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94. Síndrome de la taberna


Durante todo el confinamiento he vivido sola. Me he encontrado conmigo misma a medio camino entre mi cuerpo, el salón, mi mente y  la cocina. Tenía subidas y bajadas de ánimo: me atiborraba de chocolate, me conectaba, me crispaba, me conectaba, me emborrachaba, me conectaba, me polarizaba… todo me. La angustia y ansiedad se apoderaron de toda mi existencia. Después del largo día me iba a la cama tropezando con los muebles y con las sílabas. Había dejado de ser el pim, pam, pum real de todo el mundo y solo los veía por videoconferencia con una gran sonrisa, los labios pintados de un rojo carmesí y vestida de cintura para arriba como los locutores del telediario. Como si nada ocurriera. Intentando simular la normalidad.
    Al principio todo eran risas. La pantalla se había convertido en casi la única ventana al mundo. Frente a las calles desiertas, frente al terror del aislamiento y frente al yo, me, mi, conmigo, tenía que buscar, desesperadamente, a los demás en la pantalla.  Bendito wifi salvador, que, junto con los sanitarios, también merece el premio Princesa de Asturias, al menos, en la categoría de Ciencias Sociales y Comunicación.
    A los quince días eran tantas las vídeollamadas que me sentía casi Zoomvigilada. Toda una gama: clases virtuales, reuniones laborales, directos de Instagram, de rutina con la familia o botellones grupales de sábado a mediodía. Casi todos los zoomparlantes lucían una librería cuajada de libros detrás, no sé si de atrezzo o real para fardar de cultura. Incluso he oído la famosa doble pillada de desnudo y cuernos en pleno directo casero entre tertulianos, le llaman el Merlos Place, en honor al apellido del protagonista principal. Todos, en el fondo, haciendo teatro.  Parecíamos zoombados en toda regla.
    Ahora toca las fases de la desescalada, la nueva normalidad o el viacrucis de bares, porque ahora toca vernos. ¿Tomamos algo?, ¿nos vemos?, ¿dónde nos vemos?, ¿a qué hora nos vemos? … Estoy que no paro, tanta cena, copas y alterne me tiene, otra vez, llena de angustia y ansiedad. Otra vez estoy agotada, pero al menos no me siento vigilada. Bueno, es un decir, porque el otro día nos reencontramos las compis del taller de autoestima. Parecía que no había un mañana, una copa, otra y muchas más.     Terminamos cantando, con la mascarilla en la mano, dando tumbos y a pulmón batiente: “Vivir así es morir de amor” de Camilo Sexto, que ya presagiaba. Porque lo que yo no sabía es que María Engracia estaba grabando un vídeo con el móvil. Al día siguiente el susodicho vídeo lo vendió, la muy lagarta, a la Sexta y lo emitieron en todos los informativos, programas de por la tarde y en las encendidas tertulias de la noche. Todos están de acuerdo en que nuestro grupo es el  creador del Síndrome de la Taberna, que es el como el de la Cabaña pero al revés.
10/06/2020

Comentarios

  1. Muy bueno, Yayo. Me gusta mucho el principio.

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  2. Me apunto al Síndrome de la Taberna...

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  3. Socarrón y displicente. Muy bueno

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  4. �� Real como la vida misma��

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  5. Simpático y refrescante, como siempre. ¡Qué chispa gaditana!

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  6. Me encanta! Yayo al 100%
    Qué gustazo es leerte... 😁

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  7. Bueno creo que soy una apasionada de estos textos que son capaces de llevar a cualquier lector por la senda del humor, de la alegría y del ingenio, con pizcas de maldad-sana. El personaje emociona e interesa. Gracias por tu trabajo, tan personal, tu registro singular es inimitable.

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