Dígale, agente, que no tuve más remedio que matarle. Dígale que quería para él una muerte dulce y que por eso le hice la mermelada con mucho esmero y polvo de calmantes. Dígale que sabía lo de sus planes de suicidio, pero que jamás me hubiera imaginado que se tomara esas dos cajas de ansiolíticos justo antes del desayuno. Dígale que se me adelantó y que tenemos una conversación pendiente cuando regrese del hospital. Insístale en que lo que no le perdono fue su escueto mensaje de despedida: “Creo que hoy, por fin, me suicidaré”. Al menos podría haber añadido algo de lirismo y afectividad. 16/02/2021