Ir al contenido principal

Por pereza (Texto publicado en el Nº 42 de la revista Speculum, del Club de Letras de la UCA)

Hace una semana maté a mi marido. Y la verdad es que no sé por qué lo maté. Me lo he preguntado mil veces ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Será porque nuestra relación era silencio? ¿Será porque entre nosotros solo había vacío, mármol, frialdad? ¿Será porque ya no nos profesábamos admiración mutua? Tenía ninguna o mil razones. Lo cierto es que tomé una decisión inapelable y la ejecuté sin dilación, ni remordimiento.
    Cuando conocí a Juan, el difunto por así decirlo, va para veinte años, me pareció un poco cultureta  y, en alto grado, snob. Pertenecía a esa clase de personas que por tener un escogido currículum cultural e intelectual, están fuera de este mundo soez, grosero y ordinario. Casi todos sus amigos eran, además de intelectualoides, requisito sine qua non no se podía pertenecer al grupo, presumidos, narcisistas, hablaban sin parar de sí mismos y de personas que yo no conocía ni de refilón.
    Yo era la antisnob, pizpireta, fresca, franca y transparente. Creo que todo el selecto grupo pensaba de mí que tenía poco glamour e imaginación. Creo también que hasta mi aspecto físico era desaprobado: anchas caderas y pelo rizado. No tenía pinta de librera o directora de cine. Tampoco leía sus mismos libros incomprensibles, ni visualizaba sus mismas películas en blanco y negro, versión original. En el gastrocine de los domingos me limitaba a servir las tapitas y cervezas, porque si me sentaba a intentar comprender la película, con casi toda probabilidad me quedaba dormida.  
    En casa no tenemos televisión, por lo visto es alienante. Nosotros solo escuchamos debates de la radio. Estoy un poco harta, porque tan acuciante es que en una sociedad no se lea, con el problemón de incultura e injusticia que eso acarrea, como que los escritores, y sobre todo si han ganado algún reconocido premio casi siempre otorgado de antemano, tomen las tertulias. Los escritores, cual filósofos, opinan de cualquier tema. No se cortan. No me gusta.
    A pesar de todo lo anterior, me enamoré de Juan y tuvimos en común por orden inverso de relevancia: un chalet a las afueras, un perro y un niño, al que llamamos Samuel, en honor a Samuel Beckett. Paradójicamente, todo el grupo de amigos cercano a nuestro hijo, le llamaban “Samu”, como si del servicio de urgencias se tratara, nada que ver con el existencialismo y el cuestionamiento de la sociedad y del hombre. Nada que ver con el teatro del absurdo. Pura pose. Absurda fue toda nuestra vida en común.
Hace un mes y medio, nuestro presidente de gobierno convocó una rueda de prensa y, con cara de pocos amigos y rictus a lo Arias Navarro cuando anunció el esperado óbito, lanzó un mensaje que nos dejó ojipláticos: confinamiento obligatorio en nuestros domicilios porque, según refería, había un virus suelto por todo el globo terráqueo.
    Samuel huyó de la quema y se recluyó en casa de unos amigos, así que Juan y yo nos quedamos en un vis a vis continuado.  Nuestra convivencia fue incalificable. Juan en la inopia, no se callaba, venga a quejarse, a justificarse a lamentarse. Yo, por mi parte, me  aburría mortalmente, estaba triste, deprimida y desesperada por el futuro. El mayor roce no siempre hace más cariño. La convivencia ininterrumpida trajo acarreada fobias, manías, caprichos y más desencuentros. El confinamiento nos pilló en mal momento, un año sin sexo y tres sin risas.
    Podíamos haber acudido a una terapia de pareja. Nos podíamos haber escrito una carta profunda con las  fortalezas y debilidades de nuestra relación. Podíamos haber mantenido una charla sincera. O, por último, haber ido a un abogado amigo y tramitar un covi-divorcio,  pero la verdad es que me dio pereza.
    Opté por accionar la Thermomix y, con velocidad 10, triturar una caja entera de ansiolíticos. Me planteé diluir el mejunje obtenido en gazpacho, como en “las mujeres” de Almodovar, pero yo quería que su muerte fuera dulce, así es que le hice natillas con galletas María, que son sus preferidas. Se zampó un gran cuenco, mientras lo engullía comentaba que solo el olor le trasladaba a su infancia y que ese color amarillento significaba bla, bla, bla. Yo esperaba tranquilamente.
    Le entró sueño y se fue a la cama, así de fácil. Cuando llamé al servicio de urgencias y les expliqué que antes del óbito tosía un poco, no lo dudaron y en el informe y, como causa de la muerte, anotaron: posible coronavirus. No pudimos velarlo, mi hijo y yo ya lo vamos superando.


