Cuando llegué estaban poniendo la mesa para cenar. Esa era
nuestra hora de encuentro. Mi madre, mis hijos y hasta mi ex marido. Todos
hacíamos rutinas diferentes, pero la hora de la cena era sagrada, nos
contábamos y cotilleábamos nuestros quehaceres. Reíamos, nos aconsejábamos e,
incluso alguna que otra vez, nos reñíamos por decisiones tomadas durante el día. Era un
placer sentirse acompañada. Terminada la
charleta, deslizábamos el icono del teléfono rojo que finalizaba la video llamada.
22/03/2020
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