Nosotros, los Bermúdez Morillo, éramos una familia feliz, estructurada, de libro de texto. Pareja de heterosexuales, casados por el juzgado y bodorrio por la iglesia, con un hijo varón y un perro guardián del unifamiliar en una urbanización de alto standing , con piscina y gimnasio privados. Teníamos un buen nivel económico y social, mi marido maestro, yo uróloga y mi hijo buen estudiante, buen judoka, buen anglófilo, buen boy scout y buen todo… o casi todo. Nuestra vida estaba organizada al segundo, sin improvisaciones. Llevábamos en el monovolumen a nuestro hijo, Álvaro, al colegio bilingüe y concertado más prestigioso de la ciudad y a sus variadas actividades extraescolares, incluidos los cumpleaños de compañeros y el conservatorio de música, porque todos en casa somos melómanos y tocamos algún instrumento musical. Nos gustaba mucho viajar. Hacíamos juntos un viaje al año al extranjero y otro nacional. Sin ir más lejos hace un mes volvimos de Marruecos, viaje su