12/05/2020


http://www.cervantesvirtual.com/

 Nº 42 de la revista Speculum del Club de Letras de la UCA

Comentarios

  1. Me gusta tu forma de escribir tan ágil y levemente humorística. Enhorabuena compi.

    ResponderEliminar
  2. Es imposible no seguir leyendo con ese inicio en el primer párrafo donde alude a la edad y al asesinato (normalizándolo) además de las dudas o cavilaciones. En qué punto exacto se mezcla lo trivial, lo espontáneo, lo pasajero y lo profundo de esa relación, por un lado la lucidez, por otro la singularidad y comicidad. Muy bueno.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

HUESO CONTRA HUESO (Ganador del II Concurso Nacional de microrrelatos. CPA de Isla Cristina)

 Con ese crujido premonitorio de rodilla noté que algo barruntaba a mi alrededor. Ese chasquido seco, no audible, inarmónico y esas burbujas que estallaban dentro de mi articulación podrían pronosticar artrosis, desgaste de menisco o un cambio en la humedad del ambiente. Podría augurar que ya era mayor. Pero no. En mi caso, esa fricción de hueso contra hueso presagiaba la mejor versión de Kramer contra Kramer que hubiera imaginado.             En los eternos anuncios publicitarios de la película que estábamos viendo y con un tímido balbuceo, como el zumbido de un enjambre de insectos, casi insonoro, pero aclaratorio y lapidario, me dijo: “Quiero que leas una carta que te he escrito y que me digas tu opinión sincera”. Acostumbrada a corregir exámenes, cogí mis gafas de cerca y me dispuse, sin dilación, a cumplir, su petición.             Pasados unos minutos y analizado su escrito, con toda la calma de la que fui capaz, le respondí: “Ya la he leído, Ramón. En el análisis del texto

¿VEINTE? (2º premio VIII Edición del Certamen Literario “La Arboleda Perdida” Puerto de Santa María)

  ¿VEINTE?   Una, dos, tres. De pequeña me apodaron “la Santita” porque era tierna, noble y obediente. Cuando a mediodía llegaba del colegio, tanto los vecinos como mi madre me tenían preparada una lista de recados varios: “Niña, baja a por una hogaza de pan para doña Manuela, la del cuarto y, de paso, vas a la frutería, compras un kilo de naranjas de las tontas y le pides a Ramón un poquito de perejil”. Y allá que iba yo, sin rechistar y con agrado, a hacer felices a todos. Las monjitas, y en especial sor Carmen, me trataban de una manera especial, porque especial era yo. Todos cuchicheaban que mi bondad y mi inocencia eran contagiosas y que mi manera peculiar de mirar y de hacer las cosas, me hacía encantadora. Un primor de niña. Una santita, como mi apodo. Cuatro, cinco, seis. Terminado el bachillerato y la universidad, llegó el momento de oficializar mi bondad y tomé una decisión que marcaría mi vida.   Me metí a monja. Me metí a monja seglar, porque yo quería vivir en el mu

Camarero, ¿me pone una caña?

  La soledad me fascina. Puedo decir, sin orgullo, que a mis cincuenta años nunca he tocado un cuerpo que no fuera el mío. No he tenido vínculos reales, ni novios ni amigos ni nada que se le parezca porque me gusta vivir sin riesgos, sin disgustos, sin altibajos. Me he hecho adicta a no dar explicaciones, a mi espacio, a dormir en diagonal, a… Y es que, para mí, m antener una relación interpersonal fluida y sana, en vivo y en directo, se ha convertido en una utopía. Bueno, a ver si me explico para que se me entienda. Algo ha habido por ahí, pero nada que ver con los convencionalismos ni con lo establecido. En mi juventud me enamoré de Mike Jagger, el vocalista de los Rolling Stone. Tenía un poster, tamaño natural, en la puerta de mi armario. Hablaba con él, por cierto, en español, porque el inglés se me da fatal, le contaba de mi vida y de mis suspensos. Él hacía como que escuchaba, miraba y no sé si sonreía. Un novio perfecto. Soy consciente de que me doblaba la edad, pero ese

