Darse una vuelta con él era lo que todos envidiaban. Pues dicho y hecho. Aproveché la oportunidad. Como todos estábamos encerrados por la cuarentena del COVID, hice un grupo de Whatsapp con todos los vecinos interesados. Elabore´un cuadrante con hora, recorrido y precio. Todos contentos podían salir y pasear, el único que protestaba era Neón, mi perro, que me demandó al sindicato canino por explotación laboral.
Con ese crujido premonitorio de rodilla noté que algo barruntaba a mi alrededor. Ese chasquido seco, no audible, inarmónico y esas burbujas que estallaban dentro de mi articulación podrían pronosticar artrosis, desgaste de menisco o un cambio en la humedad del ambiente. Podría augurar que ya era mayor. Pero no. En mi caso, esa fricción de hueso contra hueso presagiaba la mejor versión de Kramer contra Kramer que hubiera imaginado. En los eternos anuncios publicitarios de la película que estábamos viendo y con un tímido balbuceo, como el zumbido de un enjambre de insectos, casi insonoro, pero aclaratorio y lapidario, me dijo: “Quiero que leas una carta que te he escrito y que me digas tu opinión sincera”. Acostumbrada a corregir exámenes, cogí mis gafas de cerca y me dispuse, sin dilación, a cumplir, su petición. Pasados unos minutos y analizado su escrito, con toda la calma de la que fui capaz, le respondí: “Ya la he leído, Ramón. En el análisis del texto
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