Salió sigilosa, a estirar las piernas. Aprovechó un descuido
de la enfermera y dio rienda suelta a su fantasía. Daría un paseo por el
pasillo del hospital y si, con suerte, nadie la pillaba, saldría a la calle,
solo por sentir el olor a gente, por sentir el contacto.
El estruendo sonó en toda la planta novena. Al levantarse de
la cama de hospital, se precipitó al suelo
con una caída descomunal. Ella
pensaba que se clavaría, que molestaría, incluso, que escocería o que le
dolería al cicatrizar. Pero lo que nunca se le
pasó por la mente es que después de amputarle las dos piernas pudiera
sentir como si aún estuvieran ahí.
04/06/2020
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