Soy muy pequeño. Todos me tienen una manía especial, casi me odian; unos porque se asfixian, otros porque sienten claustrofobia, otros por pereza. Todos protestan al verme. Mi existencia es anodina, mi utilidad está en entredicho, e incluso hay mucha gente que prescinde de mis servicios.
Qué triste y desgraciada existencia la mía. Siempre me he sentido inferior, en cuanto a mimo y decoración, con el resto de las estancias de un comercio: nada que ver con la entrada, los escaparates o el mostrador.
Yo nunca estoy a la vista. Casi siempre me diseñan como un pequeño receptáculo con un simple espejo y una cortina.
Para qué me quejo, si nadie me escucha. Intentaré ser positivo. Hoy supongo que tendré poco trabajo. No creo que le gente se anime a salir de compras con este calor asfixiante y el tórrido cielo de esta sobremesa veraniega.
¡Ay!, qué susto. Se acaban de cargar la cortina y ha caído la barra con toda la fuerza de la gravedad. Los artífices de esta acción han sido la sufrida madre estresada y el niño gritón. Es que no son horas, señora. Ese chavalito debería estar en siesta y salir de compras con la fresquita; pero no, aquí están los dos sudando, desperdigando la ropa sobre el suelo y mirándose con cara de odio contenido.
Menos mal que ahora ha llegado una señora, entrada en años pero con espíritu juvenil y abdomen un tanto abultado, que anda buscando un bañador perfecto y reductor. Desde que entró no para de protestar: que si la luz es grisácea, que si el espejo hace mucho más gorda, que si el suelo está lleno de bolitas de polvo, que si no puede ni moverse de lo chico que soy, que si el olor característico se hace empachoso y casi insoportable y que si la música de Justin Bieber, a toda pastilla, no le va nada.
Lo que me faltaba, ya llega la loca del lugar. Dice que es reina, pero lo cierto es que no se parece en nada a Letizia y no creo que su diseñador de cabecera comercialice sus exquisitas prendas en este centro comercial de clase media. Viene vestida con una larga capa negra, forrada de rojo por dentro, y un alto cuello blanco. Y, todos los días, con cara de malvada se pone delante de mi espejo y empieza a declamar: “Espejo, espejo mágico dime una cosa: ¿Qué mujer de este reino es la más hermosa?”. Si me hago el despistado, repite y repite la pregunta, con aspavientos de posesión maléfica. No se va hasta que no le contesto: “Usted, majestad, usted es la más bella del reino”.
“Porca miseria”, que diría un italiano…
25/10/2021
Todo puede ser y todo puede ocurrit. Original el lugar elegido y personalizar en él. Consigues que interesen los comentarios de sus personajes y que crezcan con ese final de cuento.
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