Durante
todo el confinamiento he vivido sola. Me he encontrado conmigo misma a medio
camino entre mi cuerpo, el salón, mi mente y la cocina. Tenía subidas y bajadas de ánimo: me
atiborraba de chocolate, me conectaba, me crispaba, me conectaba, me
emborrachaba, me conectaba, me polarizaba… todo me. La angustia y ansiedad se apoderaron
de toda mi existencia. Después del largo día me iba a la cama tropezando con
los muebles y con las sílabas. Había dejado de ser el pim, pam, pum real de
todo el mundo y solo los veía por videoconferencia con una gran sonrisa, los
labios pintados de un rojo carmesí y vestida de cintura para arriba como los
locutores del telediario. Como si nada ocurriera. Intentando simular la
normalidad.
Al
principio todo eran risas. La pantalla se había convertido en casi la única
ventana al mundo. Frente a las calles
desiertas, frente al terror del aislamiento y frente al yo, me, mi,
conmigo, tenía que buscar, desesperadamente, a los demás en la pantalla. Bendito wifi salvador, que, junto con los
sanitarios, también merece el premio Princesa de Asturias, al menos, en la
categoría de Ciencias Sociales y Comunicación.
A
los quince días eran tantas las vídeollamadas que me sentía casi Zoomvigilada. Toda
una gama: clases virtuales, reuniones laborales, directos de
Instagram, de rutina con la familia o botellones grupales de sábado a mediodía.
Casi todos los zoomparlantes lucían una librería cuajada de libros detrás, no
sé si de atrezzo o real para fardar
de cultura. Incluso he oído la famosa doble pillada
de desnudo y cuernos en pleno directo casero entre tertulianos, le llaman el Merlos
Place, en honor al apellido del
protagonista principal. Todos, en
el fondo, haciendo teatro. Parecíamos
zoombados en toda regla.
Ahora toca las fases de la desescalada, la nueva normalidad o
el viacrucis de bares, porque ahora toca vernos. ¿Tomamos algo?, ¿nos vemos?,
¿dónde nos vemos?, ¿a qué hora nos vemos? … Estoy que no paro, tanta cena,
copas y alterne me tiene, otra vez, llena de angustia y ansiedad. Otra vez
estoy agotada, pero al menos no me siento vigilada. Bueno, es un decir, porque
el otro día nos reencontramos las compis
del taller de autoestima. Parecía que no había un mañana, una copa, otra y
muchas más. Terminamos cantando, con la mascarilla en la mano, dando tumbos y a
pulmón batiente: “Vivir así es morir de amor” de Camilo Sexto, que ya
presagiaba. Porque lo que yo no sabía es que María Engracia estaba grabando un
vídeo con el móvil. Al día siguiente el susodicho vídeo lo vendió, la muy
lagarta, a la Sexta y lo emitieron en todos los informativos, programas de por
la tarde y en las encendidas tertulias de la noche. Todos están de acuerdo en
que nuestro grupo es el creador del
Síndrome de la Taberna, que es el como el de la Cabaña pero al revés.
10/06/2020
Muy bueno, Yayo. Me gusta mucho el principio.
ResponderEliminarMe apunto al Síndrome de la Taberna...
ResponderEliminarSocarrón y displicente. Muy bueno
ResponderEliminar�� Real como la vida misma��
ResponderEliminarSimpático y refrescante, como siempre. ¡Qué chispa gaditana!
ResponderEliminarMe encanta! Yayo al 100%
ResponderEliminarQué gustazo es leerte... 😁
Bueno creo que soy una apasionada de estos textos que son capaces de llevar a cualquier lector por la senda del humor, de la alegría y del ingenio, con pizcas de maldad-sana. El personaje emociona e interesa. Gracias por tu trabajo, tan personal, tu registro singular es inimitable.
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