ME PONGO A DIETA DE AMOR (Publicada en el núm. 6 de la revista cultural Nova Tálassa)

Ella no sabía que a las seis de la tarde se enamoraría, por eso a las cinco salió de su casa para estirar la cabeza y las piernas. Cuando llevaba seis mil pasos y como premio a su vilipendiado cuerpo, maltrecho por los kilos y la vida, decidió entrar en una cafetería y zamparse un trozo de tarta y un café con leche. El local estaba abarrotado de niños merendando, abuelos que hacían de canguro y perros domesticados que hacían de niños. Todos felices, excepto ella que no divisaba un lugar discreto donde cometer su pecado gastronómico. Sonreía ingenua cuando, sin pretenderlo, se tropezó con un hombre interesante de mirada enigmática. No muy alto y nada guapo, pero, al menos a ella, debido a la indigencia emocional por la que atravesaba, le resultaba atractivo. Él resuelto, le propuso compartir la única mesa que quedaba libre y ella no se negó. Resultaba una pareja de buen ver. Sumarían entre los dos unos setenta años. El camarero, hasta ahora ausente en la trama, tomó la iniciat

De cómo la policía arruinó mi carrera literaria

Yo antes era una asesina psicópata sexual. Mi vida se columpiaba en un tiovivo de sensaciones extremas. Después de cargarme al monitor de pilates, al repartidor de Amazon y al vecino ruidoso del segundo B, y con la policía pisándome los talones, decidí cambiar mi destino. Opté por pasar desapercibida y mezclarme con gente normal, gente de bien. Me apunté al directo mensual de Rosa Montero. Quería alejarme de mi pasado, así que no tuve más remedio que aprender sobre el narrador omnisciente, el monólogo interior y hasta el realismo sucio. La adaptación al grupo resultó perfecta. Era una más. Mi vida pasada se convirtió en una fuente inagotable de inspiración. Este mes tocaba redactar algo cuya protagonista fuera la primera persona que me encontrara al salir a la calle y que incluyera dos sustantivos elegidos al azar al abrir un libro. Toda obediente, con “hombre, excursión y playa” me ha resultado fácil y he escrito sobre ese viaje del IMSERSO a Salou, en el que maté a un jubilado de Ast

Tacones más sensatos que lejanos

Yo quería ser chica Almodóvar.   Quería ser una Penélope Cruz en Volver , escondiendo el cadáver del marido en un arcón congelador. Quería ser una actriz porno como Victoria Abril en Átame . Quería cantar “Un año de amor”, contoneándome junto a Miguel Bosé en Tacones lejanos . Quería vivir el momento gastronómico más memorable de la historia del cine y zamparme con María Barranco ese gazpacho asesino en Mujeres al borde de un ataque de nervios . Quería todo eso, y mucho más. Pero, para mi infortunio, ese universo ochentero se me escapó mientras trabajaba de maestra en una escuela unitaria de un pueblo perdido en la sierra de las Villuercas. Hoy, uso tacones más sensatos que lejanos. Ya soy mayor, abuela, y tengo pocas ganas de ese mundo glamuroso, extravagante, de lucimiento y trasnocheo. Almodóvar, en cambio, sigue imparable. Ha obtenido un rotundo éxito en el Festival de Venecia. Esboza una sonrisa perfecta, aunque poco contagiosa. Luce un traje rosa, de doble botonadura, y se

