Un día metí mis pies en los mocasines negros de mi vecino que, por cierto, iban complementados con calcetines blancos. Al principio, me dolía un poco la vista pero después tuve sensaciones contradictorias. Me sentí Michael Jackson, en un flash ochentero, bailando “Thriller”. La media hora se me hizo interminable, ya me estaba hasta notando un cierto acento estadounidense y la piel un poco más oscura o clara, según se mire. Tipo de costumbres y atuendo algo cuestionable, pensé.
Cuando quise entender mejor a mi hija Elena, me calcé sus sandalias hechas a mano, todo comodidad, que parecían llevar tatuado en el cuero sus ansias de aprender y de tener nuevas experiencias. La niña ha salido intrépida, pero yo tengo una única fijación y es que apruebe y, a ser posible, con nota.
Cansada me quedé con los deportivos de mi sobrino Pedro porque tuve que jugar un partido de futbito y, aunque me pusieron de portera, terminé agotada. Él añoraba ser delantero, lo que no sabe es que juega mal y corre peor.
Con los zapatos de mi pareja, Carlos, me fui a tres museos. Acabé confusa y con palpitaciones. El médico diagnosticó Síndrome de Stendhal, y aconsejó que dosificara las manifestaciones artísticas. Y es que creo que Carlos es consciente de que su sex-appeal radica en sus conocimientos, él es sapiosexual y se entrena al extremo.
Guerra interna se me planteó con las botas de Isabel, la ex de Carlos. Eran Gucci, de última colección. Según indagué, después de aplicar una cuantiosa rebaja, le habían costado mil euros. Tuve que reconocer su estética, aunque claro, fallaba en su concepto de racionalidad en el consumo.
Con el dominio de los aspectos cognitivos de los que me rodeaban, me he visto crecida, me ha brotado mi lado emprendedor, he descubierto mis fortalezas y he creado la ACZA (Asociación de Calzadores de Zapatos Ajenos), de la cual soy lideresa absoluta, soy, soy…
Soy tonta y creo que llegado a este punto conviene parar. Reconozco abiertamente que la terapia de “Me pongo en tus zapatos” no ha funcionado, al menos como la había planteado. Se trataba de dejar a la gente ser ella misma y temo que me he limitado a ser juez de vidas y conductas ajenas; además, ¿para qué quiero ser presidenta y única integrante de una asociación que no sirve para nada y cuyas siglas son impronunciables?
A partir de ahora, me limitaré a opinar sobre mis zapatillas, por cierto sin estrenar y que, con tanto trajín, se me están clavando a la altura del meñique izquierdo.
26/03/2022
Idea original, con muchos matices, puntos de vista y pensamientos. Es un texto clari, divertido y esa especie de crítica interna que es desechada en el desenlace. Muy acertado.
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