mi caso, esa fricción de hueso contra hueso presagiaba la mejor versión de Kramer contra Kramer que hubiera imaginado.             En los eternos anuncios publicitarios de la película que estábamos viendo y con un tímido balbuceo, como el zumbido de un enjambre de insectos, casi insonoro, pero aclaratorio y lapidario, me dijo: “Quiero que leas una carta que te he escrito y que me digas tu opinión sincera”. Acostumbrada a corregir exámenes, cogí mis gafas de cerca y me dispuse, sin dilación, a cumplir, su petición.             Pasados unos minutos y analizado su escrito, con toda la calma de la que fui capaz, le respondí: “Ya la he leído, Ramón. En el análisis del texto

¿VEINTE? (2º premio VIII Edición del Certamen Literario “La Arboleda Perdida” Puerto de Santa María)

  ¿VEINTE?   Una, dos, tres. De pequeña me apodaron “la Santita” porque era tierna, noble y obediente. Cuando a mediodía llegaba del colegio, tanto los vecinos como mi madre me tenían preparada una lista de recados varios: “Niña, baja a por una hogaza de pan para doña Manuela, la del cuarto y, de paso, vas a la frutería, compras un kilo de naranjas de las tontas y le pides a Ramón un poquito de perejil”. Y allá que iba yo, sin rechistar y con agrado, a hacer felices a todos. Las monjitas, y en especial sor Carmen, me trataban de una manera especial, porque especial era yo. Todos cuchicheaban que mi bondad y mi inocencia eran contagiosas y que mi manera peculiar de mirar y de hacer las cosas, me hacía encantadora. Un primor de niña. Una santita, como mi apodo. Cuatro, cinco, seis. Terminado el bachillerato y la universidad, llegó el momento de oficializar mi bondad y tomé una decisión que marcaría mi vida.   Me metí a monja. Me metí a monja seglar, porque yo quería vivir en el mu

Camarero, ¿me pone una caña?

  La soledad me fascina. Puedo decir, sin orgullo, que a mis cincuenta años nunca he tocado un cuerpo que no fuera el mío. No he tenido vínculos reales, ni novios ni amigos ni nada que se le parezca porque me gusta vivir sin riesgos, sin disgustos, sin altibajos. Me he hecho adicta a no dar explicaciones, a mi espacio, a dormir en diagonal, a… Y es que, para mí, m antener una relación interpersonal fluida y sana, en vivo y en directo, se ha convertido en una utopía. Bueno, a ver si me explico para que se me entienda. Algo ha habido por ahí, pero nada que ver con los convencionalismos ni con lo establecido. En mi juventud me enamoré de Mike Jagger, el vocalista de los Rolling Stone. Tenía un poster, tamaño natural, en la puerta de mi armario. Hablaba con él, por cierto, en español, porque el inglés se me da fatal, le contaba de mi vida y de mis suspensos. Él hacía como que escuchaba, miraba y no sé si sonreía. Un novio perfecto. Soy consciente de que me doblaba la edad, pero ese

ME PONGO A DIETA DE AMOR (Publicada en el núm. 6 de la revista cultural Nova Tálassa)

Ella no sabía que a las seis de la tarde se enamoraría, por eso a las cinco salió de su casa para estirar la cabeza y las piernas. Cuando llevaba seis mil pasos y como premio a su vilipendiado cuerpo, maltrecho por los kilos y la vida, decidió entrar en una cafetería y zamparse un trozo de tarta y un café con leche. El local estaba abarrotado de niños merendando, abuelos que hacían de canguro y perros domesticados que hacían de niños. Todos felices, excepto ella que no divisaba un lugar discreto donde cometer su pecado gastronómico. Sonreía ingenua cuando, sin pretenderlo, se tropezó con un hombre interesante de mirada enigmática. No muy alto y nada guapo, pero, al menos a ella, debido a la indigencia emocional por la que atravesaba, le resultaba atractivo. Él resuelto, le propuso compartir la única mesa que quedaba libre y ella no se negó. Resultaba una pareja de buen ver. Sumarían entre los dos unos setenta años. El camarero, hasta ahora ausente en la trama, tomó la iniciat

De cómo la policía arruinó mi carrera literaria

Yo antes era una asesina psicópata sexual. Mi vida se columpiaba en un tiovivo de sensaciones extremas. Después de cargarme al monitor de pilates, al repartidor de Amazon y al vecino ruidoso del segundo B, y con la policía pisándome los talones, decidí cambiar mi destino. Opté por pasar desapercibida y mezclarme con gente normal, gente de bien. Me apunté al directo mensual de Rosa Montero. Quería alejarme de mi pasado, así que no tuve más remedio que aprender sobre el narrador omnisciente, el monólogo interior y hasta el realismo sucio. La adaptación al grupo resultó perfecta. Era una más. Mi vida pasada se convirtió en una fuente inagotable de inspiración. Este mes tocaba redactar algo cuya protagonista fuera la primera persona que me encontrara al salir a la calle y que incluyera dos sustantivos elegidos al azar al abrir un libro. Toda obediente, con “hombre, excursión y playa” me ha resultado fácil y he escrito sobre ese viaje del IMSERSO a Salou, en el que maté a un jubilado de Ast