259. DALÍ ME CONVENCIÓ

En un día soleado y absurdo, Margarita se encontraba desparramada en el sofá de su sala de estar, contemplando su barriga con la seriedad de un crítico de arte examinando una obra surrealista. Estaba convencida de que su abdomen irradiaba un cierto parecido al reloj derretido de Dalí. No sabía cómo había llegado a ese desbordamiento en carnes, pero tenía una certera intuición y, envalentonada por su locura gastronómica, agarró una patata, le pintó ojos, nariz y boca, la llamó Enriqueta y empezó   a reprocharle todas sus inseguridades. —    Enriqueta, ¿has observado esta protuberancia que reina entre mi ombligo y mi pubis? —    Claro que sí, Margarita, ¿cómo no verla? Es como si el tiempo se derritiera en tu estómago, y es obvio que está inflado como un globo aerostático. Todo un portento del arte moderno. Si te exhibieran en la Tate Gallery de Londres, seguro que algún coleccionista se fijaría en ti. —    Mira qué graciosa ella, pues estoy convencida de que parte de este "

DE CANCIONES, LUCES Y APAGONES

—Buenos días, soy Serafín. —¡Hola, Serafín! Qué inconfundible es ese nombre tuyo, aunque ya casi me resulta familiar. Nunca imaginé que una cita a ciegas pudiera ser tan placentera, y además, ¡me llamas por la mañana! ¡Qué ilusión! ¿También te gustó? Aunque aún no te conozco muy bien, ayer, por lo menos, estuviste muy muy gracioso, generoso, fogoso, lujurioso, ardoroso. La verdad es que tuvimos momentos muy… luminosos. Vamos, que “Me quedo contigo”, como bien cantaban los Chichos y Rosalía en su magnífica versión. Eres sensual como una bachata. Si esto sigue adelante, me encantaría que escogiéramos una canción para que fuera nuestro estandarte, nuestro nexo de unión, nuestro punto de encuentro. Y, por supuesto, para bailarla, entrelazando nuestros cuerpos, en cada aniversario. ¿Qué te parece la idea? ¿Prefieres algo ochentero, tipo cantautor reivindicativo, como “Te recuerdo Amanda”, o más romántico, como “Lucía”, o incluso roquero como “Angie”? Por cierto, yo me llamo Lola, no sé si

ME MORÍA POR ÉL

Hace muchos, muchos años, allá por la era terciaria, yo era una niña buena. Estudiaba y me educaba en un colegio de monjitas, que también eran muy buenas: sor Carmen, con sus sermones; sor Rosa, con sus maneritas; sor Josefina, con su armonio.   Al salir a mediodía coincidíamos con los niños del cercano colegio de curas. Ellos no eran tan buenos y nos pintaban con tiza una cruz, casi indeleble, en el uniforme azul marino. Entre el grupo de aspirantes a  asaltantes callejeros estaba él. Él no era como los demás, él era tranquilo, tierno, dulce y romántico. O, al menos, así me lo había inventado yo. Un viernes por la tarde, para mi sorpresa, no sé ni cómo consiguió el número, llamó a casa. Desde un teléfono fijo, ahora de estilo retro, colocado en el comedor y rodeada de toda la familia que estaba merendando, hablamos por primera vez. Me latía el corazón desaforadamente, me temblaban las piernas…Creo que me moría por él. Quedamos para ir al cine Imperial, a las cinco de la tarde

Y EL SÉPTIMO DÍA DESCANSÓ (Texto publicado en el núm 56 de la revista SPECULUM (Club de Letras de la UCA)

 Él es el más alto. Él es el más tranquilo. Él es el más confuso. Él es el más sibarita. Él es el más amortiguado. Ella, ella es la más espiritual. Estos son mis seis novios, con arroba incluida. Cada día de la semana le toca a uno. En una hoja Access voy anotando: nombre, aficiones, conversaciones frecuentes y apetencias sexuales. Que no quiero herir sensibilidades.             El más alto se llama Jesús, es de Sevilla, como el Jesús del Gran Poder y para más INRI, nunca mejor dicho, siempre tiene cara de pena, pero besa bien, por eso le he asignado el lunes, para ir entrando poco a poco.             El martes tengo a Lorenzo, el más tranquilo. Siempre llega tarde. Le tengo que recordar que no tenemos todo el día; que contra pereza, diligencia. Le tengo que recordar que empiece por arriba pero que se pare, sin prisas y con esmero, donde él sabe. El más confuso, siempre duda del día que tenemos fijado. Andrés, cielo mío, el miércoles. Acuérdate de la ceniza del Señor. Acuérdat