Estaba tan divinamente enseñando una patá por bulerías a un grupo de escocesas, cuando San Pedro me llamó a su despacho y dijo que quería conocerme mejor. Yo, con el desparpajo que me caracteriza, le fui contando, que lo mismo cantaba buen flamenco, copla o lo que se terciara. Que mi voz fue reconocida a nivel internacional, que he vendido millones de discos, que me he sentido querida, respetada y que me apodaron “la más grande”.
La confesé a San Pedro que había sido un personaje famoso y público, pero respetado por los medios de comunicación. Que, en el tema amores, tuve dos maridos. Uno estaba un poco sonado, y del otro, solo le referí que ha pasado a la historia por su “estamos tan agustito” y por su más reciente alocución: “mi semen es de fuerza”.
Que al saber que iba a morir joven, mi intención fue dejar todo atado y bien atado como Franco en la Transición, cuando le pasó el testigo a un joven Juan Carlos de Borbón, que, por cierto ahora, huyendo de temas legales, vive en Abu Dhabi… Perdón por la digresión. Retomo. Que mandé redactar un testamento en el que todos mis herederos salieran beneficiados. Que me morí tranquila y que, como fui buena, me vine al cielo del tirón.
Cuando terminé de explicar, muy por encima mi vida, San Pedro seguía mirándome, así es que, armada de valor, le pregunté si se le ofrecía algo más, a lo que él respondió que, como regalo divino, me querían conceder el deseo de bajar y ver a todos los míos. Tendrás una experiencia única. Serás como un ángel. Acepté sin dilación.
Ya en Madrid pregunté a mis vecinos de la Moraleja si sabían dónde estaba mi familia, con gesto compungido me dijeron que estarían en algún programa de la telebasura o pactando el precio de su próxima exclusiva.
Lo que no me podía imaginar es que a los diecisiete años de mi muerte, si el CIS (Centro Investigaciones Sociológicas) hiciera una estudio entre la población española, con total seguridad, un elevado porcentaje de encuestados se sabrían los nombres, apellidos y estado civil de todos los integrantes de mi estirpe hasta, al menos, tercer grado de consanguinidad, afinidad o adopción. Ahora bien, se podrían ahorrar preguntar por la profesión porque ninguno se dedica a otra cosa que no sea famoseo, amén de que se han gastado toda la herencia que les dejé. Ahora no recuerdo si lo dijo un filósofo, el informe de un banco o el pescadero de la esquina, lo cierto es que, por lo visto, solo una de cada diez fortunas sobrevive a la tercera generación. Pues mi famosa familia, en un santiamén, la ha dilapidado.
Cabe resaltar que no había transcurrido aún el día concedido y ya estaba decidida a morirme otra vez. Supliqué a la Virgen de Regla que me llevara con ella y los técnicos del cielo lo consideraron oportuno.
San Pedro, ¡abreee!, que ya estoy de vuelta.
01/03/2023
La forma tan divertida de expresar, la alusión a los distintos personajes... aciertas en la original forma de tratar y el humor en pequeñas dosis. Perfecto
ResponderEliminarAtrevido, locuaz y elocuente.
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