Nos apenó que no le
quedara ni un recuerdo para rellenarlas. Era como un ritual, toda la familia se congregaba, en la
sobremesa de los domingos, en torno a la abuela para jugar a llenar de
recuerdos las dos cajas de cristal. Solo pretendíamos que no estuviera sola y
que fuera feliz. Queríamos que mantuviera vivo su pasado y su gran amor,
nuestro abuelo, pero ella era así: desconcertante.
¡Qué manía con hablar del pasado y todo lo que he vivido! Ya
os he dicho que no me acuerdo de nada, que carpe
diem. Soy vuestra abuela, pero ser mayor,
de por sí, no es una enfermedad. Así que, abreviad con vuestros jueguecitos,
que he quedado a las 5 para tomar café con mis compañeras de yoga.
Yayo Gómez
11/12/2019
Humor servido, además entrañable y a la vez crítico
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