Mi patio es como todos los patios. Quiero decir, como todos los patios interiores: cuadrados, grises y creados con la finalidad, algunas veces no conseguida, de aportar algo de luz.
Mi vida es como mi patio: ensombrecida y triste. Y con la única distracción de asomarme a esa ventana que conecta con el mundo exterior, con un mundo que se empeña en prescindir de mí. Menos mal que abajo, en el cuadrilátero comunero siempre estabas tú: olvidado, impertérrito, sucio y descolorido.
Te vi desde lo alto. A pesar de la distancia, creo que nos sentíamos muy cerca, solo nos separaban esas cinco plantas hormigonadas. Creo que me mirabas y que comprendías mi desesperación y la absurdez de mi existencia. Creo que éramos cómplices y que compartíamos nuestra soledad. Por eso todas las mañanas acudía fiel a mi cita contigo para comunicarte que aún seguía viva. Creo que me enamoré de ti desde el primer momento que divisé tu cuerpo tumbado, tirado, como dejado en el abandono. De lejos intuía tus ojos muy abiertos mirándome fijamente. Tu mirada interrogativa daba pie a que me diera prisa por provocar un acercamiento entre nosotros, porque yo quería contarte. Quería contarte que derrocho fuerza, amor y sensibilidad. Que sin pretender sobreactuar en emociones soy una mujer tierna, fresca, enérgica, curiosa, inteligente. Que durante mi infancia contemplaba la posibilidad de convertirme algún día en médica pero que, por circunstancias varias, terminé siendo cómica. Que la vida tiene un toque absurdo y ridículo. Tan ridículo como…
¡Ay, que no puedo! ¡No puedo! Que tengo que asimilar mi diagnóstico de cáncer de mama. Lo sé. Que me darán algunas sesiones de quimioterapia. Lo sé. Que se me caerá el pelo. Lo sé también. Soy fuerte e intentaré mantener una actitud positiva, pero que, para
subir mi autoestima, tenga que intentar ligar, en prosa poética, con el muñeco roto del vecino se me da fatal. Sin falta mañana pido hora con el psicólogo para que me cambie esta terapia por la del hablar con el espejo, que ahora en invierno es más calentita y no tengo que estar tanto rato asomada a la ventana.
Finalista en el I Certamen de relatos Nila Flores. Asociación de mujeres con cáncer Bahía. Edición de libro recopilatorio de relatos premiados y finalistas
24/10/2021
Es una persona que se enfrenta a su propia realidad, a su cotidianidad no satisfactoria y su necesidad de expresar, aunque sea en un diálogo sordo e inanimado con el patio, toda su frustación y toda su soledad; a lo mejor el espejo es mucho mejor porque podrá dialogar con ella misma, son su imagen reflejada, y podrá preguntarle el por qué de muchas cosas.
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