Adiós Isabel Allende, adiós María Dueñas.
De verdad que lo siento. Sé que sois bestsellers, sé que entre las dos habéis
vendido más de ochenta millones de ejemplares, sé que vuestros libros
enganchan, pero también sé que, según algunos críticos, escribís demasiado claro, argumentáis muy plano, relatáis una
historia sin que el lector se tenga que parar a pensar qué habéis querido
decir. Así que, se acabaron las epopeyas familiares y las sagas de mujeres luchadoras. Quiero cultivarme,
quiero ser intelectual elitista, por todo ello, le digo hola a la mística Santa
Teresa.
Yo, como Santa Teresa, vivo sin vivir en
mí, pero ella, según rimaba, porque vivía en el Señor. Yo no vivo en mí
pero porque vivo en el doble de mí. A ver si me explico, desgraciadamente, a estas alturas del
confinamiento, vivo dentro de mí misma y del legendario y arrinconado pantalón de
chándal, porque los leggings, o mallas, o como se llamen, no me suben más allá
de la cadera. Ya ni hablar de entrar en los vaqueros. Esto es como un embarazo,
pero que no se engorda solo de barriga, sino también de piernas, brazos y
carnes adyacentes. Igual es que tengo cinco fetos distribuidos por todo el
cuerpo. ¿Por qué me está pasando esto? ¿Será que hago tanto deporte que estoy
musculando? ¿Será que estoy reteniendo líquidos? ¿Será que se está dando una
triple conjunción astral planetaria? ¿Será cuestión hormonal?
Para resolver todas esas dudas mentales,
busqué un ciber-psicólogo. Necesitaba una terapia de
urgencia. En la primera sesión me preguntó por mis padres y mi
infancia, y ante mi estrepitosa negativa al psicoanálisis, cambió de escuela doctrinal
y se adentró del tirón en cuál era mi rutina alimentaria. Cuando empecé a
relatarle mi desayuno tipo: tostada de pan, pero casero e integral elaborado
con harina de avena, aderezado con aceite de oliva, pero extra virgen... El psico-interlocutor no me dejó ni terminar,
me cortó en seco y dijo: su dieta no es
la culpable del excesivo engorde. Y con esto dio por terminada mi primera
sesión y realicé el pago por pay-pal sin
haber solucionado mi problema. En la segunda sesión, sacó el tema de mis
rutinas deportivas. Se quedó asombrado cuando le referí que hacía dos horas
diarias, una por la mañana y otra por la tarde, de trail runner por los pasillos de mi casa; con el móvil, los
auriculares conectados y un buen podcast deportivo. Tras realizar el correspondiente
pago, me dio el alta y me remitió a un psiquiatra para que escarbara aún más en
mis desorientadas neuronas.
A la psiquiatra la encontré en SKYPE y
sin mediar palabra quiso nivelar mis niveles de endorfinas y melatoninas, para
lo cual me recetó dos tipos de pastillas: una, por la mañana, que me hiciera
vivir feliz y otra por la noche para dormir plácidamente. Con tanto cuelgue,
paz y tranquilidad, a la semana, y como los bebés, había puesto otro kilo.
¡Desastre total! Pedí el alta voluntaria.
No dejaba de preguntarme: si no tengo
traumas infantiles, si llevo una alimentación bio, de temporada, muy
fresca, más vegetal que animal, artesana,
si hago ejercicio diario y tengo un cierto equilibrio mental, entonces, ¿cuál
es el motivo de este incontenible desparrame corporal?
Tras mucho elucubrar y a sabiendas de que quizás no tenga relación
con todo lo expuesto, quiero introducir una nueva variable. Con esto de mi
engorde, del coronavirus y de formar parte de la desbordante lista de parados, además
de adentrarme en el mundo de Santa Teresa, estoy leyendo mucho sobre pensamiento
científico y filosofía. Y empleando la lógica aristotélica he llegado al siguiente
silogismo: si los seres humanos somos animales mamíferos al igual que los
perros o cabras. Si ni la vaca, ni la gata están pendientes del reloj por si le
toca comer a su cría, entonces los humanos debemos copiar estas conductas y no
ponernos horarios para la ingesta de alimentos. Me siento orgullosa de ser la
creadora de la versión seniors de la lactancia “a demanda”.
A veces no tengo mucha demanda de alimentos, pero la oferta en la
nevera es tan amplia que, para que el mercado funcione, como bien decía Adam
Smith, pues pico algo. Ahora, por ejemplo, a la vez que escribo, me estoy
zampando el resto de tarta de manzana ecológica, light y sin azúcar que sobró
de la segunda merienda.
23/04/2020
Me encanta leer tus historias Yayo. Y esa manera, como saltarina, de enlazar las frases y cambiar de escena.
ResponderEliminarYayo eres genial. Es un relato tan lleno de vitalidad (y no solo deportiva) o energético ( y no por la comida tan sana) sino por la fuente inagotable de energía: la alegría , que además unida al ingenio y a la creatividad forman un cóctel de sensaciones y de humor cercano , con una manera de enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico o ridículo de las cosas. Por lo demás me pido compartir piso con un personaje tan interesante y vital, que ve la vida de esa manera.
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