Tacones más sensatos que lejanos

Yo quería ser chica Almodóvar.   Quería ser una Penélope Cruz en Volver , escondiendo el cadáver del marido en un arcón congelador. Quería ser una actriz porno como Victoria Abril en Átame . Quería cantar “Un año de amor”, contoneándome junto a Miguel Bosé en Tacones lejanos . Quería vivir el momento gastronómico más memorable de la historia del cine y zamparme con María Barranco ese gazpacho asesino en Mujeres al borde de un ataque de nervios . Quería todo eso, y mucho más. Pero, para mi infortunio, ese universo ochentero se me escapó mientras trabajaba de maestra en una escuela unitaria de un pueblo perdido en la sierra de las Villuercas. Hoy, uso tacones más sensatos que lejanos. Ya soy mayor, abuela, y tengo pocas ganas de ese mundo glamuroso, extravagante, de lucimiento y trasnocheo. Almodóvar, en cambio, sigue imparable. Ha obtenido un rotundo éxito en el Festival de Venecia. Esboza una sonrisa perfecta, aunque poco contagiosa. Luce un traje rosa, de doble botonadura, y se

259. DALÍ ME CONVENCIÓ

En un día soleado y absurdo, Margarita se encontraba desparramada en el sofá de su sala de estar, contemplando su barriga con la seriedad de un crítico de arte examinando una obra surrealista. Estaba convencida de que su abdomen irradiaba un cierto parecido al reloj derretido de Dalí. No sabía cómo había llegado a ese desbordamiento en carnes, pero tenía una certera intuición y, envalentonada por su locura gastronómica, agarró una patata, le pintó ojos, nariz y boca, la llamó Enriqueta y empezó   a reprocharle todas sus inseguridades. —    Enriqueta, ¿has observado esta protuberancia que reina entre mi ombligo y mi pubis? —    Claro que sí, Margarita, ¿cómo no verla? Es como si el tiempo se derritiera en tu estómago, y es obvio que está inflado como un globo aerostático. Todo un portento del arte moderno. Si te exhibieran en la Tate Gallery de Londres, seguro que algún coleccionista se fijaría en ti. —    Mira qué graciosa ella, pues estoy convencida de que parte de este "

DE CANCIONES, LUCES Y APAGONES

—Buenos días, soy Serafín. —¡Hola, Serafín! Qué inconfundible es ese nombre tuyo, aunque ya casi me resulta familiar. Nunca imaginé que una cita a ciegas pudiera ser tan placentera, y además, ¡me llamas por la mañana! ¡Qué ilusión! ¿También te gustó? Aunque aún no te conozco muy bien, ayer, por lo menos, estuviste muy muy gracioso, generoso, fogoso, lujurioso, ardoroso. La verdad es que tuvimos momentos muy… luminosos. Vamos, que “Me quedo contigo”, como bien cantaban los Chichos y Rosalía en su magnífica versión. Eres sensual como una bachata. Si esto sigue adelante, me encantaría que escogiéramos una canción para que fuera nuestro estandarte, nuestro nexo de unión, nuestro punto de encuentro. Y, por supuesto, para bailarla, entrelazando nuestros cuerpos, en cada aniversario. ¿Qué te parece la idea? ¿Prefieres algo ochentero, tipo cantautor reivindicativo, como “Te recuerdo Amanda”, o más romántico, como “Lucía”, o incluso roquero como “Angie”? Por cierto, yo me llamo Lola, no sé si

ME MORÍA POR ÉL

Hace muchos, muchos años, allá por la era terciaria, yo era una niña buena. Estudiaba y me educaba en un colegio de monjitas, que también eran muy buenas: sor Carmen, con sus sermones; sor Rosa, con sus maneritas; sor Josefina, con su armonio.   Al salir a mediodía coincidíamos con los niños del cercano colegio de curas. Ellos no eran tan buenos y nos pintaban con tiza una cruz, casi indeleble, en el uniforme azul marino. Entre el grupo de aspirantes a  asaltantes callejeros estaba él. Él no era como los demás, él era tranquilo, tierno, dulce y romántico. O, al menos, así me lo había inventado yo. Un viernes por la tarde, para mi sorpresa, no sé ni cómo consiguió el número, llamó a casa. Desde un teléfono fijo, ahora de estilo retro, colocado en el comedor y rodeada de toda la familia que estaba merendando, hablamos por primera vez. Me latía el corazón desaforadamente, me temblaban las piernas…Creo que me moría por él. Quedamos para ir al cine Imperial, a las cinco de la tarde

Y EL SÉPTIMO DÍA DESCANSÓ (Texto publicado en el núm 56 de la revista SPECULUM (Club de Letras de la UCA)

 Él es el más alto. Él es el más tranquilo. Él es el más confuso. Él es el más sibarita. Él es el más amortiguado. Ella, ella es la más espiritual. Estos son mis seis novios, con arroba incluida. Cada día de la semana le toca a uno. En una hoja Access voy anotando: nombre, aficiones, conversaciones frecuentes y apetencias sexuales. Que no quiero herir sensibilidades.             El más alto se llama Jesús, es de Sevilla, como el Jesús del Gran Poder y para más INRI, nunca mejor dicho, siempre tiene cara de pena, pero besa bien, por eso le he asignado el lunes, para ir entrando poco a poco.             El martes tengo a Lorenzo, el más tranquilo. Siempre llega tarde. Le tengo que recordar que no tenemos todo el día; que contra pereza, diligencia. Le tengo que recordar que empiece por arriba pero que se pare, sin prisas y con esmero, donde él sabe. El más confuso, siempre duda del día que tenemos fijado. Andrés, cielo mío, el miércoles. Acuérdate de la ceniza del Señor. Acuérdat