Se llama Iván y vive en la España vaciada. Cuando, al
atardecer, recorre las calles de su pequeño
pueblo, solo escucha sus propias pisadas. Es aficionado a una de las más
hermosas de las artes: la música, pero se gana la vida limpiando en un colegio.
Su ilusión es vivir en una gran ciudad con edificios altos, bullicio callejero
y aglomeraciones de personas que van y vienen sin motivo aparente.
Ahorró lo suficiente, cogió sus
aperos de trabajo, su vieja bicicleta y se dispuso a realizar el añorado viaje
a la colosal urbe. Cuando la divisaba a lo lejos, se sintió defraudado, comprobó
que no era lo que imaginaba; que el cielo, de pronto, se llenó de nubes, que se
diluían los caminos, que las ajadas fachadas no eran reales, solo estaban pixeladas
en su mente, que de su cuerpo se apoderó un sudor frio, que esa huida urbana
había sido una pesadilla.
Iván no debe preocuparse, él está en la dehesa de su pueblo,
dormitando a la sombra de una encina. Lo sé porque yo soy la mosca que le está
fastidiando su enfebrecida siesta estival.
18/05/2020
En el personaje de Iván se da ese deseo de encontrar el mundo fabuloso creado en su mente, quizás una quimera en contraposición con su entorno natural y silencioso. Esa escapada descrita, ahora tangible se convierte en una realidad que le decepciona, el engaño de su propia mente. En la forma de describir la gran urbe muy bien elegidas las expresiones (nubes, fachadas, caminos), y las frases para describirlas.El desenlace aporta ese matiz de simpatía y despreocupación de un narrador que nos sorprende por quién es y revela con sapiencia su identidad y ese sueño de Iván, ahora dormitando. Tus escritos nunca defraudan, al contrario es ilusionante leerlos.
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