¿Qué puede salir de la convivencia entre un poeta y una narradora, ambos de reconocido prestigio? ¿Qué puede salir de una escritora comprometida, atea y roja hasta la médula? Pues salí yo: Magdalena Montero,
Me crié en un ambiente tan intelectual y moderno que daba náuseas. Tú, con voz ronca de fumadora de Ducados, estabas continuamente riendo y hablando con mi padre, que te respondía con una mirada pastelosa. Ambos poseéis un dominio exhaustivo de la lengua; siempre dabais con la expresión adecuada. Os dedicabais palabras tan críticas como elocuentes, tan comprometidas como seductoras. Ni que decir tiene que cuando, en vacaciones, venía la panda: Sabina, Miguel Ríos o Benjamín Prado, los llamados el Club de Rota, entre whisky y whisky el nivel iba subiendo: humo, conversaciones y risas. Todos progresistas y disfrutones a más no poder.
Yo quería que me llamaran Nena, como todas las niñas de mi edad, pero era una misión imposible, que entre tanta mente abierta y artística que no me pusieran otro apodo y fue mi madre la que dijo: “La llamaremos Malena”. Sabina, que andaba por allí, remató: “Que es nombre de tango”. Yo, entonces, no sabía lo que era un tango. El genuino cantante dejó por un instante el vaso y el cigarro y empezó a canturrear: “Malena canta el tango como ninguna y en cada verso pone su corazón…”.
Las palabras sensibilidad, sensualidad, emoción, erotismo, belleza o compromiso eran, en mi casa, más habituales que “lávate los dientes” o “qué quieres para merendar”. Ya digo, un asco.
Aunque también lectora y estudiosa, me propuse convertirme en lo que no debía o podía ser, no quería adaptarme al modelo que de mí se esperaba. Yo buscaba mi lugar y, de paso, llevar un poco la contraria al personal. Pretendía reafirmarme en una opción mía diferente y me hice falangista, en una versión “roja” de los cabezas rapadas. Pero con estos padres tolerantes no había manera, ambos dos me respetaban y comprendían mi actitud. Decían que era independiente, un tanto rebelde y alternativa, pero muy pacífica. Llevo tatuajes en los brazos, el escote y la cara, un colgante de una virgen, una cruz y pelo bicolor, pero ellos se hacían orgullosas fotos en mi compañía.
Hoy dejo atrás toda pose, toda opción política, consciente de que la muerte es la única catástrofe verdadera, como dice mi padre. Hoy solo me gustaría saber qué hay después de esta vida. Hoy me gustaría disponer de una mirilla y poder ver dónde te encuentras; aunque, con toda seguridad, creo que tus labios de whisky estarán en el cielo de las grandes.
05/12/2021
¡Tan original como acertado! Aportas datos, creas contextos. Como referente su protagonista, que en primera persona nos cuenta su mundo, tan singular como interesante. También su rebeldía ante tanta tolerancia. Resuelves con dosis de sensibilidad ante lo realmente importante. Haces tuyo al personaje.
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