No
podía dejar de llorar cuando me dejaste por mi mejor amiga. Me deprimí, perdí el apetito y me dolía todo el cuerpo de rabia y reproches. Pasaba noches enteras en vela, recordando tu
incipiente calva, tu prominente barriga, tu mirada clara y tu arrollador
desenfado sexual.
Ha
pasado un año y el azar ha querido que nos reencontremos. Ibas caminando con
ella y con un cochecito doble de bebés, armándome de valor me acerqué, para no
negaros el saludo, y observé a dos preciosos gemelos que, entre berridos,
solicitaban de nuevo su toma.
Fue dejar a la
ruidosa familia y contactar con mi psicólogo para anular el tratamiento. De
repente, me sobrevino una sensación de sosiego, tranquilidad y unas ganas
indescifrables de viajar.
Yayo Gómez
14/01/2020
Perfecta esa última frase donde giras para que salga el verdadero "yo" de tu protagonista
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