Adela, la de la cabeza hueca, así me llamaba mi abuela,
después mi madre y ahora mi hermana. Nunca he sabido con certeza el porqué de
ese apelativo. ¿Así soy? ¿Así me ven? ¿Soy tan inconformista, tan incauta, tan
inconsciente como me pintan? En eso andaba pensando cuando me monté en el
autobús camino a ninguna parte. Me senté al lado de una familia con dos niños pequeños
y la que parecía la madre estaba otra vez embarazada. Envidiaba tanta
felicidad, tanta fertilidad. Sus vidas deberían estar repletas de emociones y
afectos. Por aburrimiento, libido
desenfrenado, subterráneo estado emocional
o porque, quizás, tengo la cabeza hueca me puse a jugar con la ubicación de una aplicación bien
conocida, para seleccionar a personas disponibles, para lo que fuera, en un
radio de 100 m. Di un superlike al
contacto más cercano. Tan cercano que podría estar en el bar de la esquina.
Casi al instante apareció un icono de estrella azul brillante y un mensaje que
decía: ¿dónde nos vemos? Con mi cotidiana insensatez le respondí: En el Hotel
París. Elegí al azar ese hotel porque se distanciaba solo
cinco paradas. Saqué
mi libro de cabecera y me dispuse a matar el rato sin plantearme ningún juicio
moral. Lo sé. Lo sé. No lo he visto nunca. No sé si es un psicópata, un
atolondrado o un enteradillo, pero es lo que hoy me ha deparado el día y dentro
de media hora nuestras pasiones se darán el encuentro. Vale, lo reconozco,
puede que tenga un punto de cabeza hueca…
Niño, estate quieto y no molestes a la señorita, que está leyendo. Aprende de ella y a ver si dejas la maquinita y te recreas con algún cuento cuya moraleja sea “estudia y haz los deberes para que te hagas un hombre de provecho”. Deja la maquinita y copia de tu hermana que, aunque tampoco lee, se está quietecita y se come su paquete de gusanitos. Míralo y él tan pancho, como si la crianza de estos dos energúmenos no fuera una labor compartida. Roberto, corta ya el Candy Crash y encárgate de los niños, que yo bastante esfuerzo hago intentando mantener el equilibrio con estos frenazos y los ocho meses de embarazo, ya cumplidos, que tengo. Roberto, ejerce de padre que ahora te vas a una reunión y otra vez me los encasquetas. Realmente lo que siento es envidia de esta desconocida lectora; seguro que es una mujer culta, profunda, triunfadora y que sabe lo que quiere. Seguro que tiene una pareja que la venera y le da mil noches de placer… no como yo con un marido que me ignora y niños que son niños. ¿Qué hago esta noche de cena? ¿Tengo huevos? Tenía que haber comprado pan.
La siguiente es la mía. La siguiente es la parada del Hotel París. Qué lanzada e intrépida soy. ¿Voy? Todavía estoy a tiempo de desistir. Según el último mensaje, ha reservado la suite 24. Él ha sido raudo en tomar la iniciativa, eso denota que siente interés. Cómo dejar pasar la oportunidad de conocer al hombre de mi vida y tener esa añorada familia de libro de texto. Mis niños, mi vientre inflado, mis discusiones cotidianas… Me lanzo. Me mojo y al hotel.
Aún dudaba si llamar cuando mi cuerpo se paró justo enfrente de la habitación reservada. Sé que es una banalidad pero, qué puedo perder. Allá voy.
Toc, toc.
Hooola, Ro… Roberto.
04/05/2021
Sutil, veo ambas historias tan diferentes, paralelas, sin tocarse hasta el desenlace...
ResponderEliminarExpresas con claridad, se aprecian ambas historias y las conectas. Genial.
ResponderEliminar